
Cavalleria rusticana y Pagliacci en Piacenza

Escena de Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni en Piacenza
Marzo 30, 2025. Al finalizar el siglo XIX, en un periodo de transición artística, los jóvenes compositores buscaban innovar y redefinir el lenguaje operístico. Fue en este contexto que, casi de manera fortuita, surgió el díptico más emblemático del teatro musical italiano y el prototipo por excelencia del verismo operístico: Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni y Pagliacci de Ruggero Leoncavallo. Ambas óperas, hoy consideradas obras maestras, marcaron en su momento el inicio de una nueva era para la ópera italiana.
Cuando Cavalleria ganó el concurso Sonzogno para óperas en un acto, Mascagni era aún un desconocido. Sin embargo, el éxito rotundo que la obra obtuvo en su estreno en el Teatro Costanzi de Roma el 17 de mayo de 1890 no tiene muchos precedentes en la historia del melodrama. La ópera sustituyó los héroes y nobles románticos por personajes del proletariado, con sentimientos intensos y crudos como el amor, la traición y la venganza. El joven compositor, con apenas 27 años, logró capturar estas emociones y traducirlas en un lenguaje musical directo y efectivo.
Un par de años después, el 22 de mayo de 1892, Pagliacci debutaba en Milán bajo la batuta de Arturo Toscanini. La trama, basada en un crimen pasional real ocurrido en Calabria y juzgado por el padre del compositor, ofrecía un drama más que convencional de celos y traición. Sin embargo, Leoncavallo introdujo un elemento de modernidad extraordinario: la disolución de la frontera entre la vida real y el teatro. Esta ambigüedad se expresa con gran fuerza en el famoso “Prólogo”, que actúa como una declaración de principios y preludia el tono de la obra.
Para rendir homenaje a este legendario dúo operístico, se ha llevado a cabo una coproducción entre los teatros de Sofía (Bulgaria), Módena, Rímini y Piacenza (Italia). La dirección escénica de ambos títulos estuvo a cargo de Plamen Kartaloff, director artístico de la Ópera Nacional de Sofía. Su propuesta ubica ambas óperas en el mismo espacio escénico, diseñado por Giacomo Andrico: a la izquierda, una ruina siciliana; a la derecha, cualquier pueblo del sur de Italia en miniatura, con casas y farolas que crean un ambiente acogedor. Cavalleria se desarrolla en una plaza al aire libre con las ruinas de fondo, mientras que en Pagliacci, la llegada de los artistas circenses transforma el mismo espacio en su escenario. Esta solución, además de pragmática en términos de producción, resultó ingeniosa y no afectó la coherencia dramática.
Ambos montajes respetaron el formato tradicional, una elección acertada dado que estas óperas, si no están muy bien justificadas, pueden fácilmente derivar en fracasos. La dirección de Kartaloff fue precisa e impecable, logrando una narrativa fluida y emotiva. El vestuario, diseñado por Nella Emil Dimitrova-Stoyanova, mantuvo la esencia rural y elegante en Cavalleria, mientras que en Pagliacci resaltó por su colorido y sofisticación, destacándose los coloridos trajes de Nedda, Beppe y Canio. La iluminación de Stefano Mazzanti fue particularmente efectiva en Cavalleria, con un tratamiento del amanecer y la puesta de sol que aportó intimidad a la puesta en escena.
Kartaloff imprimió su sello en la producción con detalles escénicos de gran impacto. En Cavalleria, la procesión fue sencilla pero conmovedora, y el desenlace se hizo aún más dramático al mostrar el cuerpo de Turiddu en brazos de su madre mientras caía el telón. En Pagliacci, la dirección se mantuvo fiel al libreto con una única variación: el “Prólogo” se interpretó con el telón abierto, una decisión fuera de la tradición pero que no generó conflictos en la puesta.
En la parte vocal, el gran triunfador de la noche fue sin duda, Angelo Villari, quien ofreció interpretaciones extraordinarias tanto de Turiddu como de Canio. Su voz robusta y su presencia escénica imponente captaron la esencia trágica de ambos personajes, desplegando un dramatismo avasallador sin descuidar la excelencia vocal. Su ‘Voi lo sapete, o mamma’ destacó por la potencia de su registro agudo y su refinado fraseo, mientras que su interpretación de ‘Vesti la giubba’ y el desenlace de Pagliacci consagraron al tenor siciliano como un artista ideal para este repertorio.
En el ámbito femenino, Teresa Romano brilló en Cavalleria con una Santuzza intensa y equilibrada, modulando con inteligencia la desesperación y el lirismo del personaje. Su voz cálida y robusta, sumada a una notable expresividad actoral, dio vida a una Santuzza apasionada y memorable. Su ‘Inneggiamo, il Signor non è morto’ fue sin duda su mejor momento. En Pagliacci, la soprano siciliana Daniela Schillaci encarnó una Nedda de gran presencia escénica y poder vocal, con una línea de canto elegante y sobreagudos cristalinos, destacando especialmente en ‘Qual fiamma avea nel guardo!’
Los villanos de ambas óperas, Alfio y Tonio, fueron interpretados por Ernesto Petti con gran impacto escénico, aunque con desigual resultado vocal. El barítono posee un registro vocal agudo portentoso, así como graves profundos, entonados y audibles, pero su centro careció de brillo. Su interpretación en Pagliacci mejoró conforme avanzaba la obra, logrando un resultado cada vez más convincente.
Por su parte, el baritono sudcoreano Hae Kang como Silvio fue uno de los puntos culminantes de la velada, logrando una interpretación íntima y conmovedora en su dúo ‘Non mi tentar!’ con Schillaci. Su voz, bien colocada y de dicción precisa, dejó una grata impresión. Giuseppe Infantino, en el papel de Beppe, ofreció una pulida versión de la serenata ‘O Colombina’, aunque su presencia en los conjuntos fue casi inaudible. La mezzosoprano Eleonora Filipponi encarnó una Mamma Lucia fuerte, tosca y expresiva con una gran musicalidad vocal, mientras que Francesca Cucuzza interpretó una Lola encantadora e igualmente consistente.
Al frente de la Orquesta dell’Emilia-Romagna “La Toscanini”, el maestro Aldo Sisillo propuso una lectura mesurada y académica del díptico. En Cavalleria, aceleró los tempi para mantener la tensión dramática, con excepción de los dúos ‘Ah! lo vedi, che hai tu detto’ y ‘Oh! Il Signore vi manda’, así como del célebre y muy aplaudido ‘Intermezzo’, que ejecutó con sensibilidad. En Pagliacci, el concertador napolitano aportó dinamismo a la partitura, reduciendo ciertos énfasis orquestales para lograr un tono más sobrio y auténtico, salvo en el clímax final, que ejecutó con espectacular intensidad. El Coro Lírico de Módena y el Coro Infantil del Teatro Municipal de Módena, dirigidos por Corrado Casati y Paolo Gattolin, respectivamente, ofrecieron una actuación decorosa, reforzando la potencia dramática del espectáculo.

Escena de Pagliacci de Ruggero Leoncavallo en Piacenza