Aida en Nueva York

Escena de Aida de Giuseppe Verdi en el Metropolitan Opera de Nueva York

 

Marzo 18, 2025. Estrenada con toda la pompa en la nochevieja del año pasado, el Metropolitan Opera volvió proponer la fastuosa y flamante nueva producción de la convocante ópera Aida de Giuseppe Verdi firmada por el director, cineasta y guionista americano Michael Mayer, reuniendo para la ocasión un elenco vocal oficioso y efectivo. 

A cargo de la protagonista, la debutante soprano sueca Christina Nilsson fue, en buena medida debido a que su voz resulta demasiado lírica para la parte, una esclava etíope excesivamente vulnerable y frágil que ofreció interesantes momentos vocales en sus dos arias. Su ‘Ritorna vincitor!’, aunque de excesivos portamentos, destacó por su calidez, su noble legato y su musicalidad. Sin embargo, lo mejor de su cosecha vendría con su aria ‘O patria mia’, ofrecida con un refinamiento y un virtuosismo exquisitos donde no faltaron medias voces ni pianos. Lamentablemente tanto en el dúo con su padre como con su enamorado, fue donde quedó más expuesto que el personaje le quedaba grande y donde su voz, carente de peso y carga dramática, hizo agua por los cuatro costados. Una cantante interesante para escuchar en otro tipo de repertorio. 

Como la hija del Faraón y su rival egipcia, la mezzosoprano rumana Judit Kutasi exhibió una voz potente, cálida, de aterciopelado registro central y graves profundos. En los agudos convenció menos, ya que cuando no sonaron estridentes, sonaron gritados. En la escena, supo ser una intérprete inteligente y muy intuitiva. Su fuerte magnetismo y temperamento hicieron tanto de su confrontación con Aida ‘Fu la sorte’ como de la escena del juicio, los momentos de mayor intensidad y alto voltaje de la noche, por lo que no fue de extrañar que arrasara en su cosecha de aplausos en los saludos finales.

Completando el triángulo amoroso, el tenor neoyorquino Brian Jadge, quien continúa afianzándose como una de los más interesantes y completos intérpretes de su generación, planteó un general egipcio Radamès valiente y pletórico de medios que brilló a más no poder en su aria de entrada ‘Celeste Aida’, a la que concluyó con un Si bemol firme y fácil dispensado en pianísimo gracias a su robusta técnica. En el resto de la ópera fue superándose todo el tiempo, mostrando un nivel vocal excelente. ¡Chapeau! 

Gran desempeño del barítono ruso Roman Burdenko quien, con una voz opulenta y de bello color, un canto homogéneo y matizado y de acentos generosos y elegantes, brindó un magnífico retrato del vencido rey etíope Amonasro. Muy oficiosos los dos bajos: el ruso Alexander Vinogradov compuso un sumo sacerdote Ramfis referencial, con un voz poderosa y cavernosa; y el joven polaco Krzysztof Baczyk fue un faraón egipcio de atractiva vocalidad y gran autoridad escénica. 

En los personajes comprimarios, resultaron muy competentes el mensajero de voz perfectamente proyectada del tenor Yongzhao Yu y la sacerdotisa de timbre brillante de la soprano Ann-Kathrin Niemczyk. El coro de la casa, dirigido por su nuevo titular, Tilman Michael, se escuchó en muy buena forma, sacando buen partido del protagonismo que le ofreció la partitura verdiana. Al frente de los músicos de la orquesta de la casa, el director inglés Alexander Soddy, infinitamente más preparado que el día anterior en una Bohème para el olvido, hizo una lectura equilibrada, detallista y bien concertada, que siempre estuvo atenta a los requerimientos de los intérpretes vocales. 

Sin asumir grandes riesgos y cuidando de no salir de la misma línea tradicional de la antecesora producción de Sonja Frisell, que le ha dejado el listón altísimo, la nueva producción del director de escena americano Michael Mayer, condujo a la audiencia a través de interiores de palacios, templos y tumbas ricamente decoradas. La única innovación fue que plantó la acción en los albores de la egiptología, con la llegada de exploradores y arqueólogos que buscan reconstruir la historia de la civilización egipcia. Con esta idea, Mayer introdujo en varias ocasiones a grupos de exploradores que, al mejor estilo de Indiana Jones, deambularon por la escena sin aportar nada y solo distrajeron la atención de lo realmente importante. Una licencia del regista: aquí Amneris se suicida al final de la ópera. 

En cuanto a su dirección de actores, fue estática, sobre todo en lo que respecta a las masas corales. Tanto le escenografía como el vestuario, que recuerdan por su colorido más a Babilonia que a Egipto, no tuvieron nada que envidiarle en opulencia y exceso a la producción anterior. Los decorados de la americana Christine Jones, de espacios móviles e interminables escaleras, tuvieron como principal mérito ser dinámicos y evitar interminables cambios de escena. Por su parte, La diseñadora Susan Hilferty propuso un vestuario innovador más cercano a Broadway. 

Importantes aportes de calidad se llevaron a cabo: las proyecciones de la empresa 59 que decoraron salones y templos; y los cuidadosos tratamientos lumínicos del americano Kevin Adams, que crearon siempre las mejores atmósferas visuales. Con sus alegorías a la guerra y su belleza estética el ballet moderno del segundo acto, creado por el talentoso coreógrafo ruso Oleg Glushkov, no obstante darse de patadas con el resto de la puesta, fue otro de los fuertes atractivos de esta nueva propuesta visual. Un heterogéneo y enfervorizado público dispuesto a aplaudir a cualquier precio entregó interminables ovaciones a todos y cada uno de los intérpretes.

Compartir: