Bianca e Falliero en Pésaro
Agosto 7, 2024. La inauguración del presente Rossini Opera Festival (ROF) permitió reencontrarse con el antiguo Palafestival en el centro de la ciudad. Cómodo, con buena acústica, no demasiado lleno, se eligió uno de los títulos del autor que más se resisten a entrar en el catálogo.
Aunque en su estreno milanés Bianca e Falliero (1819) tuvo éxito de público, la crítica siempre le ha sido contraria. Y probablemente con razón. El libreto, aunque sea nada menos que de Felice Romani, es bastante flojo; la obra es muy larga (la más larga en duración de los cuatro títulos presentados este año, incluyendo Il barbiere di Siviglia, Ermione y L’equivoco stravagante), sumamente difícil de cantar para los tres protagonistas, y junto a grandes páginas (donde también se cuentan los famosos autopréstamos del autor, como el final tomado del rondó de Elena de La donna del lago, también de 1819) hay alguna menos feliz (por ejemplo las arias que marcan la entrada de los dos protagonistas, en particular la de Falliero).
Si además la nueva producción encomendada a Jean-Louis Grinda pasa casi sin dejar huella, pero no hace nada por evitar el aburrimiento (a lo sumo agrega un personaje mudo, una anciana ciega que ha dado pie a varias hipótesis, pero que no aligera ni agiliza los procedimientos), sin duda se trata del título más modesto que he visto este año (por razones de calendario no he podido asistir ni a El barbero de Sevilla ni, sobre todo, a la ejecución en forma de concierto de Il viaggio a Reims).
Lo mejor ha sido la parte musical, con una buena dirección de Roberto Abbado, que desde la obertura pareció preferir el tono enfático (un empaque que seguramente es correcto como enfoque de la obra, pero que tampoco la ayudó).
La actuación más completa provino, sin sorpresa, de la soprano australiana Jessica Pratt (Bianca) que solo en su empeño por hacer coronas larguísimas encontró un obstáculo en la nota final de la obra, pero por el resto fue dueña y señora de su material, con agilidades, respiración, ‘messe di voce’ fenomenales, sobreagudos incluso en recitativos largos (a los que así lograba insuflar vida). El tenor ruso Dmitry Korchak, en el papel de su padre, Contareno, adverso a su relación con el otro protagonista, estuvo muy bien como actor, estilista y técnico, pero el timbre sonó extrañamente opaco: el papel es largo y difícil, como ocurre siempre con los tenores de Rossini.
El principal problema fue que el Falliero de la mezzosoprano japonesa Aya Wakizono fue tan poco creíble escénica como vocalmente. Parece más bien un ‘soprano secondo’, ya que lo mejor es su registro agudo; es una cantante musical, de timbre impersonal y registro grave casi inexistente, y en los números de conjunto y los dúos con Bianca su voz desaparecía o apenas parecía un eco. Imposible creer que nos encontrábamos ante una contralto ‘en travesti’ y sobre todo al lado de Pratt.
El bajo-barítono georgiano Giorgi Manoshvili, como Capelio, el pretendiente oficial apoyado por el padre, tiene una voz importante, pero mientras en el célebre cuarteto del segundo acto y en otros momentos la proyección era excelente, en otros momentos se oía poco; buen actor, aunque no se le pide ni se le exigió mucho. Correcta, la Costanza de la soprano española Carmen Buendía (confidente de Bianca) y correctos el Priuli del bajo italiano Nicolò Donini y los otros comprimarios (Claudio Zazzaro y Dangelo Díaz).
Al final y en algunos números muchos aplausos. Muy buena la actuación del coro del Teatro Ventidio Basso (preparado por Giovanni Farina) y la ejecución de la Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI.