
Die Entführung aus dem Serail en Trieste

Escena de El rapto en el serrallo de Mozart en el Teatro Verdi de Trieste © Fabio Parenzan
Enero 17, 2025. Hay innumerables cuestiones históricas en Die Entführung aus dem Serail (El rapto en el serrallo) de Wolfgang Amadeus Mozart, representada en el Teatro Verdi de Trieste. Está la cuestión turca: un tema de moda en la época, porque el miedo que habían generado hasta tiempo antes las invasiones otomanas (que habían llegado hasta Viena, superando las avanzadas de serbios y croatas, fieles servidores del imperio, incapaces de contenerlas) habían ya desaparecido.
Se esperaría que Bassa Selim, el pashá, fuera un personaje cruel y vengativo, pero Mozart lo convierte en un emblema de honestidad y justicia, una advertencia para los europeos que lo habían maltratado, a quienes responde con gracia. Para luego satisfacer la idea que todavía flotaba en el aire del oriental salvaje y brutal, entra en escena Osmin, el brusco guardián del harén que amenaza a cada paso con atravesar, empalar, exterminar a cualquier cristiano que se acercara: el truculento que, sin embargo, se deja apaciguar por una muchacha inglesa y se emborracha con los dos protagonistas de la historia, Belmonte y Pedrillo.
No faltan sufragistas adelantadas a su tiempo. La joven rubia hace alarde de sus orígenes ingleses, que le confieren la dignidad de la libertad y la independencia, y estamos apenas a finales del siglo XVIII. La familia de Mozart se mudó a la casa de Makartplatz, donde vivieron de 1773 a 1787, que fue transformada en museo: la “Casa del Maestro de Baile” (llamada así porque a partir de 1711 Lorenz Spöckner impartía clases de baile a los nobles para prepararlos para la vida de la corte). La casa donde nació en Getreidegasse se había quedado pequeña para recepciones sociales después del tercer viaje de Mozart a Viena. Sin embargo, en 1781 Mozart vivía principalmente en la capital austriaca, lo que le permitió conocer artistas y le ofreció muchos recursos.
Gottlieb Stephanie acababa de escribir un libreto, a su vez tomado de una obra de Christoph Friederich Bretzner, que se centra en la historia del generoso turco. Cuando pocos meses después el conde Franz Xaver Wolf Rosermberg-Orsini, director de los espectáculos de la corte, le solicitó a Mozart realizar una obra en lengua alemana, el compositor pretendía que Stephanie hiciera una profunda revisión a su obra, para lograr que tuviera una dramaturgia menos “ligera” que la original. Después de alrededor de un año, el libreto y la obra musical llegaron a su conclusión, y la ópera fue representada en el Burgtheater de Viena el 16 de julio de 1782.
Tuvo tal éxito con el público que fue repuesta varias veces. Probablemente se trate de la primera opereta de la historia, un Singspiel del que se originaron las obras de Offenbach, Suppè y Strauss casi un siglo después. La música contiene numerosos pasajes recitados, la historia está llena de intrigas, secuestros, subterfugios, enamoramientos con final feliz garantizado: dos parejas de sopranos y tenores, el noble más romántico, el más vivaz y verdadero plebeyo; un bajo feroz y verbalmente sanguinario, que acabará siendo el único perdedor en la trama amorosa.
Belmonte ama a Konstanze y su sirviente Pedrillo a la pequeña doncella Blonde. Selim tiene al brusco Osmin como guardián del harén. Las dos jóvenes son secuestradas por piratas y llevadas ante el pashá, quien se enamora perdidamente de Konstanze, mientras le entrega a Blonde a su guardián. Pedrillo y Belmonte van en busca de sus dos amadas: el primero finalmente los encuentra en la casa de playa de Selim, logra entrar y posteriormente consigue que su amo lo acepte, haciéndose pasar por un talentoso arquitecto. El plan estratégico de fugarse en barco fracasa, pero al final Selim les concederá la libertad, dejando al pobre Osmin en la ruina. El final de despedida fue bien ejecutado y es animado con un vodevil de los cuatro amantes que se despiden agradecidos.
Esta producción de El rapto en el serrallo en el Teatro Verdi de Trieste fue cantado en alemán y hablado en italiano, y tuvo muchos puntos de fortaleza, incluidos los bellos escenarios y el vestuario. Todo en colores muy vivos, y las tonalidades del mar que se reflejaban en los lujosos vestidos de Konstanze o el blanco deslumbrante del coro, los turbantes, los mantos del pashá cincelados en oro y piedras. Las escenas muestran primero la entrada vigilada a la suntuosa casa del turco, luego el interior agradablemente decorado, que recuerda a los cuentos de Las mil y una noches.
La dirección, las escenografías y el vestuario fueron diseñados por el director Ivan Stefanutti, mientras que la iluminación fue de Emanuele Agliati. Los artistas involucrados cantaron con maestría, se movieron y actuaron apropiadamente, si excluimos algunos acentos extranjeros, difíciles de eliminar. Briosa estuvo la vivaz interpretación de Maria Sardaryan en el papel de Blonde, como pequeño e impertinente estuvo también en su voz. La imponente presencia física de Andrea Silvestrelli, junto con su potente voz y su impecable actuación, convirtieron al personaje de Osmin en una de las mejores figuras del escenario. Sin quitarle nada a Ruzil Gatin (Belmonte) y a Anna Aglatova (Konstanze), quienes interpretaron los difíciles papeles de Mozart con hermosas voces y buena técnica.
Marcello Nardis demostró mucho brío en el papel de Pedrillo, y Giulio Cancelli hizo que el personaje de Selim fuera muy creíble: su tono autoritario siempre nos hizo pensar en un final terrible que se resolvió en una amable condescendencia y cortesía. La dirección de la Orquesta del Teatro Verdi estuvo confiada a la estrella del momento, la joven Beatrice Venezi, en quien durante unos días se enfocaron las críticas de los aficionados a la ópera, por haber abandonado el ensayo general para dirigir un concierto musical en el Politeama Rossetti. Probablemente hubo acuerdos específicos al respecto, pero a los melómanos no les gustó. Rubia y elegante, dirigió con ligereza los tres actos de la ópera, recibiendo al final, como todos, los aplausos del público. Hay dos intervenciones del Coro, previstas en la partitura de El rapto en el serrallo, entrando y saliendo en el primero y en el tercer actos, y fue bien dirigido por Paolo Longo.