Arturo Chacón en la Sala Nezahualcóyotl

El tenor sonorense Arturo Chacón-Cruz cantó con la OJUEM, bajo la batuta de Gustavo Rivero Weber © Festival CulturaUNAM

Septiembre 29, 2024. En una tarde dominical marcada por la lluvia, la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario se transformó en un refugio de atractivo lírico, gracias al talento del tenor sonorense Arturo Chacón-Cruz, quien ofreció el concierto Puccini y su mundo, programa extraordinario de la Tercera Temporada 2024 de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata (OJUEM), inscrito en el marco de la tercera edición del Festival CulturaUNAM.

Luego de su última visita a nuestro país —para presentaciones al lado de la soprano regiomontana Eugenia Garza y del ahora barítono Plácido Domingo, en agosto de 2022—, Chacón brindó al público mexicano la irresistible oportunidad de disfrutar fragmentos del intenso universo pucciniano, abundante en melodías imperecederas, personajes entrañables y emociones conmovedoras.

Bajo la dirección concertadora de Gustavo Rivero Weber, con una voz lírica de bello timbre, además de un canto de construcción técnica intachable, el intérprete configuró un programa que también incluyó pasajes de Pietro Mascagni, Giuseppe Verdi, Ruggero Leoncavallo, Charles Gounod, Amilcare Ponchielli y Umberto Giordano, que contextualizan y complementan las coordenadas veristas, exóticas, fantásticas y sentimentales del catálogo operístico de Giacomo Puccini.

Las emblemáticas selecciones, sin duda, pintaron un lienzo donde la complejidad del alma humana es captada a través de la música con sensibilidad y lirismo, lo que cautivó a los melómanos, quienes respondieron no solo con su presencia en la Sala Nezahualcóyotl, sino también con ovaciones y comentarios entusiastas. 

Este concierto, como otras actividades del Festival CulturaUNAM —incluida, días antes, la gala inaugural con el tenor Rolando Villazón y el pianista Ángel Rodríguez—, en la práctica ha resultado ser una gran alternativa para el público capitalino degustador de la ópera. Y ello no es mérito menor, especialmente si se considera que el Palacio de Bellas Artes celebró su 90 aniversario con ofertas de la Ópera de Bellas Artes y otras instituciones del INBAL mucho menos ambiciosas: discretas, de hecho, para semejante celebración del recinto.

La primera de dos partes del concierto Puccini y su mundo inició con el Preludio sinfónico del compositor nacido en Lucca, Italia, en 1858, a cargo de la OJUEM y su fundador y director artístico actual, Gustavo Rivero Weber. Entró entonces al escenario Arturo Chacón para ligar tres arias puccinianas que desde el principio fascinaron al público por su calidad interpretativa: ‘Recondita armonía’ de Tosca, ‘Addio fiorito asil’ de Madama Butterfly y ‘Ch’ella mi creda’ de La fanciulla del West.

Tras el Intermezzo de Cavalleria rusticana, inciso orquestal que abrió la pauta para incursionar en Pietro Mascagni y su título operístico más célebre, el tenor sonorense cantó ‘Mamma, quel vino è generoso’, el emotivo adiós del personaje de Turiddu a su madre, para luego regresar a Puccini, primero con el aria ‘Torna ai felice di’ de Le villi, y después con ‘E lucevan le stelle’ de Tosca, otra despedida, pero esta vez la de Mario Cavaradossi de la vida.

 

El tenor dedicó su concierto a Giacomo Puccini y a otros compositores veristas © Festival CulturaUNAM

 

La voz de Chacón lució esmaltada y brillante, con frases bien planeadas y de gran ejecución, lo que permitió apreciar su canto inteligente y en control. Si bien algo del repertorio de este programa suele identificarse con tenores spinto, lo cierto es que el artista sonorense utilizó las cualidades de su instrumento sin forzar ni oscurecer para concretar versiones líricas, frescas y vibrantes a lo largo de todas sus intervenciones.

La OJUEM lo acompañó con decoro. No por tratarse de una orquesta juvenil su rendimiento es equivalente al de una agrupación estudiantil. Por el contrario, se trata de un conjunto que ofreció con dignidad su proceso de desarrollo y crecimiento bajo la batuta de Rivero Weber. De hecho, el tenor, cuya trayectoria incluye presentaciones en los teatros de mayor relevancia del mundo, reconoció sobre el escenario ese trabajo musical. Chacón dijo que el sonido logrado por los muchachos nada tiene que envidiar al de orquestas europeas reconocidas. Ello, sin duda, resultó motivador para todos los instrumentistas y para su director. O entrenador, como le llamó el cantante.

Claro que el ensamblaje de la música y la voz tuvo algunos detalles mejorables en su precisión y cadencia, lo que habría potenciado cierta frase, enfatizado el dramatismo o la intensidad de tal o cual acento o respiración. Pero ello no impidió el deleite general del concierto o apreciar las razones por las que Arturo Chacón es considerado uno de los mejores tenores en activo.

Luego del intermedio, la orquesta ofreció la obertura de La forza del destino de Verdi, pieza en la que consiguió matices y sutilezas en las cuerdas, tanto en dinámica como en color. A continuación, el tenor abordó ‘Vesti la giubba’, la célebre lamentación de Canio, el payaso engañado, de Pagliacci de Leoncavallo.

De nuevo con Puccini, Chacón cantó las arias ‘Donna non vidi mai’ de Manon Lescaut y ‘Non piangere liù’ de Turandot, la ópera póstuma del compositor fallecido en Bruselas, Bélgica, en 1924. La recta final del concierto llegó con el vals de Faust de Charles Gounod, seguido de las arias ‘Cielo e mar’ de La Gioconda de Ponchielli y la infaltable ‘Nessun dorma’ de Turandot, que coronó un programa singular, cuyos incisos en territorio nacional no se escuchan con asiduidad con la solvencia del cantante sonorense, lo que en todo caso arrancó aplausos de pie del público.

Arturo Chacón interactuó con el público con calidez, franqueza y simpatía a lo largo de la presentación. Para cerrar con broche de oro, el intérprete ofreció —por primera vez en público, dijo— ‘Colpito qui m’avete… Un dì all’azurro spazio’, el siempre difícil improvisso de Andrea Chénier de Giordano, para despedirse con una esperada faena: ‘Granada’ de Agustín Lara. 

Al caer la noche, la lluvia cesó. La Sala Nezahualcóyotl había sido un refugio no solo contra el aguacero, sino también para la sequía lírica mexicana, habitual sobre todo al final de sexenio.

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