Fidelio en Nueva York

Lise Davidsen (Leonora), David Butt Philip (Florestan) y René Pape (Rocco) en Fidelio de Ludwig van Beethoven en el Metropolitan Opera de Nueva York © Karen Almond

 

Marzo 12, 2025. Título habitual de la cartelera del Metropolitan Opera de Nueva York, se presentó una vez más la ópera Fidelio, única incursión de Ludwig van Beethoven en el género operístico, en la conocida producción del alemán Jürgen Flimm y con un reparto vocal tan homogéneo como efectivo. 

Estrella indiscutible de la lírica actual y debutando la parte de Leonora en este escenario, Lise Davidsen cosechó otro estrepitoso triunfo en una parte que pareció escrita especialmente para ella. Con una voz cálida, vigorosa, homogénea, precisa en los agudos, aunque menos en el centro y algo deficiente en los graves, la soprano noruega dio vida a una abnegada protagonista dispuesta a todo por liberar a su esposo de la prisión, en una caracterización de enorme fuerza, heroísmo y compromiso. 

Su monólogo ‘Abscheulicher! Wo eilst du hin?’ (‘¡Oh, abominable! ¿A dónde te diriges?’), cantado con insolente facilidad y sorteando todos los obstáculos sin el menor esfuerzo, fue un buen ejemplo de sus apabullantes medios vocales. 

No se quedó atrás —y compartió aplausos finales con la diva nórdica— el joven tenor inglés David Butt Philip, quien concibió un muy bien plantado prisionero político Florestan que se metió al publico en el bolsillo gracias a un interminable Sol comenzado en un susurro, continuado en piano y terminado in crescendo con el que dio inicio al aria ‘Gott! Welch Dunkel hier!’ (‘¡Dios! ¡Qué oscuridad hay aquí!’), dejando al público en shock. 

Con una voz lírica de bellísimo esmalte, rica en armónicos, generosa musicalidad y depurada técnica, el tenor supo además revelarse como un intérprete comprometido con su parte, a la que dotó de un canto pleno de emoción y nobleza. Impresionante, la exaltación amorosa del ‘O namenlose Freude’ (‘¡Oh, alegría sin nombre!’), donde los protagonistas unieron sus voces, fue el zénit vocal de la noche y unos de los momentos más celebrados por la audiencia. 

Otro lujo de la velada resultó contar con Tomasz Konieczny como el cínico, corrupto e inhumano alcalde de la prisión Don Pizarro, personaje al que el bajo-barítono polaco sirvió magistralmente con una voz oscura, dúctil, perfectamente proyectada y al que definió con gran profundidad psicológica. 

Con inconmensurable oficio y una voz que, a pesar del paso del tiempo, no ha perdido su calidad de antaño, el veterano bajo alemán René Pape compuso un excepcional guardián de la prisión Rocco de gran humanidad, pero también de acentos gruñones, al que cinceló con infinidad de detalles y acentos. El otro bajo, el danés Stephen Milling, cumplió con corrección y benevolencia su cometido como el ministro del rey Don Fernando. 

En cuando a la parejita de enamorados, la soprano china Ying Fang, graduada del programa Lindemann para jóvenes cantantes de la casa, fue una Marzelline de voz cristalina y angelical, cuyo canto, frío como un tempano y carente de toda sensualidad o encanto, no sedujo a nadie. Por su parte, el tenor alemán Magnus Dietrich, en su debut en la casa, reveló ser un intérprete interesante, aunque quizás la parte del insistente enamorado Jaquino no sea la más apropiada para lucir lo mejor de su instrumento. Aun así, dejó escuchar una bonita voz de tenor ligero, bien timbrada y de canto expresivo. 

Correctos, en sus breves intervenciones, el tenor Jonghyun Park (primer prisionero) y el bajo-barítono Jeongcheol Cha (segundo prisionero). El coro de la casa tuvo una buena noche y nada impidió que se luciera en el famoso coro de los prisioneros ‘O, welche Lust!…’ (‘¡Oh, qué delicia, respirar el aire libre a nuestro alrededor!’), aunque se espera más de su flamante nuevo director Tilman Michael.

Al frente de la orquesta de la casa, resultó muy grato reencontrar a la directora finlandesa Susanna Mälkki, quien, con pulso justo, dejó respirar a la música y reveló toda la expresividad de la partitura, ofreciendo una lectura clásica, de sonidos y texturas exquisitamente cuidadas, plena de espontaneidad y contrastes. 

La producción que firmó para la casa el director de escena alemán Jürgen Flimm hace ya un cuarto de siglo, si bien permitió el desarrollo de la acción sin mayores contratiempos, pidió a gritos su jubilación. En esta propuesta escénica, la acción se trasladó de Sevilla de finales del siglo XVII a una prisión en algún sitio impreciso a mediados del siglo XX sin alterar por ello substancialmente la trama. Extremadamente estática, la dirección escénica cumplió con lo justo, sin más, pudiendo haber sido infinitamente mejor, sobre todo en lo que al manejo de las escenas de conjunto y de las masas corales se refiere. Lo mismo corrió para la no siempre competente iluminación de Duane Schuler. Apuntalaron un poco el desangelado espectáculo visual la dinámica escenografía de Robert Israel y el cuidado vestuario de Florence von Gerkan.

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