Die Zauberflöte en Piacenza

Leonor Bonilla (Pamina) y Antonio Mandrillo (Tamino) en Die Zauberflöte de Wolfgang Amadeus Mozart en el Teatro Municipale di Piacenza © Gianni Cravedi

 

Abril 13, 2025. Emanuel Schikaneder, prolífico comediante teatral, cantante y hábil gestor musical, propuso a Mozart la creación de un nuevo Singspiel (forma de teatro musical en alemán que alterna partes habladas sin acompañamiento musical) como respuesta a la persistente hegemonía de la ópera italiana, que había dominado durante demasiado tiempo los escenarios europeos.

La brillante intuición del empresario, como destaca Mattia Marino Merlo en las notas al programa, fue acudir al propio Mozart —quien, paradójicamente, tanto había contribuido al esplendor de la ópera italiana— y proponerle un libreto inédito, elaborado por el mismo Schikaneder a partir de diversas fuentes exóticas. Además, le ofreció un alojamiento cercano al Theater auf der Wieden, donde se llevarían a cabo los ensayos y las funciones.

Así nació, en 1791 y a pocos meses de la muerte del genio de Salzburgo, la última gran obra maestra de Mozart: La flauta mágica. Pero este título no es solo una fábula mágica o un cuento de entretenimiento popular. Desde su exitoso estreno, marcó un hito en la ópera alemana, estableciendo las bases de un nuevo teatro musical. 

Luego de incursionar en este género alemán con Bastien und Bastienne (1768), Zaide (1780), Die Entführung aus dem Serail (1782) y Der Schauspieldirektor (1786), con Die Zauberflöte Mozart aportó ideas innovadoras y logró combinar tragedia y comedia, solemnidad y ligereza, en un Singspiel revolucionario que entrelaza el lenguaje sencillo de los cuentos con una densa carga simbólica y moral vinculada al universo masónico.

En coproducción con el Teatro Comunale di Ferrara, el Teatro Municipale di Piacenza presentó una nueva producción de esta compleja obra mozartiana. La dirección escénica recayó en Marco Bellussi, quien situó la acción en una “atmósfera onírica” oscura y de tono misterioso: un entorno ideal para la reflexión y el conocimiento. Las partes habladas se tradujeron al italiano, mientras que las secciones musicales se mantuvieron en alemán. Lamentablemente, el ritmo del espectáculo resultó atropellado: las escenas se percibían aisladas y poco conectadas entre sí, lo que, unido al cambio de idiomas, dificultó la concentración del público a medida que avanzaba la función.

Los momentos solemnes —como la escena inicial (donde Bellussi reemplazó la serpiente por el contenido de un libro), las apariciones de Sarastro con los sacerdotes o la escena de las pruebas— fueron acertadamente tratados, transmitiendo la seriedad requerida. Sin embargo, las escenas cómicas, especialmente las protagonizadas por Papageno, resultaron planas y carentes de gracia. En situaciones tan divertidas como el intento de suicidio del hombre pájaro, o el quinteto: ‘Hm! Hm! Hm!’, con el candado en la boca, el público no llegó siquiera a esbozar una sonrisa.

En el escenario, concebido como una caja negra, Matteo Paoletti Frazato colocó sobre una plataforma giratoria tres libreros repletos de material antiguo que acompañaron toda la función: una clara alusión al periodo de la Ilustración, al saber sin límites y a los elementos triples recurrentes en la obra —como las tres damas, los tres niños, las tres pruebas—, alusiones evidentes a la simbología masónica. 

Los sobrios y elegantes vestuarios de Elisa Cobello evocaron la Europa del norte del siglo XVII, con la excepción del traje tirolés de Papageno. El diseño de luces de Marco Cazzola realzó tanto la belleza de las estanterías como las proyecciones en video de Fabio Massimo Iaquone, que complementaron visualmente la acción escénica desde la obertura hasta el final de la función.

Desde el foso, Massimo Raccanelli dirigió a la Orchestra Città di Ferrara con incuestionable conocimiento del estilo mozartiano, evidenciado en los finales secos y su fidelidad absoluta a la partitura (de la edición Bärenreiter). Los tempi fueron académicamente precisos, las dinámicas expresivas y el volumen minuciosamente controlado, y permitió al director destacar al frente de la orquesta. Aunque el también violoncelista centró su atención en los instrumentistas —algo poco habitual en los directores de ópera—, no descuidó nunca a los cantantes: les dio entradas claras, siguió el texto con los labios y les ofreció constantes indicaciones.

Una triunfadora de la noche fue Leonor Bonilla como Pamina. La soprano sevillana deslumbró con una vocalidad poderosa y clara en los agudos, línea de canto elegante y un color cálido. Su interpretación, profundamente emotiva, culminó en una sobrecogedora versión de ‘Ach, ich fühl’s’ que le valió calurosos aplausos. Su Tamino, interpretado por Antonio Mandrillo, cumplió con solvencia el papel de príncipe valeroso. El tenor italiano, de vocalidad interesante, tuvo momentos algo rígidos y apagados, aunque logró destacar en el aria ‘Dies Bildnis’ gracias a un fraseo correcto y una emisión cuidada.

Claudia Urru no se quedó atrás, con una Reina de la noche simplemente impecable. La soprano italiana exhibió una coloratura inmaculada, sobreagudos limpios, afinados, precisos y con gran proyección. Aunque la decisión escénica de mantenerla inmóvil sobre un librero para sus arias fue más que ineficaz. Su ejecución de ‘O zittre nicht’ fue magistral y anticipó el éxito rotundo de ‘Der Hölle Rache’, donde fue justamente ovacionada. En contraste, Dmitrii Grigorev como Sarastro ofreció una de las interpretaciones más desafortunadas de la noche. El bajo ruso se mostró claramente por debajo del nivel de sus colegas: voz engolada, dicción incomprensible, graves inaudibles y desafinados, agudos calados. Una decepción, considerando que la fórmula “bajo + ruso” suele ser sinónimo de excelencia.

 

Gianluca Failla (Papageno) con las Tres damas © Gianni Cravedi

 

El Papageno de Gianluca Failla tuvo mejor fortuna. A pesar de la regia poco inteligente, interpretó el personaje con simpatía y dinamismo. El barítono siciliano mostró un bello registro central, línea de canto vivaz y una condición física envidiable: saltaba, corría y cargaba a sus compañeras sin perder afinación o fatigarse. Sus dos arias, y especialmente el dúo con Papagena —interpretada con gracia, comicidad y buena técnica vocal por Alessandra Adorno—fueron de los momentos más aplaudidos de la noche. Igualmente efectiva y musical la interpretación de Lorenzo Martelli como el malvado Monostatos, con gran presencia teatral.

Las Tres damas, interpretadas por Gesua Gallifoco, Silvia Caliò y Janessa Shae O’Hearn, brillaron por su armonía, refinamiento y energía escénica en cada intervención. A su altura estuvieron los tres jovencísimos y talentosos genios: Khloe Kurti, Lorenzo Pigozzo y Giovanni Maria Zanini, seguros, afinados y musicalmente sólidos, evidencia clara de un trabajo minucioso y atento.

No menos relevantes fueron los papeles secundarios, todos interpretados con esmero y calidad: Gianluca Convertino compuso un Orador autoritario y bien perfilado, mientras que el barítono Giulio Riccò y el tenor Carlo Enrico Confalonieri, como Primeros y Segundos sacerdotes y soldados, ofrecieron destacadas actuaciones vocales y escénicas, aportando fuerza a roles usualmente marginales.

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