
Don Carlo en Múnich

Escena del «auto da fe» en Don Carlo de Giuseppe Verdi en la Bayerische Staatsoper © Geoffroy Schied
Mayo 17, 2025. El Bayerische Staatstheater, como hacen todos los de la zona germánica reutiliza sus producciones, rentabilizándolas aunque muchas no sean muy maravillosas que digamos. A veces, además, valen la pena. Esto ocurre en el caso de este Don Carlo puesto en escena por Jürgen Rose, que es una buena producción de un título difícil porque trabaja mucho con los personajes sobre un marco escénico y de vestuario razonables, si no siempre superlativos.
Los conflictos individuales están bien resueltos, tal vez menos las grandes escenas de conjunto y los coros, y en pocos momentos se ve algo que contradice el texto o causa perplejidad o confusión. Las tres funciones se habían confiado a la batuta de Zubin Mehta, algo tal vez riesgoso a estas alturas: lógicamente, canceló con no demasiada anticipación. La elección del croata Ivan Repušić, que dirige mucho o bastante en estos lugares, fue lógica y resultó muy aplaudida. El director tiene oficio, aunque ha privilegiado una lectura bastante plana y sin sobresaltos basada sobre todo en el forte y en tiempos a veces inexplicablemente lentos. Por fortuna, la orquesta de la casa es magnífica y el sonido fue inmejorable; no hubo algo así como “interpretación”, pero todo estuvo más o menos en su sitio. Muy bien el coro preparado por Christoph Heil.
Es prácticamente imposible reunir para una función en cualquier lugar un reparto uniformemente adecuado a las dificultades de la obra. El problema de encontrar un tenor totalmente adecuado para el papel titular —al menos de nombre— es por lo general un rompecabezas. Stephen Costello es un tenor lírico de buena figura y agudo fijo. Para abordar el rol abre centro y grave y el color entre registros cambia. Lo mejor lo dio en los dos últimos actos. Rachel Willis-Soerensen es una voz importante, con tendencia a gritar o crecer los agudos, un grave poco grato y forzado y con medias voces justas, o más bien escasas para la reina Elisabetta. La actuación de la soprano y el tenor fue genérica y convencional.
Ekaterina Semenchuk partió a cantar a Zúrich y en su lugar se presentó como Eboli Yulia Matochkina, quien realizó una labor convincente, aunque el timbre es más bien mate y la emisión muchas veces gutural, pero dio todas las notas en forma segura, y el personaje funcionó después de la canción del velo. George Petean es un barítono de importantes recursos, seguro… y sumamente monótono en el fraseo, que es siempre el mismo para la parte que sea. Todos los principales son personajes nobles (al menos por su posición; Posa lo es también por carácter y convicción).
Para los personajes “episódicos” (aunque tienen lo suyo que cantar y en un caso al menos que decir y hacer) del Gran Inquisidor y el misterioso Monje de principio y fin hay siempre que confiar en la Divina Providencia o el Azar o la Fortuna. El Monje de Roman Chabaranok es sonoro y de bello timbre, pero el grave está casi ausente. Aunque Dmitry Belosselskiy tampoco posea todas las notas profundas del mefistofélico Inquisidor, presenta no obstante un volumen y un color en el centro y agudo que compensan, lo mismo que su interpretación.
Si el viaje tuvo sentido pena fue por el rey de España, el personaje más ambiguo y contradictorio de la ópera. Espero no equivocarme, pero creo que el debut de Erwin Schrott en el papel será recordado. No tanto porque fue quien más aplausos obtuvo tras su aria y al final (todos fueron muy aplaudidos, y nunca me ha parecido la duración y/o intensidad el aplauso un elemento que haya que tomar en cuenta más allá de consignarlo): el rol estaba perfectamente controlado en lo vocal (voz bella y poderosa, pero sin falsos efectos ni fáciles complacencias destinadas a impresionar ojos y oídos), clarísima la dicción y un fraseo con la intención justa en cada caso, con el sentido exacto de gesto y movimientos (el encuentro con el Inquisidor y luego con la reina y su hijo en el mismo acto fue un prodigio: nótese que en esta versión en cinco actos, en principio la de Módena, se ha agregado asimismo el lamento sobre el cadáver de Rodrigo en el acto cuarto).
Los otros papeles menores fueron cubiertos de forma correcta o al menos discreta. La sala estaba atestada y muy atenta, salvo las inevitables toses en los momentos en que más daño pueden hacer.