Aida en Calabria

Escena de la producción de Franco Zeffirelli de Aida de Giuseppe Verdi en el Teatro Francesco Cilea de Catona

 

Abril 4, 2025. El caso es que se trata de un experimento, un intento de volver a llevar la ópera a los magníficos teatros de provincia de Italia, que se dedican cada vez más a otro tipo de espectáculos teatrales. Al parecer, de momento se trata de algo acertado por la presencia e interés del público local (no me ha parecido ver a turistas, en todo caso no en el número significativo en que se los suele ver en los grandes teatros de gran nombre en grandes ciudades). Se ha procurado hacerlo lo más seriamente posible con un título popular, pero siempre difícil de ejecutar de modo parejo en sus múltiples aspectos.

Aquí, en el Teatro Francesco Cilea de Catona, se ha optado por reponer la producción que Franco Zeffirelli propuso para el pequeño teatro Verdi de Busseto. El teatro en esta ocasión es mucho más grande y se entienden poco los cortes del ballet del segundo acto y algunas frases omitidas en el primero, así como algún agregado poco feliz al final de la escena del triunfo. Pero de esto habrá que responsabilizar al famoso director de escena, cuya concepción ha sido remontada por Stefano Trespidi.

El Coro Lirico Siciliano resultó entusiasta y encomiable, bajo la dirección de Francesco Costa, muy festejado al final. No he logrado saber quiénes eran los bailarines que han tomado parte en la escena en el templo de Ftah. La orquesta tenía un buen nivel profesional y la labor del joven maestro Filippo Arlia —un apellido ligado a la música clásica en la región— fue estimable aunque probablemente, ya desde el preludio, la alternancia de forti y piani habría requerido mayor refinamiento y, en el caso de los primeros, de mejor control. 

Lo mejor y verdaderamente de primer nivel vino de las rivales en amor. Maria Pia Piscitelli trazó una protagonista doliente de medios sólidos, buena técnica y emisión y fraseo sensible. Veronica Simeoni volvió a encarnar su magnífica Amneris con su bello color ámbar, la intención de su fraseo y la intensidad de su canto. El dúo entre ambas hizo saltar chispas.

Gustavo Porta trazó un Radamès voluntarioso, con momentos desiguales, y encontré particularmente segura su interpretación en los dos actos finales, y en particular en el cuarto. Carlos Almaguer exhibió, como siempre, su imponente volumen y color oscuro aunque no siempre pareció controlarlo como en ocasiones anteriores (por ejemplo en Lieja).

Los bajos no resultaron muy convincentes: Viacheslav Strelkov (Ramfis) tiene un buen color y volumen, pero la emisión no es siempre eficaz. Francesca Villella fue un Rey de Egipto más bien modesto. Entre los comprimarios destacó claramente el Mensajero de Federico Parisi.

Durante la función no hubo demasiado aplauso a escena abierta, probablemente por desconocimiento de los momentos adecuados para hacerlo, pero al final hubo mucho entusiasmo y bravos.

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