
Die Zauberflöte en Nueva York

Thomas Oliemans (Papageno) y Ben Bliss (Tamino) en Die Zauberflöte de W. A. Mozart en el Met de Nueva York © Marty Sohl
Marzo 23, 2025. Con la reposición de la producción de Die Zauberflöte de Mozart, el Metropolitan Opera vuelve a la carga con un trabajo que, muy controvertido en su estreno dos temporadas atrás, busca imponerse y hacerse un lugar en la conservadora cartelera neoyorquina frente a un público poco propenso a salir de lo tradicional.
Carente de elementos fantásticos, la moderna puesta en escena, firmada por el polifacético director y coreógrafo inglés Simon McBurney, actualiza con tintes políticos la fábula de Emanuel Schikaneder, sobre la que se cimienta la trama de la ópera de Mozart, trasladándola a nuestros días y buscando humanizar a los personajes de modo que puedan ser reconocidos en nuestro cotidiano. El resultado final fue un trabajo atractivo, equilibrado y de buen ritmo teatral en donde interactúan en total armonía los cantantes, los músicos y el público, evidenciando un importante trabajo creativo previo y un profundo conocimiento de la obra.
En lo que marcaciones escénicas respecta, nada estuvo librado al azar. Los diseños de vestuario de Nicky Gillibrand reforzaron las ideas del regista, haciendo del príncipe Tamino un moderno joven en ropa deportiva, del pajarero Papageno un indigente, de la Reina de la noche una aguerrida viejita discapacitada y del sumo sacerdote Sarastro un CEO de alguna multinacional. Todo esto, sin alterar sustancialmente ni la trama ni los vínculos de poder entre los personajes.
El canadiense Michael Levine propuso, como única y austera escenografía, una plataforma central movible que con sus múltiples posiciones fue modificando la escena de acuerdo con los requerimientos de la acción. Integrados al espectáculo a cada lado del escenario, el artista visual Blake Haberman y la experta en “foley” Ruth Sullivan capitanearon con solvencia los efectos visuales y sonoros, respectivamente. Apuntalaron con sapiencia el logrado resultado final: el cuidadoso diseño de luces de Jean Kalman, las proyecciones video de Gareth Fry y las creativas coreografías del propio McBurney.
El elenco vocal no pudo resultar más adecuado. Como el príncipe Tamino, el tenor americano Ben Bliss lució su afinidad con el repertorio mozartiano ofreciendo una interpretación de rico lirismo, buen gusto, musicalidad y riguroso estilo. Con desbordante de carisma, infinidad de recursos histriónicos y unos medios vocales discretos, aunque bien pertrechados en lo técnico, el barítono neerlandés Thomas Oliemans creó un vendedor de pájaros Papageno deliciosamente encantador que poco tardó en poner a la audiencia a sus pies.
El bajo dinamarqués Stephen Milling concibió un Sarastro con unos medios de importantes y sonoras cualidades y una enorme autoridad escénica. Por su parte, el tenor austriaco Thomas Ebenstein delineó un lascivo servidor Monostatos muy idóneo con una voz que con frecuencia tiende a nasalizarse. Notable desempeño del bajo-barítono chino Shenyang como el Orador.
El reparto femenino no se quedó atrás. Como la sufrida Pamina, la soprano sudafricana Golda Schultz hizo una interpretación modélica con una voz aterciopelada, amplia, homogénea y perfectamente controlada. Celebradísima, su aria ‘Ach ich fuhl’s’ fue toda una lección de canto y expresividad. Perfecta en su cometido, la soprano americana Katheryn Lewek exhibió precisión, agilidad y un buen bagaje técnico en cada una las endiabladas arias que le exigió la parte de la Reina de la noche. A pesar de sus buenas intenciones, la soprano Magdalena Kuzma ofreció solo corrección como la pajarera Papagena.
El trío de “acosadoras” damas compuesto por Alexandra Shiner, Olivia Vote y Tamara Mumford resultaron muy oficiosas y graciosas, lo mismo que los tres niños genios, convertidos aquí en tres viejitos decrépitos, bien preparados y afinados. El coro de la casa fue solvente, aunque podría esperar su desempeño aún mejor.
Al frente de la orquesta de la casa y desde un foso elevado, el joven y talentoso director americano Evan Rogister, quien pareció divertirse a más poder e infundió de energía y entusiasmo a todos los intérpretes, hizo una lectura muy correcta, de ágiles ritmos, bien concertada y espontánea, aunque algo poco rigurosa de estilo.