Der Rosenkavalier en Milán
Octubre 25, 2024. ¡Der Rosenkavalier y el Teatro alla Scala continúan siendo una unión vencedora! En el curso de los años, la historia milanesa de las representaciones de la obra maestra de Richard Strauss (1864-1949) se ha llenado de resultados que definirlos como memorables sería decir poco.
Der Rosenkavalier llegó a la Scala originalmente con libreto en versión italiana, allá por 1911, poco más de un mes después de su estreno en Dresde, y bajo la conducción de Tulio Serafin. Pero no tuvo un estreno muy feliz. Después de algunas reposiciones, siempre en italiano y bajo la batuta de Ettore Panizza, en 1952 ya finalmente en la versión original en lengua alemana, la ópera de Strauss tuvo un extraordinario triunfo iluminado por la histórica dirección de Herbert von Karajan y con un elenco absolutamente estelar: Elisabeth Schwarzkopf, Sena Jurinac, Lisa della Casa y Otto Edelmann.
Después de Karajan, en la sala del Piermarini y con el título straussiano se han turnado directores del calibre de Karl Böhm, Carlos Kleiber, Zubin Mehta, solo por citar algunos; y hoy ese valioso testimonio le fue confiado al director de la Berliner Philharmoniker, Kirill Petrenko, concertador que no suele viajar frecuentemente lejos de Berlín y, sobre todo, dirige muy pocas óperas líricas (la próxima, de hecho, lo hará con Madama Butterfly en abril del 2025 en Baden-Baden).
Por lo tanto, fue una ocasión extraordinaria la que la Scala ofreció a su propio público, como para otros que vinieron de todo el mundo para asistir a este evento; y Petrenko no traicionó las expectativas. El director mostró una fantástica maestría técnica, enunciando cada sonoridad estetizante como un fin en sí mismo. Desmontó y remontó a Der Rosenkavalier iluminando las piezas temáticas que constituyen su esqueleto, haciéndola viva e inexorablemente necesaria como una perfecta máquina bien aceitada. Nada pasó inobservado de la suntuosa (y muy complicada) partitura: cada motivo, cada seña temática, cada crujido rítmico, cada fragancia armónica estuvo ahí, tangible y frente a nuestros ojos, como pocas veces sucede. Y sin olvidar que Petrenko literalmente galvanizó a la Orquesta del Teatro alla Scala, que sonó de lo mejor en sus posibilidades, logrando una interpretación seguramente fundada en el análisis, pero supo transmitir maravillosamente poesía y belleza.
El espectáculo firmado por Harry Kupfer, nacido en Salzburgo en el 2014 y repuesto en esta ocasión por Derek Gimpel, es el mismo que ya había sido visto en Milán hace ocho años. Kupfer ambientó la ópera en una Viena en blanco y negro, mostrándola casi siempre con exteriores y claras referencias a notables lugares de la ciudad, todos reconocibles, como Hofburg, la Ringstrasse, Prater, sitios en los cuales la nostálgica y melancólica historia que envuelte a los protagonistas —aunque diría que a toda la sociedad de aquella época denominada Finis Austriae que fue admirablemente narrada en el libreto de Hugo von Hofmannsthal— y que encontró un espacio perfectamente idóneo para ser contada, vivida y comprendida.
En el sublime final, el escenario se abrió completamente para envolver al terceto de protagonistas en la naturaleza inmaculada del bosque vienés, naturaleza que soplaría para abrazarnos a todos en un velo de conmoción. El elenco organizado por la Scala fue de alto nivel, comenzando por Krassimira Stoyanova, una Mariscala técnicamente muy preparada, precioso timbre con variedad de colores crepusculares, de elegante emisión y con un fraseo muy refinado.
Impetuoso, altanero, aunque también turbado y excitado estuvo el Octavian interpretado por Kate Lindsey, quien mostró buena proyección vocal y facilidad para surgir en el registro agudo, aunque también por momentos esos sonidos tendieron a encogerse perdiendo un poco de armónicos.
Sabine Devieilhe personificó a Sophie, y no se podía esperar algo mejor en cuanto a gracia, pureza tímbrica y musicalidad, aunque también sus sobreagudos fueron emitidos con extrema naturalidad, facilidad y candor. Para Günther Groissböck, el Baron Ochs es un caballo de batalla. El bajo austriaco ha vivido el personaje a 360 grados, liberándose de ese estereotipo caricaturesco que frecuentemente lo ha caracterizado. Desbordante en escena, en general su desempeño vocal fue apreciable y alguna dureza en la zona aguda fue inteligentemente aprovechada para hacer al personaje un poco antipático e presumido.
Notable fue el Faninal de Michael Kraus, por su voz sana y robusta; y grato squillo tuvo Piero Pretti en el aria del tenor italiano ‘Di rigori armato il seno’. Adecuadamente intrigante, pero nunca excediendo la línea, estuvieron Tanja Arianne Baumgartner y Gerhard Siegel, como Annina y Valzacchi, mientras que Caroline Wenborne realizó con inquietud y una cierta afectación el papel de Marianne Leitmetzerin. La confiabilidad y la preparación de todos los papeles menores del elenco (y en sus pocas intervenciones, el Coro dirigido por Alberto Malazzi) contribuyeron al clamoroso éxito de esta producción.