Ernelinde en Oslo

Ernelinde, princesse de Norvège, de Philidor, en concierto en la Ópera Nacional de Oslo

Junio 24, 2024. Solo los aficionados al ajedrez recuerdan a Philidor, cuyo tratado publicado a los 22 años le dio fama mundial. Como el héroe del inolvidable Barry Lyndon, la vida de François-André Danican Philidor (1726-1795) es toda una aventura, con viajes a las cortes más brillantes de la Ilustración europea y sólidas amistades con mentes como Diderot e incluso el gran Federico II de Prusia. 

Celebrado como prodigio del ajedrez, Philidor fue tambien una de fugaz estrella del firmamento musical francés. Fue duramente criticado en su tiempo por su “manía” de aderezar sus composiciones con elementos abiertamente italianos. A pesar de estas suspicacias, en 1767 la conservadora Académie Royale de Musique le encargo la ópera Ernelinde, princesse de Norvège.

Pasando por alto las críticas de sus contemporáneos, esta ópera es sencillamente maravillosa. Es uno de los escasos ejemplos que rompen el estilo restrictivo impuesto por los gustos anticuados del rey Luis XIV. Philidor se arriesgó a poner música a un libreto adaptado de La fede tradita, e vendicata de Francesco Silvani (ca. 1660-1724), que ya se había sido adaptado en numerosas ocasiones. 

Desde la obertura se reconoce inmediatamente el estilo dinámico y concertante de Philidor y queda clara la revolución que proponía en el escenario operístico del absolutismo. La ornamentación, la armonía y el fraseo dan la impresión de estar escuchando música vinculada a los maestros de la Escuela de Mannheim, así como a los de una generación posterior, como Johann Christian Bach e Ignaz Holzbauer. 

Philidor aprendió mucho en sus viajes de Carl Heinrich Graun en Berlín, de George Friedrich Händel en Londres y, sin duda, de Francesco Geminiani. No olvidemos que en 1767, Christoph Wilibald Gluck aún componía para la corte de Viena y su reforma de la ópera francesa no llegaría hasta casi 10 años después. Con Ernelinde, Philidor impuso el sabor musical italiano con toda su plenitud. Ernelinde no es una ópera francesa, sino una ópera italiana en francés.

Aparte de los conjuntos y la obertura, hay tres arias de rara belleza, una del príncipe Sandomir, otra del terrible Ricimer y una escena de Ernelinde digna de la famosa Scena di Berenice, adaptada por una pléyade de compositores de Hasse a Haydn. 

Martin Wåhlberg, al frente de Orkester Nord

Podríamos escribir páginas y páginas sobre esta obra, restituida a su forma original de 1767 gracias a Martin Wåhlberg y su Orkester Nord, una orquesta noruega que toca con instrumentos históricos. Orkester Nord y Martin Wåhlberg han grabado obras de Grétry, Mozart, Duni y Pfleger. Con Ernelinde, continúan su exploración de obras raras del repertorio europeo en colaboración, para esta producción, con el Centre de Musique Baroque de Versailles, que ha aportado un elenco vocal muy versado en el repertorio francés.

Orkester Nord está totalmente en su elemento en la atrevidamente intrincada escritura de Philidor, navegando con facilidad y precisión. Wåhlberg sabe controlar perfectamente los tempi, llevándonos a un mundo emocionante e inesperado. Nos complace constatar la fuerza dramática que emerge de la partitura gracias a la excelencia de los músicos en todas las secciones. El sonido orquestal generoso, construido con gran esmero y fidelidad, pone en relieve el estilo cosmopolita.

La soprano holandesa Judith van Wanroij nos ha acostumbrado a sus papeles de tragedienne en los grandes papeles de la ópera francesa. Su voz conserva la potencia habitual, pero aparece desconectada de este objeto híbrido. En cuanto al tenor flamenco Reinoud van Mechelen, ya no necesita demostrar su inmenso talento y la belleza de su instrumento. Sin embargo, en esta forma italiana, mucho más cercana al joven Mozart que de Rameau, no parece encontrarse a gusto y también nos deja algo perplejos.

Por otra parte, el precioso palisandro de la Ópera de Oslo fue un escenario glorioso para el soberbio Ricimer del francés Matthieu Lécroart. Preciso, exacto en las candenzas, con gran elegancia de fraseo sin sacrificar la dinámica, el bajo-barítono supo llevar a las alturas este papel complejo. Del mismo modo, el barítono francés Thomas Dolié, siempre perfecto, nos deleita sea cual sea la obra.

Al final de los tres actos de esta Ernelinde, los pasos distraídos sobre el mármol brillante de la Ópera de Oslo nos llevaron bajo el sol brillando en su esplendor a las 9 de la noche. En su reflejo tras las olas del Báltico se desdibuja la brizna de fuego que traza el camino de las aves marinas por encima de las islas boscosas y la promesa del Atlántico. Ernelinde ha regresado a su patria ancestral, a pocos pasos metros de aquel sol de púrpura y granito rosado que Edvard Munch hizo estallar en mil promesas de un verano infinito.

Orkester Nord & Martin Wåhlberg

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