Giulio Cesare en Barcelona

Julie Fuchs (Cleopatra) y Xavier Sabata (Giulio Cesare) en la ópera de Georg Friedrich Händel en el Teatre Liceu de Barcelona © David Ruano

 

Junio 3, 2025. Así se anuncia, pomposamente, la nueva producción de Calixto Bieito de la obra maestra de Georg Friedrich Händel para el Teatre del Liceu de Barcelona, que retoma varios clichés del discutido director de escena: “Nueva mirada a Julio César”. 

Un cubo metálico que gira, se abre, se ilumina, sobre el que se proyectan jeroglíficos a veces y otras suben (con una oportuna soga de protección) los personajes (en dos de los tres casos no se entiende para qué; el primero, de César, puede estar justificado). No hay aria que valga para el movimiento perpetuo que necesita el director (que supongo que cree que lo necesita el público… y tal vez una parte del respetable lo necesite), de modo que cuando hay pocos en escena canta uno, pero hay tres (o cuatro). 

Por supuesto está también el elemento hemoglobínico, en este caso facilitado por el degüello de Pompeyo, cuya cabeza y adyacencias son amorosa o furiosamente laceradas por familiares y enemigos. También al final, la ex-zombie viuda Cornelia recupera la vitalidad a la vista del cadáver de Tolomeo, al que somete al mismo suplicio después de muerto como había hecho él con su consorte. 

Dejo de lado cualquier consideración sobre la historia oficial de Roma, que es la que supone el libreto porque ya se sabe que no pueden crear cortapisas a la libertad creadora. Lo que aún no sé cómo interpretar, aparte de como un guiño al tempestuoso debut en la ópera de Bieito aquí mismo, con un “célebre” (no tanto por lo musical) Ballo in maschera verdiano que comenzaba con los cortesanos-diputados sentados en inodoros (por lo de las cloacas del poder, creo recordar). Aquí los tales objetos reaparecen, pero al final, como sendos regalos para César y Cleopatra, pero son de oro, y como estamos en democracia, todos los demás (vivos y muertos) son obsequiados con el suyo propio, al que alguien usa para vomitar y otros para guardar un álbum de fotos o valorar sus dimensiones. Otro día sigo.

La parte musical tuvo su punto de referencia en el admirable trabajo de William Christie que, con parte de sus músicos y otros de la orquesta del Liceu, logró no solo un sonido barroco auténtico, sin renunciar a sonoridades amplias, y dirigió con una vitalidad, un conocimiento y una alegría en algunos casos que fue un placer ver, pero que no bastó para que todo rayara al mismo nivel. Es que no todos los solistas estuvieron —cosa siempre difícil— al mismo nivel. 

Como la misma expresión de felicidad de Christie indicaba si todos hubieran sido como Julie Fuchs en Cleopatra (buena figura, actuación, canto ejemplar), ni nos habríamos enterado de la puesta en escena. Las otras dos intérpretes femeninas estuvieron en buena línea: Teresa Iervolino como Cornelia no es contralto (vaya alguien a encontrar tal rareza hoy) y se vio muy exigida en los graves, pero cantó bien y en estilo (sobre su interpretación, que fue la que se le marcó, no abro juicio). La mezzosoprano Helen Charlston fue un buen Sesto. No me quejaré yo de ver a una mezzo en travesti a cambio de otro contratenor más, aunque la voz no es especialmente bella y resulta algo tirante en el agudo (en especial en las arias “exaltadas”; mucho mejor en las “reflexivas”).

Los papeles masculinos más breves y graves fueron —de lejos— los mejores. Si el Achilla del excelente bajo José Antonio López pudo contar con sus dos arias y se movió de forma meritoria, quedaron ganas de escuchar en papel más importante que Curio (solo recitativos) al joven y dinámico barítono Jan Antem.

Y luego están los contratenores. Tres. Probablemente el más homogéneo —aunque monótono y estereotipado— haya sido vocalmente Cameron Shahbazi en Tolomeo. Alberto Miguélez Rouco en Nireno me habría causado mejor impresión (buenas dotes actorales y buenos recitativos) si no hubiera cantado muy modestamente su única aria, donde el talento escénico no llegó a compensar los límites vocales.

Xavier Sabata tiene aquí muchos entusiastas y defensores. La voz siempre ha sido ingrata y poco homogénea, pero ahora aparece destimbrada, opaca, limitada en volumen, corta de respiración y con un grave “natural” que choca más que antes. Es muy buen actor, extraordinario incluso, pero todos hemos escuchado contratenores (por no hablar de barítonos y mezzos) y sabemos que Julio César debe sonar de otra manera (también aparentar, pero de eso no tiene la culpa el cantante). 

En una situación que se repite y no me parece halagüeña, los huecos entre el público (además de los que desaparecieron tras el primer acto y medio) son evidentes en las localidades altas. Mucho aplauso al final y durante algunas de las arias (en general, las que más consenso generaron fueron las de Fuchs hacia el final).

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