Adriana Lecouvreur en Cagliari

Fiorenza Cedolins (Adriana) y Marco Berti (Maurizio) en Adriana de Lecouvreur de Francesco Cilea en el Teatro Lirico de Cagliari © Ariana Giuntini

 

Noviembre 2 y 3, 2024. Tras más de cuarenta años de ausencia en los escenarios de la ciudad, el Teatro Lirico decidió reponer un título esencial de la llamada “giovane scuola”, Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea.

Como es habitual, se alternaron dos repartos. La nueva producción de Mario Pontiggia es simple, clásica, tradicional, sin sorpresas. Al público le agradó y también al autor de estas líneas, dado que es ópera firmemente vinculada a una época, que no admite transposiciones o inspiraciones “geniales”. Los resultados fueron buenos, aunque no todos los intérpretes estuvieron a la altura. Bellos trajes de Marco Nateri, decorados apropiados de Antonella Conte, iluminación correcta de Andrea Ledda. Si la coreografía de Luigia Frattaroli para “El juicio de París” del tercer acto solo era funcional (y el “pastorcillo” un tanto robusto) pasó sin dejar huella, pero sin molestar.

En todo caso, el título más conocido, amado e interesante de Cilea, como se sabe, hay que evaluarlo sobre todo por el versante musical. Contamos con una buena versión orquestal y una gran protagonista en el primer reparto. Fabrizio Maria Carminati dirigió con buen oficio a los profesores de la orquesta del teatro, con resultado en conjunto bueno. Tal vez en algunos momentos sonó fuerte y pesada, pero nunca comprometió el rendimiento de los cantantes. El coro, preparado por Giovanni Andreoli, participó con gran corrección.

Retornó a la escena italiana, luego de siete años de ausencia, Fiorenza Cedolins para interpretar una ópera completa. Los motivos pueden ser varios y no es este el lugar para discutirlos. El caso es que la artista ha demostrado una vez más estar a la altura de su bien ganada fama y posee siempre un instrumento sano, pujante, de bello color y reconocible, aparte de homogéneo, que ha adquirido mayor consistencia aún en los registros central y grave, sin haber perdido sus medias voces exquisitas o la seguridad en sus agudos. 

Su emisión y proyección siguen siendo formidables y colaboraron para una interpretación magnética y completísima de un personaje que siempre le ha calzado como un guante. En particular, se ha acentuado su capacidad para los momentos más dramáticos (el dueto con la princesa en el segundo y los dos últimos actos), lo que no signfica que su aria de entrada o los duetos y diálogos con Maurizio y Michonnet no la hayan encontrado en gran forma, sino que no me sorprendieron. Obviamente destacó en el monólogo de Fedra y el final del tercer acto. El secreto del arte de conversación de la escuela italiana sigue en buenas manos. Sería interesante que recuperara (no solo en Italia) el lugar que le corresponde.

Marco Berti posee siempre un timbre claramente tenoril y una extensión notable, con un agudo seguro, que fuerza sin necesidad y no intenta las medias voces que la parte del pretendiente al trono de Polonia exige. También, como actor, resulta sumamente convencional.

Anastasia Boldyreva fue una Princesa de Bouillon de bella estampa, y es una lástima que su voz y emisión resulten en general demasiado “eslavos” y engolados como para permitirle una caracterización completa de su parte.

Enrico Marucci presentó un Michonnet quizá por demás cómico en el primer acto, cantado de modo discreto, pero el personaje exigiría más, mejor y otro enfoque. Muy bien en cambio el Abate de Saverio Pugliese y el Príncipe de Bouillon de Abramo Rosalen. Por una vez bien conjuntados y de dicción clarísima, los cuatro artistas amigos de Adriana en las voces de Marco Puggioni, Alessandra Della Croce, Anastasiya Snyatovskaya y Nicola Ebau. 

En el segundo reparto, la asistencia y el éxito fueron menores. Rachele Stanisci debutó el rol de la protagonista y lo hizo muy correctamente, pero con poca personalidad y acento convencional. Chiara Mogini fue muy interesante en la Princesa, pero la voz es, por ahora, demasiado clara. Aleksandr Antonenko fue una sorpresa en Maurizio, pero si la voz sigue siendo voluminosa y extensa, los ataques fueron inciertos y las medias voces que intentó, totalmente destimbradas; por actuar, no es que se haya preocupado demasiado. Italo Proferisce fue un buen Michonnet, acertado en todo. El Abate de Mauro Secci y el Príncipe de Volodymyr Morozov resultaron correctos. Lo demás se repitió sin variaciones.

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