Salome en Buenos Aires

Escena de Salome de Richard Strauss en el Teatro Colón de Buenos Aires © Juanjo Bruzza
Octubre 28, 2025. Con muy buen nivel general retornó al escenario del Teatro Colón, en nueva producción escénica, Salome de Richard Strauss, luego de 26 años de ausencia. Segura, la dirección musical de Philippe Auguin,y de muy buen nivel la respuesta de la orquesta, tanto en su rendimiento sinfónico como en el adecuado balance con la escena.
La soprano Ricarda Merbeth, de gran trayectoria, compuso una Salome de gran presencia, conocimiento profundo de la parte, adecuado volumen, registro parejo, agudos firmes e intensidad dramática de principio a fin. Egils Siliņš impactó como Jochanaan por belleza de timbre, autoridad en el canto y ajustada expresividad. Logró dar el tinte exacto al personaje.
Norbert Ernst brindó un Herodes de perfectos acentos con adecuado volumen y desempeño vocal de gran solidez, mientras que Nancy Fabiola Herrera aportó su solvencia y veteranía al rol de Herodias. Cumplió con las exigencias de la parte Fermín Prieto (Narraboth), mientras que fue adecuada, aunque parcialmente superada por algunos graves de la partitura, la mezzosoprano Daniela Prado en el rol del paje de Herodías.
Amalgamado y correcto, el resto del elenco integrado por Santiago Martínez, Pablo Urban, Iván Maier; Andrés Cofré, Iván García, Sergio Wamba, Marcelo Monzani, Agustín Albornoz, Claudio Rotella, Walter Schwarz y Mariana Carnovali.
La puesta en escena de Bárbara Lluch sitúa la acción aproximadamente en 1930-1940 intentando mostrar el autoritarismo de esa corte decadente, recurso tan utilizado que se vuelve poco creativo. El movimiento actoral es razonable, aunque la concepción se balancea entre la abstracción y el realismo. Salome no es una adolescente caprichosa sino una mujer que viste varonil frac. Muy interesante la escenografía: gran trabajo de Daniel Bianco, de índole abstracto, desarrollada en un plano inclinado que consta de la rejilla de la cisterna en el medio y seis círculos concéntricos de diversas alturas, cadenas metálicas en el fondo y en los costados del escenario y la gran luna por detrás. Resulta más que interesante —y un gran golpe de teatro— que mediante el de la escenografía, escenario giratorio mediante, aparezca una escalera y el interno de la cisterna, por lo cual, en lugar de ver salir de la cisterna a Jochanaan, es Salome la que desciende a su lugar de confinamiento.
En la escena final, al abrazar la cabeza del profeta, Salome mancha sus manos y su vestimenta de sangre, un recurso poco visto y muy coherente. El cierre es con una enorme mano que baja sobre la escena, en el momento que el mismo esclavo que mató a Jochanaan corta el cuello de Salome, una aparición imponente que puede interpretarse como la justicia o la sentencia de Herodes o algo que no alcanzamos a comprender.
Ingeniosa, la coreografía de Mercè Grané —que también asistió en la dirección de escena— para armar en la “danza de los siete velos” una especie de flashback con un inicio de la Salome actual bailando con su padrastro, para luego verse a dos bailarinas (alumnas de la carrera de Danza del Instituto Superior de Arte del Teatro) que personifican tanto una Salome niña como una adolescente, vestidas de rojo, igual que Herodias, en una especie de juego erótico que resignifica a la protagonista como abusada por Herodes, con el habitual crescendo erótico de la partitura que se refleja en la coreografía.
La iluminación de Albert Faura potenció la puesta y la escenografía y el vestuario de Clara Peluffo solamente sale del negro, casi omnipresente, en el rojo de Herodias y las dos bailarinas y en el saco blanco de Herodes.