
Così fan tutte en Los Ángeles

Anthony León (Ferrando), Rod Gilfry (Don Alfonso) y Justin Austin (Guglielmo) en Così fan tutte de Mozart-Da Ponte en la Ópera de Los Ángeles © Cory Weaver
Marzo 22, 2025. Entre las nuevas programaciones de teatros como el Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles, está la escenificación de obras contemporáneos, principalmente de compositores estadounidenses, y algunos extranjeros: el siguiente título del teatro será Ainadamar del compositor argentino Osvaldo Golijov (1960-). También están programando musicales, galas de ópera y recitales, con el fin de abarcar a un mayor público, y han ido relegando paulatinamente títulos como Così fan tutte, obra conocida por ser parte de la trilogía Mozart-Daponte, que, si bien no se consideraría como uno de los títulos más conocidos del repertorio operístico tradicional, sí goza del interés del público y muchos teatros internacionales la programan con regularidad.
Esta ópera se había mantenido fuera del repertorio de la Ópera de Los Ángeles, y su reposición se debe al maestro James Conlon, quien el próximo año concluirá su gestión de 20 años como director musical del teatro, que además coincide con el 40 aniversario de la fundación de la compañía angelina, que inicialmente se llamó Los Angeles Music Center Opera, ya que su sede, el vetusto teatro Dorothy Chandler Pavilion, al igual que la sala de conciertos Walt Disney Concert Hall, cruzando la calle, y un par de teatros más, forman parte del complejo.
La última vez que se escucharon las notas de esta obra aquí fue cuando Così se programó para iniciar la temporada 2011-2012. En aquella ocasión dirigió también la orquesta el maestro Conlon. Trece años y medio después, y aunque la Filarmónica de Los Ángeles hizo su propia versión escénica en el 2014, volvió a escucharse la obra en el escenario del Pavilion.
A lo largo de ese tiempo las cosas han cambiado y para esta nueva producción se recurrió a un buen elenco de cantantes que combinan la juventud y el talento de unos, con la experiencia y tablas de otros, comenzando por el tenor Anthony León, nativo de esta región, quien mostró cualidades interesantes desde sus días como miembro del estudio del teatro, especialmente hace dos temporadas en su primer estelar, que fue Don Ottavio. Considerado un óptimo tenore di grazia de voz dúctil y grata, León cantó el papel de Ferrando de manera entusiasmante, pintando su desempeño vocal con amplios colores y matices. De igual manera, el barítono Justin Austin exhibió seguridad, claridad y elegancia escénica y vocal como Guglielmo; sin embargo, un detalle que les jugó en contra a ambos intérpretes fue la falta de espesor y cuerpo en sus respectivas voces, lo que comprometió su proyección, que de no haber sido por la pericia del maestro Conlon en su lectura, sus personajes hubiesen sido poco audibles durante diversos pasajes de la función.

Ana María Martínez (Despina), Rihab Chaieb (Dorabella) y Erica Petrocelli (Fiordiligi) © Cory Weaver
Por su parte, la soprano Erica Petrocelli, también ex alumna del estudio del teatro, agradó en el personaje de Fiordiligi. Su desenvolvimiento fue con naturalidad y franqueza en escena, sumado a su temple vocal, y a la nitidez y a la musicalidad de su voz, en sus arias, resaltó de manera positiva en escena. También la mezzosoprano canadiense Rihab Chaieb personificó y dignificó al personaje de Dorabella, a la que prestó su voz oscura, afelpada, dulce y suave.
La experiencia la aportaron el barítono Rod Gilfry, con una buena encarnación del viejo Don Alfonso, y aunque su voz es firme y segura, no sobresalió especialmente por ello, sino por su desempeño actoral, aunque por momentos parecía estar un poco hastiado; como también fue el caso de la Despina interpretada por la soprano Ana María Martínez, que sacó adelante y de manera plausible su personaje por las buenas cualidades canoras que posee, aunque no es una cantante que haya desarrollado una verve cómica a lo largo de su carrera, por lo que su personaje lució acartonado y carente del espíritu de animación, vivacidad y malicia que requiere.
Cabe señalar que, en la versión escuchada en esta función, y por elección del maestro Conlon, se restituyeron arias normalmente omitidas en escena, con el fin de presentar una versión más completa y fiel a la partitura, como las del segundo acto de Ferrando: ‘Ah, lo veggio!’ y ‘Tradito, schernito’; el aria del segundo acto de Dorabella ‘È amore un ladroncello’; y el aria de Guglielmo ‘Rivolgete a lui lo sguardo’, que fueron bien interpretadas por sus respectivos intérpretes.
La parte escénica del espectáculo estuvo bien cubierta por la vistosa producción ideada por el director de escena canadiense Michael Cavanagh, quien falleciera inesperadamente el año pasado, y que por encargo de la Ópera de San Francisco ideó las puestas en escena para su trilogía Mozart-Da Ponte, inspirándose en la arquitectura colonial americana de la región noroeste de los Estados Unidos, y cuyo elemento principal, presente en las tres óperas, es la fachada de mármol de una casa que se adecuó a cada título.
Cavanagh situó a Le nozze di Figaro en la época de la revolución estadounidense; Don Giovanni en el mismo lugar, pero en un futuro distópico; mientras que Così fan tutte se ubicó en un periodo intermedio, en los años 30 del siglo pasado, en el lujoso Country Club Wolfbridge, del cual Don Alfonso es el administrador, y los cuatro personajes principales son miembros, y hacen deporte, nadan, se asolean y juegan tenis y ping pong. Opulentos jardines, albercas y salones son parte de la escenografía, con imágenes de paisajes y bosques al fondo, o de atardeceres y amaneceres.
Durante algunas escenas se bajaba la cortina, y los personajes quedaban entre el proscenio y la cortina, reflexionando y cantando sus arias de manera íntima, mientras sobre la propia cortina se realizaban proyecciones de diseños arquitectónicos del club, o invitaciones a eventos. El encargado de la creación de la escenografía y las proyecciones, que fueron estrenadas en San Francisco en 2021, fue Erhard Horm; con los elegantes vestuarios alusivos a los años 30, y algunos algos, extravagantes, como los abrigos utilizados por los extraños jóvenes albaneses, creados por Constance Hoffmann; además de la buena iluminación —vital en este montaje— de Jane Cox.
De la dirección escénica se encargó Shawna Lacey, quien se basó en las directrices de Cavanagh, quien buscaba retratar una sociedad que acaba de atravesar por la gran depresión económica. Su visión actoral es directa, y los personajes son retratados como inexpertos, privilegiados, confiados, pero con defectos e inconscientes y aislados del mundo que los rodea, interesados solo en el materialismo y las apariencias, que los lleva a apostar, como si se tratase de un juego, a generalizar y controlar el comportamiento de las mujeres. En resumen, el montaje fue bien pensado, despertando interés y reflexión sobre los temas mencionados y otros más, sin olvidar la habitual dosis de comicidad, por momentos justa y en otros exagerada, y sin duda, aludiendo a los usuales clichés, algunos ya vistos, de los que muchos títulos como este parecen no poder alejarse o despojarse.
El coro mostró su profesionalismo y participación cuando fue requerido. Cuando cantaban en escena eran miembros del club que hacían uso de las instalaciones. En el podio, el maestro Conlon dirigió con entusiasmo y precisión. Al inicio de la ópera y desde la obertura, la sonoridad de la orquesta se escuchó errática, con notables desajustes y desfases y cierta lentitud, que fue recomponiendo en el transcurso de la función, acercándose a ese sonido orquestal tan característico y reconocible de las óperas de Mozart. En el balance, la función dejó muchas satisfacciones al público presente, a pesar de lo extensa que se hizo la función.