Carmen en Buenos Aires
Julio 20, 2024. El Teatro Colón de Buenos Aires presentó, como novedad para Argentina, la puesta en escena de Carmen de Bizet ideada por Calixto Bieito y originalmente estrenada en el Festival Castell de Perelada en agosto de 1999, en una más que interesante noche de ópera.
El paso del tiempo desgastó probablemente las clásicas provocaciones de Bieito en su concepción y hoy la puesta luce razonable con un interesante movimiento escénico de cantantes y coro. La ubicación temporal en torno a los años del final del franquismo permite explorar una España de postal ya antigua, con sus corridas de toros, mujeres que van a la playa, militares autoritarios y proxenetas varios.
El planteo dramático es austero, con algunos elementos caprichosos o completamente innecesarios para la acción pero que en definitiva no molestan ni distraen. Con todo, las falencias y virtudes de esta concepción visual ya han sido marcadas por reseñas a lo largo del mundo en este cuarto de siglo y poco queda para agregar.
La concepción de Bieito fue bien repuesta por Yves Lenoir. La escenografía de Alfons Flores es simple: en el primer acto un mástil con la bandera española junto a una cabina telefónica; en el segundo un automóvil; en el tercero se ve el toro que usa como símbolo la marca Osborne junto varios destartalados automóviles; mientras que, en el cuarto, se ve simplemente el ciclorama y se marca un ruedo taurino en el suelo. Muy apropiada al concepto de la puesta la iluminación de Alberto Rodríguez Vega y en perfecto estilo y época el vestuario de Mercè Paloma.
La Orquesta Estable del Colón, dirigida por Kakhi Solomnishvili, realizó una muy buena faena sin estridencias y sin pifias. Quizás faltó algo de vuelo y algunos tiempos un poco más ágiles, pero fue una versión prolija y ajustada.
La joven mezzosoprano italiana Francesca di Sauro en el protagónico demostró su ascendente carrera, su sólida preparación y sus innegables condiciones. Su Carmen tiene la energía y belleza de su juventud, pero a la vez una suficiente madurez vocal para encararlo con potencia, con sutilezas, con estilo. No fuerza su instrumento en ningún momento, su registro homogéneo es de bellísimo color, tiene una depurada línea de canto y buen volumen para una sala de las dimensiones del Colón.
El tenor italiano Leonardo Caimi no decepcionó como Don José, pues conoce el personaje, que ha cantado en muchísimas ocasiones, y puede dotarlo de algunas sutilezas, medias voces y agudos en perfecto estilo francés como en la esperada “aria de la flor”. Con bello color con tintes baritonales, buena llegada al agudo y adecuado caudal, dio vida al torturado personaje.
El bajo español Simón Orfila, a la par de su excelente presencia escénica para el torero Escamillo, exhibió buen caudal y adecuada proyección. En un rol con demasiadas dificultades que hacen trastabillar a bajos y a barítonos, Orfila logró salir airoso por su profesionalismo, conocimiento de la parte y calidad vocal.
La argentina Jaquelina Livieri, de más que interesante carrera internacional, encaró esta Micaëla con su habitual compromiso y entrega, y logró descollar en el rol a su cargo.
Tanto Daniela Prado como Laura Polverini (Mercédès y Frasquita) demostraron que están preparadas para roles de mayor enjundia, tanto por la evidente calidad vocal como por presencia escénica y compromiso actoral.
Los Coros de adultos se escucharon preparados con esmerada corrección por Miguel Martínez a la vez que el de niños, que prepara Helena Cánepa, puso su cuota de frescura. Correcto sin más y con algún endeble francés el resto del elenco.