Hamlet en Montreal
Octubre 19, 2024. Con la exhumación de la ópera Hamlet de Ambroise Thomas, la Ópera de Montreal presentó un título injustamente olvidado que cayó en un relativo olvido desde su apogeo en el siglo XIX, y que atestigua la riqueza del repertorio operístico francés.
La rica partitura de Thomas encontró en el director canadiense Jacques Lacombe y en los músicos de la Orquesta Métropolitain a unos intérpretes de lujo que, con notable precisión y variedad de colores, expusieron la opulencia orquestal de la partitura de Thomas.
Vocalmente, la representación estuvo dominada por la soprano canadiense Sarah Dufresne, cuya interpretación de Ophélie fue una lección magistral de arte vocal. Su timbre cristalino y su coloratura precisa y controlada cautivaron al público, especialmente durante la legendaria escena de la locura. A través de un fraseo matizado y a pesar de una dicción francesa a veces imprecisa, Dufresne, quien está en el inicio de una prometedora carrera, no solo hizo una demostración de destreza vocal, sino que retrató con contundencia la conmovedora inocencia y la desesperación de su personaje.
Desafortunadamente, el tenor canadiense Elliot Madore resultó menos convincente como el príncipe danés Hamlet. Si bien supo dotar a su personaje de gran intensidad dramática, su canto presentó problemas de proyección, un esmalte poco atractivo y una irregular dicción francesa que, sumada a sus notables errores de pronunciación, hicieron que su caracterización quedara eclipsada frente al resto del solvente elenco.
La oficiosa mezzosoprano francesa Karine Deshayes aportó una descomunal presencia escénica y gran calidez vocal al papel de la reina Gertrude. Con unos imponentes medios vocales, el bajo-barítono canadiense Nathan Berg presentó un Claudius, actual rey de Dinamarca y tío del protagonista, engañoso y corrupto.
Por su parte, el bajo canadiense Alain Coulombe estuvo a cargo de la parte del Fantasma del difunto rey y el tenor canadiense Antoine Bélanger fue un Laërte de timbre vibrante y dúctil y muy solvente presencia escénica. El Coro de la Ópera de Montreal ofreció una actuación excepcional. Sus poderosas voces y su impecable coordinación aumentaron el impacto dramático de la producción.
La ingeniosa dirección de Alain Gauthier equilibró el ritmo lento del drama con una narración visual muy dinámica. Añadió escenas no escritas durante los interludios orquestales, como a Gertrude y Claudius presentando sus respetos ante la tumba del difunto rey, elecciones que enriquecieron la narrativa y mantuvieron la tensión dramática. Un momento insólito fue la interpretación de la muerte de Ofelia. En lugar de hundirse en un lago, como se muestra en el libreto, se la muestra ascendiendo a los cielos, evocando una trascendencia espiritual similar a la de Marguerite en Faust de Gounod.
Los decorados de Frédérick Ouellet, que consistían en imponentes muros oxidados que evocaban el industrialismo, sirvieron como metáfora visual de la dinámica de poder en declive del castillo de Elseneur. Aunque los decorados resultaron llamativos, parecían desconectados de los trajes oscuros de la diseñadora Sarah Balleux, que se remontaban más a la época de Shakespeare. Con sus más y sus menos, esta reposición de la ópera de Thomas fue un logro importante para la Ópera de Montreal, primero reivindicando una obra maestra olvidada; y, en segundo lugar, revelando el extraordinario potencial de jóvenes talentos locales como el de Sarah Dufresne y Antoine Bélanger.