Hänsel und Gretel en Berlín

Escena de Hänsel und Gretel de Engelbert Humperdinck en la Komische Oper de Berlín

 

Enero 25, 2025. Mientras continúan las renovaciones del edificio original de la Komische Oper, en Behrenstrasse, la compañía utiliza diferentes edificios. Uno de ellos es el Teatro Schiller, también utilizado por la Staatsoper durante sus renovaciones. 

El cuento de hadas imperecedero de los hermanos Grimm sirvió como base para que Adelheid Wette escribiera un libreto para una de las obras más populares del repertorio alemán. Generalmente se representa en Navidad y Año Nuevo, pero también sirve para que los padres aventureros traigan a sus hijos a saborear la ópera y tal vez adquieran el gusto por ella. 

Para la presentación del 25 de enero, la siguiente generación de aficionados a la ópera estaba viva y coleando y llenó el Teatro Schiller hasta el tope con niños ruidosos y curiosos que se sentían como en casa corriendo por los pasillos y las escaleras. En Alemania, ello es posible porque las entradas para la ópera, incluso en los teatros más elegantes, no cuestan un ojo de la cara y una familia entera puede ir y disfrutar de una buena noche sin arruinarse. 

Esta vez, la producción estuvo a cargo de una actriz y cantante alemana muy conocida y querida, Dagmar Manzel, que ha creado varios papeles en las operetas berlinesas montadas por Barrie Kosky, como Die Perlen von Cleopatra y Ball im Savoy. Con escenografía de Korbinian Schmidt, vestuario de Victoria Behr y coreografía de Christoph Jonas, Manzel creó una atmósfera mágica, encantadora, flexible e ingeniosa para que los personajes actuaran y el público disfrutara sin concesiones. Todo funcionó como un reloj, la dirección de escena fue sencilla para que los niños y el público supieran que se trataba de un cuento de hadas.

Susan Zarrabi fue la juguetona Hänsel, con tendencia a ser glotona y también perezosa. Gretel fue Alma Sadé, más disciplinada, menos desordenada, pero ¡vaya pareja en escena! Sí, claro, es una ópera en la que es difícil equivocarse, pero se puede hacer demasiado cursi o demasiado seria y en ambos casos fracasa. También hay que tener cuidado porque no es una ópera para niños, sino con niños, y si se hace con cuidado y respeto para que los niños pueden disfrutarla. Así fue en el Schiller. 

Los decorados eran tan sencillos, con árboles habitados por actores para que se movieran e hicieran cosas que uno no espera que hagan los árboles, pero todo esto es parte del encanto, ¿no? Enormes hojas amarillas colgaban de la parte superior, la parte de atrás era casi negra, solo una casa muy pequeña con una ventana para que una gran jarra con leche se sentara en el alféizar y cayera y se rompiera en pedazos, siendo este entonces el paso inicial de una madre decepcionada y desesperada para enviar a sus hijos al bosque habitado por la bruja.

Tanto Ulrike Helzel como Gertrud y Günter Papendell como Peter fueron los padres cariñosos, preocupados y cansados que cantaban con esa autoridad que poseen todos los cantantes que pertenecen a esta venerada institución: parecen habitar sus roles, sean los que sean. Los papeles menores son muy importantes y a ellos se unió un enano cómico, Manni Laudenbach, que introdujo el espectáculo con gestos simpáticos y se mezcló con la acción en algunos momentos. No hubo necesidad de hacer concesiones, dada la calidad de los cantantes y la dirección de escena: todo encajó, la iluminación fue mágica, la coreografía muy hermosa y los miembros del bosque nocturno no podrían haber sido más creíbles y encantadores. 

¿Y qué decir del personaje principal? Por supuesto, la Bruja y todo lo que representa. En este caso (como también se vio en otras producciones) el papel fue otorgado a un hombre que lo interpretó casi grotescamente y, por lo tanto, de manera aceptable y muy divertida. Daniel Kirch debió divertirse mucho con su actuación y su canto, mostrando un enorme trasero cuando miraba hacia el horno, cruzando las piernas exageradamente. De hecho, fue un espectáculo en sí mismo. Tanto Zarrabi como Sadé interpretaron sus roles de manera muy creíble, apoyándose y cuidándose mutuamente. 

Si esto no fuera suficiente, hubo alguien en el podio que realizó la lectura más elocuente de esta ópera que he escuchado en mucho tiempo, tal vez en mi vida. La directora china Yi-Chen Lin dio lecciones de fraseo orquestal, equilibrio, haciendo que las secciones sonaran individuales e importantes, pero también integradas. No podía creer lo que escuchaba al escuchar a esta talentosa directora. Qué hallazgo. Me encantaría escucharla dirigir a Richard Strauss. La Komische Oper, a pesar de no tener hogar, está en racha.

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