
Don Giovanni en Berlín

Hubert Zapiór como un Don Giovanni bisexual, con Bruno de Sá (don Elviro) y su contraparte, la mezzosoprano Virginie Verrez © Christina Kratsch
Mayo 17, 2025. ¿Ha pensado alguna vez el lector que el rol de Donna Elvira debería ser interpretado por un soprano masculino que se llama “Don Elviro”? ¿Por qué? ¿Simplemente porque es posible? ¿Importa que la voz no tenga la capacidad de sortear toda la intrincada coloratura ni la calidez de una soprano femenina, como es debido?
Claro que, si se quisiera sugerir que a Don Giovanni le gustan tanto mujeres como hombres, tendría cierto sentido, pero lamentablemente la ópera no lo sugiere en absoluto, sino todo lo contrario.
Al igual que en su divertidísima y bien ensayada Le nozze di Figaro del año pasado, el director de escena ruso Kirill Serebrennikov creó para la Komische Oper de Berlín una divertida puesta durante la obertura: “Todo gira en torno a la muerte”, nos dice en el programa de mano. En lugar de actos, los llama “bardos” (expresión budista que significa un estado entre la muerte y el renacer); y las escenas son “sueños”.
Don Giovanni está muerto dentro de un ataúd abierto y durante la obertura entran los dolientes. Uno de ellos comprueba con un pequeño espejo que está realmente muerto y… el resto se lo pueden imaginar. No lo está. Hay pandemónium. Sigue una comedia física extremadamente bien ensayada con Don Giovanni, que termina vivo en una cama de hospital. Por suerte, en este hospital trabajan tanto Zerlina como Masetto. La acción se desarrolla al revés, desde su muerte hasta el motivo de su muerte.
“Don Elviro” aparece vestido de negro junto con una atractiva acompañante femenina, como un dúo. Ella es perfecta, él no. Por cierto, aunque muere, el Comendador reaparece hasta el final de la ópera con un micrófono, deteniendo la acción y recitando todo tipo de basura pseudofilosófica “profunda”, como si el texto de Lorenzo Da Ponte no fuera lo suficientemente bueno. Algunas de las frases exageradas del Comendador provienen de El libro tibetano de la muerte. La ópera no termina con su habitual allegro assai, sino con el Réquiem de Mozart, una obra sublime por sí sola y que aquí resulta completamente fuera de lugar.
Por cierto, y para poner fin a esta tortura, se eliminó ‘Il mio tesoro’ de Don Ottavio, pero hubo tiempo suficiente para mostrar una pancarta explicando que se había eliminado debido a los recortes artísticos en Berlín… aunque, obviamente, quedaba suficiente presupuesto para permitir la innecesaria escena del afeitado entre Leporello y Zerlina.
Así fue esta velada, que me hizo preguntarme por qué permitimos que la gente se meta con tales tesoros. Si se encarcela a la gente por lanzar una lata de sopa a un cuadro, ¿no deberíamos tratar estas producciones de la misma manera? Aunque estén extremadamente bien presentadas, ensayadas y sean divertidas en muchos aspectos. De las tres óperas de Mozart y Da Ponte, Così fan tutte fue la única con la que Serebrennikov dio en el clavo. Había suficiente creatividad y sentido, sin destruir la esencia principal. Tanto su Le nozze di Figaro como este Don Giovanni son egocentrismos indefendibles que no aportan nada al mundo operístico, sino que, de hecho, lo perjudican.
El 17 de mayo, de voz fresca, ágil y súper flexible, el barítono polaco Hubert Zapiór interpretó a Don Giovanni; el bajo-barítono italiano Tommaso Barea fue un Leporello de tamaño similar, intercambiando ropas budistas con su maestro. Cantó bien también, aunque las palabras no tuvieran mucho sentido en el contexto visual. La soprano rumana Adela Zaharia tiene una voz potente y espléndida, quizás demasiado potente para Donna Anna; estuvo bien en ‘Or sai chi l’onore’, una pieza de bravura, pero se quedó corta en afinación y coloratura en ‘Ah si, ben mio’, que es lo opuesto.
No hubo problemas para el Don Ottavio del tenor argentino Agustín Gómez, un tenor mozartiano bien controlado que ofreció una excelente ‘Dalla sua pace’. Esperaba disfrutar de ‘Il mio tesoro’, pero se lo privó para hacer una broma política barata. El sopranista brasileño Bruno de Sá es un excelente soprano masculino, y hay muchos papeles para su tipo de voz. Donna Elvira no es uno de ellos.
La soprano griega Penny Sofroniadou fue una insolente Zerlina, cantando con total control y belleza de voz; el bajo alemán Philipp Meierhöfer fue un Masetto más maduro, de voz clara y buena dicción. Actuó con compostura y la diferencia de edad hizo a Zerlina más receptiva a insinuaciones externas. El bajo belga Tijl Faveyts personificó al Comendador y la mezzosoprano francesa Virginie Verrez estuvo excelente como la contraparte de “Don Elviro”.
No me convenció la dirección del estadounidense James Gaffigan: la obertura sonó agresiva y pesada con timbales exagerados. Su única virtud fueron los tempi rápidos. En general, hubo momentos en los que uno podía reírse a carcajadas, fue así de divertido, y el resto… bueno… Todo giraba en torno a la muerte de Don Giovanni, y al final está muerto. Al menos en este caso sabemos quién lo mató.