
Eugenio Oneguin en Milán

Dmitry Ulyanov (Gremin), Aida Garifullina (Tatiana) y Alexey Markov (Eugenio) en Eugenio Oneguin de Chaikovski en la Scala de Milán © Brescia e Amisano
Marzo 5, 2025. Con una controvertida puesta en escena volvió a la Scala la obra maestra de Piotr Ilich Chaikovski, Eugenio Oneguin. La última vez que se presentó en Milán fue en 2009 con una producción del Teatro Bolshoi de Moscú bajo la batuta de Alexander Vedernikov y la dirección escénica de Dmitri Tcherniakov, que tuvo un gran éxito.
En esta ocasión fue Mario Martone quien se encargó de curar la parte escénica del espectáculo mientras que la dirección musical le fue confiada a Timur Zangiev, joven director nacido en Osetia hace 30 años, y ya conocido por el público scaligero porque en el 2022 fue llamado a sustituir en La dama de picas (Pikovaja Dama), también de Chaikovski, a Valeri Gergiev, quien fue relevado por la dirección artística del teatro por su cercanía con Vladimir Putin al inicio del conflicto ruso-ucraniano.
Martone situó la trama del libreto en nuestros días con una atención particular a referencias naturalistas. La acción se desarrolló casi completamente al aire libre con evidentes evocaciones del campo ruso, entre el calor estival y el hielo invernal, entre árboles y atardeceres, aunque se vio también el sol y la luna, con los eventos desarrollándose bajo cielos amplios, cambiantes y caprichosos. Tatiana vive en una especie de casa-cubo llena de libros. Su guarida, su refugio, es el lugar de la memoria y de la esperanza, el lugar del sueño y de la ilusión, un lugar donde ella permanece fatalmente atrapada.
La historia del libreto fue hecha por el director napolitano con inmediatez narrativa, a pesar de alguna elección un poco arriesgada: por ejemplo, la idea de hacer que la Polonesa con la que inicia el tercer acto se hiciera con la cortina cerrada, y con el baile que le sigue vislumbrándose a través de una cortina roja con las sombras de los bailarines a contraluz, no pareció del todo convincente; y fue aún más problemático sustituir, al final del segundo acto, el clásico duelo entre Onegin y Lensky con una ruleta rusa.
Pero incluso el escenario al aire libre del segundo acto parecía demasiado folclórico y un poco fuera de contexto. Tatiana vive casi prisionera en una jaula que, si bien por un lado la protege del vacío y la frivolidad del mundo, por otro tiende a aislarla. En cambio, fue apropiada la trágica conclusión de la ópera en la que Martone esbozó a los dos protagonistas, Tatiana y Oneguin, en un escenario desnudo, delimitado por un fondo negro que terminó por tragarse al final a Tatiana. Estamos en el ajuste de cuentas, un ajuste de cuentas interno que no puede ser cambiado de ninguna manera por el entorno circundante, y que de hecho fue eliminado por completo por Martone.
Zangiev dirigió de modo eficiente, con profesionalismo, pero sin esa personalidad necesaria para alzar la temperatura emotiva de la partitura, partitura que fue ofrecida de manera plana, sin particular movilidad del fraseo y con algunos desfases, en un par de momentos corales, entre el foso y el escenario.
Aquí tampoco brilló el elenco vocal. Aida Garifullina, muy atractiva en escena, hizo el papel de Tatiana con una voz algo pequeña, un timbre ordinario, con una pobreza de legato en la línea de canto y una emisión que no fue siempre homogénea. Alexey Markov habría tenido todos los papeles en regla en cuanto a color vocal y presencia escénica para personificar mejor al protagonista de la obra, de no ser por una cierta dureza en el registro agudo y un fraseo un poco genérico que limitaron su desempeño.
Por su parte, Dmitry Korchak mostró una óptima técnica y musicalidad, y fue un Lenski muy musical, pulido, cincelado, dinámicamente muy variado y de convincente proyección vocal. Uno de los pocos momentos emocionantes (quizás el único) de la función fue ‘Kuda, kuda, kuda vi udalilis’ (‘¿Dónde, dónde, dónde has ido?’), su magnifica aria que precede el fatal duelo con el que concluye el segundo acto.
Dmitry Ulyanov encarnó al príncipe Gremin en un modo un poco anónimo, con un timbre oscuro y áspero, y con una emisión no muy refinada; al igual que Julia Gertseva, que fue una Filíppievna de sobresaliente voz pero con una emisión vocal discontinua. Adecuados, aunque sin particulares destellos, estuvieron los demás intérpretes como Elmina Hasan (Olga), Alisa Kolosova (Lárina) y Yaroslav Abaimov (Triquet), y fue muy eficaz el desempeño del Coro del Teatro alla Scala que dirige Alberto Malazzi.
En resumen, se trató de un Eugenio Oneguin rutinario que, pienso, será olvidado muy pronto.