Andrea Chénier en Brescia
Noviembre 23, 2024. El año de 1896 marcó un momento crucial en la historia de la ópera italiana con el debut de dos títulos que definirían el repertorio operístico mundial. El 1 de febrero el Teatro Regio de Torino acogió el estreno de La bohème de Giacomo Puccini, mientras que apenas unas semanas después, el 28 de marzo, la Scala de Milán fue el escenario para el debut de Andrea Chénier de Umberto Giordano.
Tal como señala el musicólogo Marco Bizzarini, ambas obras lograron no solo un éxito inmediato, sino también consolidarse como pilares permanentes del programa operístico internacional. En su análisis, Bizzarini reflexiona en el programa de sala sobre la coincidencia temporal de estos estrenos y la rivalidad entre sus compositores, ambos miembros de la llamada “giovane scuola italiana”.
A pesar de ello, existía una diferencia notable: mientras Puccini, con 37 años, ya gozaba de fama gracias al reciente estreno de Manon Lescaut, Giordano, el más joven del grupo, asumía el reto de componer una obra ambiciosa con apenas 29 años de edad. Detrás de este éxito compartido estaba la intensa competencia entre las editoriales musicales. Puccini contó con el apoyo de Ricordi, asegurando el prestigioso Teatro Regio de Torino para La bohème, mientras que Giordano, respaldado por Sonzogno, logró el codiciado escenario del Teatro alla Scala para el estreno de Andrea Chénier.
Ambientada en los días más convulsos de la Revolución Francesa, Andrea Chénier combina el drama histórico con el destino trágico de sus tres personajes centrales: el poeta idealista Andrea Chénier, el sirviente devenido en revolucionario Carlo Gérard y la aristócrata Maddalena di Coigny.
En esta ocasión, el majestuoso Teatro Grande de Brescia alzó el telón para una nueva producción de Andrea Chénier, presentada bajo el sello de la asociación Opera Lombardia, fruto de la colaboración entre los teatros Verdi de Pisa, Giglio de Lucca, Sociale de Rovigo y el propio Grande de Brescia.
La dirección escénica, a cargo de Andrea Cigni, optó por un enfoque clásico que respetó la esencia teatral e histórica de la obra. Con más de 40 producciones en su carrera, el regista toscano logró capturar la tensión entre los ideales de libertad, amor y traición que el libretista Luigi Illica y Giordano plasmaron en la ópera. La escenografía de Dario Gessati evocó con ingenio los salones aristocráticos y las sombrías cárceles de la Revolución, subrayando el colapso social del siglo XVIII. Chicca Ruocco, a cargo del diseño vestuario, destacó con maestría y detalle los contrastes de clase y carácter con un corte tradicional y de excelente gusto, mientras la iluminación de Fiammetta Baldiserri empleó claroscuros que potenciaron la intensidad de las escenas claves.
Giordano legó una partitura vibrante que transita entre momentos de intenso lirismo y explosivo dramatismo, aunque en esta ocasión la batuta de Francesco Pasqualetti dejó mucho que desear. Al frente de la Orchestra I Pomeriggi Musicali, el director originario de Pisa ofreció una lectura carente de matices y con potencia desmesurada. Aunque los momentos orquestales brillaron, como la gavota del primer acto y la chispeante introducción, el volumen excesivo cubrió a los cantantes en gran parte de la función. Solo en los dos cuadros finales mostró cierta corrección, permitiendo finalmente un equilibrio más adecuado.
El Coro Opera Lombardia, bajo la dirección de Massimo Fiocchi Malaspina, aportó una potente dimensión colectiva al drama al mostrar al coro como una voz individual, características escénicas del violento periodo galo.
En el papel protagónico, Angelo Villari interpretó a Andrea Chénier con una combinación de heroísmo y sensibilidad. Aunque su timbre carece de atractivo, el tenor supo aprovechar sus recursos técnicos, especialmente en los agudos del cuarto acto. Su interpretación de ‘Un dì all’azzurro spazio’ fue reservada, dejando dudas al inicio de su actuación, aunque durante el resto de la velada fue mejorando, logrando conmover al público con ‘Come un bel dì di maggio’ en el cuarto acto.
Gangsoon Kim encarnó a Carlo Gérard, el complejo antagonista de la trama, con resultados desiguales. Su interpretación vocal, afectada por una proyección limitada, no alcanzó la profundidad dramática esperada en momentos clave como ‘Nemico della patria’, aunque su actuación escénica logró transmitir las contradicciones emocionales del personaje.
En contraste, Federica Vitali, en el rol de Maddalena di Coigny, fue la gran revelación de la noche. Su interpretación comenzó de forma discreta, pero ganó fuerza y profundidad a lo largo de la función. Brilló en ‘La mamma morta’, donde combinó lirismo y técnica con gran emotividad, y culminó con un apasionado ‘Vicino a te s’acqueta’ junto a Villari, siendo este uno de los momentos más ovacionados de la noche.
El resto del elenco ofreció actuaciones correctas en los pequeños roles. Alessandra Palomba interpretó un rol doble, ambos con una desagradable voz capretina pero excelente actuación escénica. Como la Contessa di Coigny fue elegante y aristocrática, mientras que como la vieja Madelon fue conmovedora. Por su parte, Alessandro Abis como Roucher aportó solidez vocal y una actuación convincente. Fléville y Mathieu fueron encarnados por el barítono mexicano Fernando Cisneros, con gran convicción escénica, potencia vocal y cuidada pronunciación.
En conjunto, esta producción de Andrea Chénier no destacó por la excelencia vocal de su elenco, pero sí por su fidelidad escénica y su capacidad para honrar la grandeza de una ópera que equilibra magistralmente el lirismo romántico y el drama histórico.