Giuditta en Estrasburgo

Melody Louledjian (Giuditta) y Thomas Bettinger (Octavio) en la operetta de Franz Lehár en Estrasburgo © Klara Beck

 

Mayo 16, 2025. La Opéra National du Rhin ha presentado en versión francesa Giuditta (1934) la última opereta del autor austríaco Franz Lehár. La obra trata de los difíciles amores de una artista de circo y cabaret y un músico enrolado —no se sabe bien por qué— en la Legión Extranjera Francesa. 

La conclusión, negativa, es más lúgubre que la misma muerte: el desinterés final de él por ella. Paul Knepler y Fritz Löhner-Beda, los libretistas, sacaron gran parte de la historia y en particular el personaje de su protagonista de mademoiselle Amy Jolly, interpretada por Marlene Dietrich en la película Marruecos (1930). Sígase diciendo que la tal película estaba basada en una novela del prolífico compositor y libretista de films Benno Vigny: Amy Jolly, die Frau aus Marrakesch (Amy Jolly, la mujer de Marrakech), publicada en 1927. Conclúyase precisando que el autor de la novela quiso plasmar en ella la relación personal habida en sus años mozos con una artista de varietés (llamada realmente Amy Jolly), alcohólica, toxicómana, prostituta, venida de París a los bajos fondos de Marruecos al final de la Primera Guerra Mundial.

Por supuesto, los libretistas borraron las partes sórdidas de la vida de Amy Jolly y la transformaron (como Marlene Dietrich en la película) en una artista de cabaret sin más. El compositor pudo así adaptar con mayor facilidad su música de profunda ligereza a la sombría historia, sin olvidarse por momentos —solo por momentos— de dar razón del ambiente oriental con pasodobles y habaneras… de hecho, más bien español. Por lo demás, la parte cantada rezuma de bellas canciones, dúos y números de conjunto dignos de las obras mejor conocidas del autor. Insiste él en particular en el tema (algo facilón, pero de gran eficacia dramática) ‘Sur mes lèvres se brûle ton coeur’ (‘Sobre mis labios arde tu corazón’). 

Pierre-André Weitz añadió a su trabajo bien conocido de escenógrafo y modisto el de director de escena. Si bien en la introducción creó un mágico momento de circo, orientó mayormente la escenografía hacia el cabaret. Ello dio una magnífica ocasión para que actores vocalmente secundarios en la obra pudiesen mostrar —y lo mostraron— de cuánto eran capaces para crear el ambiente de fondo indispensable para la justa comprensión de lo que allí se estaba tramando. 

 

Escena de la producción de Pierre-André Weitz de Giuditta para la Opéra National du Rhin © Klara Beck

 

Aunque todos ellos representaron varios roles, cítese cada uno en su papel principal (a nuestros ojos): Rodolphe Briand, siempre excesivo, fue esta vez un Maître d’Hôtel serio y eficaz. El también veterano Nicolas Rivenq marcó entusiasmo por Amy Jolly en el personaje de Lord Barrimore. Jacques Verzier se mostró irresistible como Cévenol; Christophe Gay fue un Ibrahim inefable, como lo fueron Sissi Duparc en Lolitta o Pierre Lebon en el atlético y desopilante Camarero. Para dar mejor crédito a las escenas de cabaret, añadió el director no menos de cinco bailarines y acróbatas que ejecutaron sus cometidos con particular eficacia.

Mucho se pidió a Melody Louledjian para interpretar el complejo role de Giuditta. La joven soprano cantó y bailó, con la fuerza y la convicción de una artista de music-hall. Su emisión vocal fue clara y generosa, muy a gusto en el registro agudo. No se necesitaron los títulos para comprender lo que cantaba. Dramáticamente convincente en las escenas amorosas con Octavio, y razonablemente provocadora en las de baile. A su lado Thomas Bettinger fue un Octavio apasionado que supo, al final, dar bien la impresión de que el cansancio acumulado por las fatigas de su vida le impulsaba (sin gran convicción) a renunciar a la continuación de la aventura con Amy Jolly. Vocalmente brillaron sus agudos, redondos como soles, y su emisión fue potente, precisa, algo ácida por momentos, segura.

Sandrina Buendía (Anita) y Sahy Ratia (Séraphin) formaron la contra-pareja, que vivía en un mundo sin ningún problema, o tal vez solamente el de saber cuándo se iba a celebrar la boda. Sus diálogos, luminosos y positivos, fueron interpretados de la mejor manera posible.  

Thomas Rösner al frente de la orquesta de la casa supo dar al César lo que le correspondía y pues alternó con ciencia y arte las partes ligeras de la partitura con los momentos más dramáticos y, sin caer en un romanticismo cursi (el peligro era inminente), dio fe de la sensibilidad de la música del maestro austriaco. Apláudase al coro dirigido por Hendrick Haas, por su aporte vocal y dramático a la noche lírica.

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