
Aida en Buenos Aires

Escena de Aida de Giuseppe Verdi en el Teatro Colón de Buenos Aires © Juanjo Bruzza
Marzo 22, 2025. El Teatro Colón de Buenos Aires programó para iniciar su Temporada Lírica 2025 once representaciones de Aida de Giuseppe Verdi. Los fundamentos de esa elección, indicados por sus autoridades, tienen que ver con un homenaje a los cuerpos estables del teatro (orquesta, coro y ballet) que este año cumplen el Centenario de su creación, atento a que esta ópera de Verdi, además de contar con la infaltable orquesta, necesita del cuerpo de baile y de una gran masa coral.
A esto podemos agregar que, siendo Aida la ópera que inauguró el teatro, siempre quedó ligada afectivamente a los grandes aniversarios y acontecimientos. La elección de reponer la clásica puesta de 1996 de Roberto Oswald —quien falleció en 2013— en su triple rol de director escénico, escenógrafo e iluminador puede considerarse, también, un homenaje a uno de los artistas más queridos de la casa y una forma de hacer partícipes a los cuerpos técnicos en una puesta emblemática de la propia producción.
Se planearon tres elencos diferentes con dos directores de orquesta en el curso de estas once funciones, pero finalmente fueron cuatro las sopranos (Carmen Giannattasio, Jennifer Rowley, María Belén Rivarola y Mónica Ferracani) que determinaron cinco configuraciones diferentes de elencos.
La Oficina de Prensa del Teatro Colón tiene por costumbre no acreditar a más de una función por título lírico, lo que implica, necesariamente, que queden elencos sin cobertura periodística, algo totalmente injusto tanto para los medios de prensa acreditados como para los artistas involucrados. En el caso de esta Aida este cronista había quedado fuera del cupo de prensa por “entradas agotadas” pero, gracias a estamentos superiores a esa oficina de prensa, pudimos realizar la cobertura de la undécima y última representaciones.
No es habitual que el Colón reponga puestas en escena y mucho menos durante casi 30 años, pero con todo, esta visión de Aida no envejece y da gusto ver cada vez que se repone. El planteo escenográfico de Oswald es sencillo y monumental a la vez: en el fondo, la cabeza de una esfinge que recuerda a la de Gizeh, con presencia durante toda la acción que simboliza a Egipto y que, en cada cuadro, cambio de iluminación mediante, estará más o menos presente como observando, espiando o dominando la acción.
Por otro lado, columnas y escalinatas dan marco a cada escena cambiando lugares y formatos o adicionadas con esculturas de gran tamaño. En algunos momentos este fondo resulta invisible para dar lugar a espacios más íntimos: un bajo relieve iluminado con una luz que resalta el sol y marca los ideogramas acompaña la primera escena, dejando un área más pequeña y en el inicio del segundo, con tules blancos que delimitan las estancias de Amneris. Con todo, es confuso el segundo cuadro del cuarto acto, donde no queda claro que los amantes están encerrados en un subterráneo del templo.
La iluminación de Rubén Conde resaltó la monumentalidad de la puesta y la fastuosidad del vestuario con sus distintas gamas de colores (mucho blanco en las masas, brillos y lujo para Amneris, tocados magníficos, color en Aída, capas imponentes, negro en el Faraón, azules y dorados en los guerreros). Aníbal Lápiz, a la par de diseñar el suntuoso vestuario, volvió a ocupar el lugar de repositor de las ideas de Oswald. En este sentido fue fiel a la concepción original, con movimientos de masas muy bien realizados con impecable distribución en el espacio e incorporando algún detalle de actuación más acorde a los tiempos actuales, aunque en el tercer acto hubiese sido preferible un poco menos de estatismo. Lidia Segni planteó adecuadas coreografías, bien ejecutadas por los bailarines del cuerpo estable.
Marcelo Ayub en la dirección músical volvió a mostrarse como un preparador y conductor de fuste. Sabe sobrellevar las masas con tiempos ágiles, cuida el adecuado balance entre el foso y la orquesta, deja cantar con libertad a los cantantes y redondea una versión musical de calidad. El Coro Estable que dirige Miguel Martínez tuvo una noche de lucimiento en todas sus cuerdas, mostrando y demostrando su calidad actual.
Mónica Ferracani ofreció un gran Aida. Con inmaculada línea de canto y emisión pareja, logró sortear todos los escollos de una partitura que conoce sobradamente. Una noche de triunfo para la artista argentina. El tenor chileno José Azócar, de amplia carrera, resultó un convincente Radamès, con voz potente, que encaró la parte con gran heroísmo. Quizás algún refinamiento podría mejorar su prestación.
María Luján Mirabelli volvió a encarar un rol que ha cantado innumerables veces: Amneris. Vehemente y entregada, como es su costumbre, fue ovacionada por el público. Christian Peregrino fue un Ramfis de poderosos acentos y compenetración escénica. No desentonó Cristian Maldonado como Amonasro, un rol que se encara muchas veces de manera vociferante y otras casi en parlato. Maldonado cantó con clase y sin estridencias innecesarias. Muy correcto, Sebastián Barbosa en el breve rol del Rey de Egipto. Bien servidos los roles menores por Gabriel Renaud (Mensajero) y Marisú Pavón (Sacerdotisa).