Ariadne auf Naxos en Venecia

Escena de Ariadne auf Naxos de Richard Strauss en Venecia © Michele Crosera

Junio 30, 2024. Ausente de la escena veneciana desde hace poco más de 20 años, regresó al Teatro La Fenice la ópera Ariadne auf Naxos de Richard Strauss, en coproducción con el Teatro Comunale di Bologna y el Teatro Verdi di Trieste. 

El espectáculo fue confiado al mismo director que la presentó en la única representación veneciana previa de la ópera, en la temporada 2002-2003. Se trata de Paul Curran, cuya eficaz producción contó con la preciosa colaboración de Gary McCann, en los decorados y el vestuario, y Howard Hudson, en el diseño de iluminación. 

El resultado es una instalación con fuerza y verosimilitud propias. La ambientación se actualizó y situó en un palacio aristocrático vienés contemporáneo donde se desarrolló la representación teatral que fusionó lo cómico y lo serio, logrando apaciguar los ánimos entre los tumultuosos cantantes y los camaleónicos comediantes. 

Al mismo tiempo, la puesta en escena se basa en un paulatino vaciado del espacio que se convierte en una alegoría de la vida y sus soledades, mientras los personajes adquieren rasgos humanos, desconectados de la fría realidad mitológica. Precisamente estos últimos, inmersos en esta nueva realidad, adquieren rasgos humanos que subrayan con énfasis las principales características bien destacadas en el contexto de la narración y el estilo straussiano. 

El elenco reunido en Venecia fue homogéneo y bien integrado. Destacó sobre todo la Zerbinetta de Erin Morley, capaz a la vez de abordar de manera convincente la temible escritura que se le confió y de estar en escena con extrema naturalidad. Para ella, el consenso fue unánime y muy cálido. La aportación de la pareja de enamorados formada por la Prima donna (Ariadne) y Der Tenor (Bacchus) fue más que válida. La primera fue la tenaz Sara Jakubiak que demostró sagacidad interpretativa, tanto en el canto como en la actuación, para dar credibilidad a las distintas fases por las que atraviesa el personaje: al principio asistimos a la volubilidad de la primera mujer que pronto se convierte en una trágica y altiva heroína, antes de abandonarse a la pasión amorosa final. El segundo fue el tenor John Matthew Myers, que mostró una soltura confiada incluso ante los numerosos y complejos pasajes vocales. 

Sophie Harmsen (Der Komponist) y Markus Werba (Ein Musiklehrer) en Venecia © Michele Crosera

Sophie Harmsen parecía un poco incómoda en el papel de Der Komponist, principalmente debido a algunas faltas de homogeneidad en la región aguda. Por el contrario, Markus Werba como Ein Musiklehrer demostró su capacidad para calibrar la elegancia del canto con el fraseo adecuado. Los otros numerosos papeles de la ópera también fueron muy convincentes y estuvieron bien delineados. 

La contribución de la Orquesta del Teatro La Fenice fue fundamental para subrayar la ligereza de la escritura straussiana mediante el cuidado de las distintas secciones instrumentales y una buena preparación técnica. Hay que decir, sin embargo, que Markus Stenz, especialista en este repertorio, se mostró un poco falto en términos de fraseo y expresividad, a pesar de saber guiar con firmeza al equipo a través de la intrincada partitura. El éxito final pareció unánime para toda la compañía y los realizadores de la puesta en escena.

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