Hamlet en Turín

John Osborn como Hamlet, de Ambroise Thomas, en el Teatro Regio di Torino © Daniele Ratti/Mattia Gaido

 

Mayo 24, 2025. Hamlet, de Ambroise Thomas (1811-1896), es una ópera en cinco actos con libreto de Michel Carré y Jules Barbier, inspirada en la tragedia homónima de William Shakespeare. Su primera representación tuvo lugar en la Ópera de París en 1868 y, desde entonces, si bien en un modo discontinuo, el título se presenta en las temporadas operísticas de todo el mundo. 

Hamlet fue representado por primera vez en Italia en el Teatro Regio de Turín en 2001, en la versión original francesa, con Ludovic Tézier y Annick Massis. Sin embargo, esta nueva versión es un estreno absoluto, ya que de hecho se trata de la primera representación escénica de la versión inicialmente concebida para tenor y que después fue rehecha para barítono, quizás por la ausencia de un intérprete considerado ideal. 

La ópera conserva el tema principal del drama shakesperiano, como la venganza y el tormento interior de Hamlet, pero presenta también algunas diferencias, entre las cuales está la eliminación natural de personajes y episodios, un mayor interés por la inspiración romántica de la historia, y, sobre todo, la presencia de un final alternativo —diré antiético— respecto del original. 

El libreto de la ópera no termina con la muerte de Hamlet, sino con su coronación. En realidad, en esta producción se rehace en un cierto modo como el borrador shakesperiano recuperando la muerte del héroe. Ambroise Thomas apuntó sus propios recursos hacia la intensidad emotiva de los personajes y, reflexionando con el estilo de la grand-opéra francesa del siglo XIX, combinó drama y lirismo con una rica orquestación, valorizando tanto los momentos de intensidad introspectiva como recurriendo a los típicos tableaux vivants. Sin embargo, el ballet en esta edición, que precede a la escena de la locura de Ophélie en el cuarto acto, fue eliminado. 

El espectáculo, ideado por Jacopo Spirei, en un nuevo montaje del Teatro Regio de Turín, se distinguió por el respeto convenido al libreto, con las refinadas escenografías de Gary McCann, los suntuosos vestuarios al estilo del siglo XIX de Giada Masi, la iluminación bien calibrada y eficaz de Fiammetta Baldisseri y las apropiadas y nunca invasivas coreografías firmadas por Ron Howell. 

Desarrollado con cuidado, se mostró cercano a la evolución de las situaciones y fue psicológicamente profundo, presentando un protagonista perturbado y alienado desde su ingreso en la escena. La narración ha subrayado los estilos introspectivos con notables sugestiones psicoanalíticas ligadas a su infancia, acompañándolo así en un viaje interior que no podía más que concluir de manera trágica. 

Además, se debe señalar como los lujosos ambientes hacen que venga un poco a la memoria la célebre película de Kenneth Branagh, de 1996, una de las mejores adaptaciones cinematográficas del drama shakesperiano. De notable impacto escénica fue la pantomima con el que concluyó el segundo acto en el que la compañía de teatro representa “Le meurtre de Gonzague”, un homicidio que recuerda fuertemente el del padre de Hamlet por parte de su hermano Claudius Enormi Pupazzi hecho por figurantes, inquietantes y amenazadores, que invadieron el escenario como espectros listos para juzgar y para vengar. 

También la ejecución de la parte musical se mostró con notable factura, comenzando por la dirección de Jérémie Rhorer. El director parisino concertó con gran competencia estilística, demostrando un extraordinario conocimiento de la partitura y evidenciando los aspectos trágicos y románticos con una gestualidad precisa. Teatralmente cercana, su lectura, segura y consciente, supo extraer lo mejor de la Orchestra del Teatro Regio. 

Valioso fue el elenco elegido, empezando por el tenor John Osborn en el papel del protagonista Hamlet, quien cantó con elegancia bien transportada. Su fina técnica le permitió gestionar con bravura las dificultades de su parte. Sabiendo ser engreído (‘Ô vin, dissipe la tristesse’), y más íntimamente afligido (‘J’ai pu frapper le misérable… Être ou ne pas’). Su Hamlet convenció plenamente también desde el punto de vista caracterial.

 

Sara Blanch (Ophélie) en la escena de la locura de la ópera Hamlet © Daniele Ratti y Mattia Gaido

 

A la vez estuvo convincente la Ophélie de Sara Blanch, una verdadera revelación. La soprano española estuvo vocalmente segura y conmovedora en su escena, mostrando notable facilidad para afrontar la coloratura (en su escena de locura), y sobre todo, plenitud en el timbre, lo que le permitió ser poéticamente expresiva. 

Clémentine Margaine interpretó una Gertrude de notable impacto, con una bella voz de mezzosoprano, bruñida y de rara potencia. En el papel de Claudius, Riccardo Zanellato estuvo muy seguro. Cabe mencionar al musical Laërte de Julien Henric y al Espectro de Alastair Miles, con presencia vocal y esculpido fraseo. 

Se deben señalar también los apreciables desempeños de Alexander Marev (Marcellus), Tomislav Lavoie (Horatio), Nicolò Donini (Polonius), Janusz Nosek y Maciej Kwasnikowki (como el primero y el segundo sepultureros, respectivamente). El Coro del Teatro Regio, muy solicitado en esta ópera, estuvo preparado y vocalmente determinado, bajo la habitual capacidad de Ulisse Trabacchi.

 

Riccardo Zanellato (Claudius) y Clementine Margaine (Gertrude) © Daniele Ratti-Mattia Gaido

Compartir: