Das Rheingold en Milán

Escena de Das Rheingold de Richard Wagner en la Scala de Milán © Brescia e Amisano

 

Noviembre 3, 2024. A diez años de distancia, con el montaje de Das Rheingold, inició en el Teatro alla Scala una nueva producción de la Tetralogía (Der Ring des Nibelungen) de Richard Wagner (1813-1883), que concluirá la próxima temporada, para después ser repuesta con dos ciclos completos en el 2026. 

En principio, la batuta le fue confiada a uno de los máximos directores wagnerianos de la actualidad, Christian Thielemann, quien por motivos de salud tuvo que renunciar al primer capítulo, y después decidió abandonar el proyecto del todo. Se habló de desacuerdos relacionados con cuestiones políticas vinculadas al cambio de dirección artística del teatro. Dominique Meyer, con quien se concibió, compartió y desarrolló el proyecto wagneriano, permanecerá en el cargo de superintendente hasta el verano de 2025 y luego pasará la estafeta a Fortunato Ortombina. 

Por tanto, la batuta le fue ofrecida simultáneamente a Simone Young y a Alexander Soddy, ambos responsables de tres funciones cada uno de Das Rheingold, funciones distribuidas equitativamente también con las otras óperas: Die Walküre, Siegfried y Götterdämmerung. En el espectáculo al que asistí estuvo en el podio la directora australiana, hoy considerada una de las más confiables intérpretes wagnerianas en circulación, ya que las ha dirigido por todo el mundo, incluido Bayreuth. 

Simone Young dirigió a la orquesta scaligera de manera eficiente, pero no muy fantasiosa. Sin forzar mucho la mano sobre el peso fónico, Young dejó la impronta de su lectura con un estilo discursivo, bastante fluido, sin desdeñar los repliegues camerísticos y sin buscar una particular delicadeza tímbrica. El suyo fue un Rheingold desenvuelto y no enfático, caracterizado por seguridad en el gesto y en la precisión, pero que no ha encendido. 

Un poco de la desilusión provino de la parte visual encargada a David McVicar. El director de escena escocés situó su trabajo, probablemente, en la búsqueda de una nueva virginidad libre de ideologías, ambientaciones burguesas, psicoanálisis y demás, así que no hubo Regietheater como tal (¡por suerte, diría yo!), creando con sus colaboradores un mundo muy próximo al de la fantasía, utilizando imágenes y símbolos de diversas culturas, como también con un toque kitsch.

Pero los vestuarios parecieron un poco pegajosos, los movimientos un poco convencionales y, en general, la puesta en escena parecía ya haber sido vista, siendo al final más ilustrativa y caligráfica que un estímulo para pensar o debatir. Así, la escena del enano que roba el oro maldiciendo el amor para después ser saqueado el mismo, todo ello, fue en nombre de la arrogancia y de la sed de poder, quedó aquí una historia de fábula que parecía no excavar más allá de la superficie.

Pero El Anillo es todo menos un cuento de hadas, y en ese sentido este Rheingold, que es la primera obra, el Prólogo, de El anillo de los nibelungos, en conjunto resultó poco convincente desde el punto de vista de la dirección escénica. También es cierto que para dar una opinión completa y definitiva sobre toda la operación del Ring habrá que esperar a las otras tres jornadas en las que McVicar quizás podría sorprendernos con algo imprevisible o con algún cambio de rumbo. Quizás… 

El elenco elegido para esta producción fue formado por especialistas, comenzando con Michael Volle, que personificó un Wotan multifacético, mostrando nobleza tímbrica, cuidado en el fraseo, perfecta dicción, aunque por momento pareció estar un poco fatigado. Su antagonista tuvo en Ólafur Sigurdarson a un intérprete ideal, con voz bien impostada, tímbrica viril, robusta proyección, facilidad en el registro agudo tuvo el barítono islandés quien supo crear un Alberich irregular y siempre expresivo. 

Norbert Ernst cinceló un Loge que supo destacar con su óptima capacidad, con voz insinuante, esquiva y meliflua; mientras que el Mime de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke nunca sucumbió a la caricatura, sino que lo representó cantando, con una dicción perfecta y una línea de canto muy musical y refinada, de todas las notas contenidas en la partitura, algo para nada descontado para este papel.

Entre los dos gigantes estuvo mejor el Fasolt de Jongmir Park, sólido, sonoro y compuestamente conmovido, y Ain Anger no brilló particularmente en el papel de Fafner. Donner y Froh tuvieron en Andrè Schuen y Siyabonga Maqungo a dos óptimos intérpretes y técnicamente preparados, incisivo y de grato color el primero, y de timbre agradable y límpido el segundo. 

Convincente estuvo también Okka von der Damerau en el personaje de Fricka, evidenciando una voz bien impostada y fraseando con claridad y energía. Olga Bezsmertna fue una Freia luminosa, de timbre cristalino, y Christa Mayer, quien, a pesar de tener buenos medios vocales, pareció del punto de vista interpretativo un poco monocorde. 

Al final, las tres hijas del Rin: Woglinde, Wellgunde y Flosshilde, fueron interpretadas con gran armonía e intención por Andrea Carroll, Svetlina Stoyanova y Virginie Verrez, respectivamente. El ciclo continuará en febrero del 2025 con Die Walküre.

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