Ermione en Pésaro
Agosto 9, 2024. La antigua Adriatic Arena, en la periferia de la ciudad de Pésaro y con notable capacidad, este año ha sido reservada para Il barbiere di Siviglia y esta Ermione (1819) que ha revivido gracias al Festival, y cuya modernidad no deja de asombrar a cada nuevo contacto.
Osar presentar el título es no solo signo de audacia, sino de declaradas convicciones artísticas, y cabe felicitar a quienes toman la decisión de enfrentarse a ella. No habiendo podido ir a la reciente reposición de Nápoles, y con solo en mi haber una discutible ejecución en forma de concierto en Bruselas, esta vez he logrado comprender por qué es un título que fascina incluso cuando se hace mal.
Pero cuando se hace extraordinariamente en lo musical, como en este caso, puede convertirse en una experiencia artística única. Y el artífice ha sido, cómo no, Michele Mariotti que, nacido en Pésaro y con una frecuente y magnífica actividad aquí, ha volado luego en otras direcciones geográficas y artísticas. Lo que el todavía joven maestro ha hecho no solo lo pone a la cabeza de su generación, sino que le permite codearse con los grandes nombres de las batutas, italianas y extranjeras, que lo han precedido. Su labor al frente de la excelente orquesta de la Rai, galvanizada además por su batuta, dio el tono y, si hubo algún problema musical, lo minimizó o lo neutralizó, y lo que nos expuso fue un fresco sonoro y dramático en el que el silencio formaba parte de la música y el trabajo sobre los importantes recitativos era evidente.
La protagonista exaltada y contradictoria de la soprano Anastasia Bartoli (salvo algún grave forzado en los recitativos) fue excelente por todo concepto. A su mismo nivel estuvo el furioso y enfurecido Pirro del tenor Enea Scala (salvo algún agudo estridente o forzado en el dúo con Andromaca en el segundo acto), que no solo se limitó a su gran escena del primer acto.
El tenor Juan Diego Flórez no será tal vez hoy la voz ideal para Oreste (algunos echaron de menos agilidades y adornos; yo no puedo juzgar), pero es un maestro de técnica y estilo, la voz es bella aún, y si acaso le faltó más consistencia o incisividad para la importante escena final, en conjunto fue una prestación relevante. Buena, o muy buena, la Andromaca (un tanto maltratada por el autor) de la mezzosoprano Victoria Yarovaya, quizás en algún momento con una emisión algo “eslava”, pero segura y con la voz para la parte.
Interesantísimo el Fenicio del bajo-barítono Michael Mofidian, creo que llamado a más altos destinos, rossinianos o no, y bueno el Pilade del tenor Antonio Mandrillo (otro de esos roles ingratos, como el Yago de Otello). Muy buena la Cleone de la mezzosoprano Martiniana Antonie (confidente de Ermione) y bien Paola Leguizamón en Cefisa (confidente de Andromaca). Muy en carácter el confidente de Pirro, Attalo, en voz del tenor Tianxuefei Sun. Y extraordinaria, la labor del coro del Teatro Ventidio Basso, preparado siempre por Giovanni Farina.
La puesta en escena —novedad absoluta— lleva la firma de Johannes Erath, que recibió algunas protestas, pero más aplausos. Como ya fue el caso de su Les Troyens de Colonia, no participo del entusiasmo por sus hallazgos o ideas (las defiende bien en coloquio, pero no las veo traducidas en la escena ni para mí se desprenden de música y palabras del excelente libreto de Tottola sobre la tragedia de Racine, Andromaque, a su vez basada en la homónima de Eurípides), pero sin duda es una producción no arbitraria dentro de su lógica o sus parámetros.
Proyecciones videográficas, luces de neón, vestimentas modernas, simbolismos más o menos claros, relevantes o no, un Amor que está presente desde el principio hasta que casi al final lo matan, y da lugar a la escena menos lograda para mí, el magnífico duettino de Fenicio y Pilade. Pero digamos que, con algún desnivel, esta función me ha resultado histórica.