Conciertos de Fauré y Mozart en San Francisco
Noviembre 17 y 23, 2024. A pesar de algunas dificultades que ha tenido que afrontar esta orquesta, como la renuncia de su director titular, el finlandés Esa Pekka Salonen, quien dejará su cargo al finalizar la presente temporada, y de algunas diferencias contractuales con el coro que en protesta decidió cancelar su participación en el Requiem de Verdi al inicio de la temporada, la San Francisco Symphony se sigue erigiendo como una agrupación musical sólida y continúa brindando ricos y variados programas.
Prueba de ello ocurrió en semanas consecutivas donde ofreció dos gratos conciertos, el primero de ellos encabezado por el Requiem en Re menor op. 48 de Gabriel Fauré (1845-1924), una de las obras más conocidas del compositor francés, quien la creó en plena madurez y que —a diferencia de otras obras similares— esta opta por una visión más tranquilizadora y pacífica sobre la muerte y el más allá.
Aquí Fauré sustituyó el Dies irae —que describe el juicio final o la ira de Dios— por el responsorio In Paradisum, que representa una visión reconfortante del cielo. La breve obra, dividida en siete movimientos y de alrededor de 40 minutos de duración, es una serena y calmada pieza en cada uno de sus movimientos. Aquí la participación del San Francisco Symphony Chorus, cuya titular es la maestra Jenny Wong, fue fundamental por su aporte, intensidad, sentimiento y los conmovedores pasajes en pianissimi que entrelazó con la resplandeciente y serena ejecución de la orquesta.
Los solistas cumplieron muy bien: la soprano Liv Redpath posee una voz ligera y dúctil adecuada para su parte, así como Michael Sumuel, quien con amplia voz baritonal confirió autoridad con pasión y efecto en sus intervenciones. Al frente de la orquesta y coro debutó el joven director japonés Kazuki Yamada, quien concertó con tempi lentos, que ocasionaron ciertos desfases e inconsistencias en las frases vocales y las texturas musicales. Sin embargo, en el balance general quedó la exquisitez y delicadeza de la partitura.
El concierto, cuyos temas comunes fueron la consolación y la comunión, contó con la radiante interpretación de la pianista francesa Hélène Grimaud, quien ejecutó el Concierto para piano en Sol mayor de Maurice Ravel (1875-1937), que fue compuesto, de acuerdo con el propio compositor, “en gran medida con el mismo espíritu que los de Mozart y Saint-Saëns, pero sin apuntar a la profundidad, al menos en su movimiento más lento”, en el que los oyentes pueden percibir tenues toques de jazz.
En este concierto también se escuchó el estreno estadounidense de la moderna pero breve pieza titulada Entwine, compuesta en el 2021 por el japonés Dai Fujikara (1977) durante la pandemia de Covid-19 y que simboliza el compartir y reunirse, algo que todos echamos de menos durante ese periodo.
Después de un reflexivo concierto, apenas una semana después, el 23 de noviembre, la orquesta pasó a la alegría y el gozo que transmite la música de Mozart en un concierto titulado Labadie conducts Mozart, bajo la conducción del director de orquesta canadiense Bernard Labadie, que tuvo como solista a la soprano inglesa Lucy Crowe, conocida por su interpretación de papeles en óperas de este compositor, pero especialmente de Händel, quien en su debut local ofreció algunas joyas poco conocidas del repertorio en italiano y en alemán del compositor austriaco.
Crowe cantó con sentimiento y nitidez vocal el Rondo ‘Giunse alfin il momento… Al desio di chi t’adora’, K.577, un aria que sustituyó a ‘De vieni non tardar’ en el montaje de Le nozze di Figaro realizado en agosto de 1789 en Viena para que la amante de Lorenzo Da Ponte, Adriana Ferrarese del Bene, quien cantó el papel de Susanna, tuviera un aria más imponente en la que los pasajes de bravura destacaran la habilidad virtuosa de la soprano.
Se escuchó también el aria ‘Ruhe sanft mein holdes Leben’ de Zaide, K.344, y por primera vez en esta sala de conciertos las arias ‘Schon lacht der holde Frühling’ y ‘Venga la morte… Non temer, amato bene’, la primera de las cuales fue una adaptación que hizo Mozart con la intención de incorporarla a una versión en alemán que finalmente no se llevó a cabo en Viena en 1789 de Il barbiere di Siviglia de Giovanni Paisiello, posiblemente para la escena de la lección de música; y la segunda fue otra aria compuesta para ser insertada en Idomeneo en una de las revisiones que Mozart realizó de esta obra, que consta de una escena y rondó para cantante con violín obbligato. Estas arias contrastan el júbilo y el dramatismo, con los tintes característicos de la música de Mozart.
Crowe interpretó estas arias con apego al estilo mozartiano, y se intercalaron entre las arias la obertura de La clemenza di Tito y Música para un funeral masónico en Do menor, K. 477/479ª, concluyendo con la Sinfonía no. 39 en Mi bemol mayor, K 543. Labadie dirigió de manera sobresaliente. Las veces anteriores que lo había visto dirigir me había parecido un conductor poco refinado, pero aquí mostró eficacia, seguridad y control de una reducida orquesta, a la que dio libertad de expresión, y tuvo consideración por la voz solista, a la que siguió con adecuado acompañamiento para redondear un concierto con un programa poco habitual para una orquesta sinfónica, pero pleno en recompensas y satisfacciones musicales para el público.