Homenaje a Víctor Urbán en el Auditorio Nacional: Un perturbador concierto de órgano
«…Si como se ha dicho,
el piano es una orquesta en
las manos de un ejecutante,
el órgano es más aún,
es algo inmenso,
es una tempestad en
las manos de un hombre…
Ser un gran organista es tener
la clave de los relámpagos y los truenos»
Amado Nervo
Agosto 31, 2024. El programa musical de este sábado prometía ser una remembranza celebratoria al maestro Víctor Urbán Velasco (1934-2024), titular del Órgano Monumental del Auditorio Nacional (OMAN) durante 23 años hasta su fallecimiento, ocurrido el pasado 18 de mayo en Mérida, Yucatán.
Ese mediodía, en el emblemático recinto de Paseo de la Reforma 50, Davide Pinna, Stephan Kofler, Héctor Guzmán y Eliseo Martínez —cuatro virtuosos organistas: un italiano, un austriaco y dos mexicanos— rendirían tributo al considerado mejor organista mexicano, justo con el imponente instrumento —uno de los más importantes de Latinoamérica—, que el homenajeado tocara durante más de dos décadas, como parte de su destacada trayectoria musical realizada en México y diversos países de América, Europa, Asia y África, frente a múltiples públicos entre los que se cuentan personalidades del ámbito social, político y religioso, como el papa Juan Pablo II.
Sin embargo, lo que comenzó como una exaltación artística —festiva pero ciertamente lúgubre desde un inicio— a quien fuera alumno de maestros como José Pablo Moncayo, Blas Galindo, Rodolfo Halffter y Jesús Estrada, derivaría en una experiencia perturbadora, con el fallecimiento del ingeniero José Luis Falcón Zavala, organero encargado del mantenimiento del OMAN también durante más de 20 años, y quien fungía en el concierto como asistente en la intervención del maestro Stephan Kofler, cuando se desplomó sobre el escenario ante el azoro de los cuatro o cinco mil asistentes al Auditorio Nacional.
El concierto comenzó con palabras del director y organista Héctor Guzmán, quien como maestro de ceremonias introdujo al público en la relevancia musical de Víctor Urbán, del Órgano Monumental del Auditorio Nacional, de los intérpretes invitados y del repertorio que integraría el programa de homenaje, así como de sus compositores.
Su papel cobraría relevancia conforme los números del concierto avanzaron. “Me van a soñar”, dijo en algún momento. También apuntó que la primera pieza era muy célebre, porque la gente la relacionaba con las películas de terror. Y sí.
Guzmán se refería a la Toccata y Fuga en Re menor (BWV 565) de Johann Sebastian Bach (1685-1750), ofrecida por Davide Pinna, organista italiano invidente (en su caso asistido en el órgano por su padre), que también abordó el Adagio de Tomaso Albinoni (1671-1751 y Procesión y saeta de Jesús Estrada (1898-1980).
En efecto, esas primeras notas de Bach producidas en un instrumento tan imponente como el OMAN, pero también la serenidad espiritual, casi mística, de las dos obras siguientes, dieron a la atmósfera un colorido peculiar. Sombrío y algo melancólico. Solemne. La interpretación de Pinna fue elegante, sutil y sin recargar demasiado el sonido. Aunque es obvio para el público, al hablar de alguna imprecisa digitación que se deslizó en su abordaje no está demás subrayar que Pinna toca de memoria.
Después de una pausa, en la que se ajustaron los registros del OMAN y Héctor Guzmán explicó el proceso que se realiza durante un concierto de órgano para obtener los sonidos deseados, llegó el turno del ítalo-austriaco Stephan Kofler, quien ofreció la Toccatina del compositor y arreglista mexicano Ramón Noble (1925-1999).
La ejecución implicó mayor enjundia y poderío sonoro del organista, al punto de que una nota se quedó pegada, sonando en alguno de los tubos durante varios minutos. Se trataba de un Fa sostenido, como luego comprobaría una integrante del público en una aplicación de su teléfono celular. Unos compases antes de finalizada la pieza, el asistente José Luis Falcón salió del escenario a toda prisa, pues quizá fue el primero en identificar el problema y se alistó para solucionarlo.
Héctor Guzmán tomó de nuevo el micrófono para explicar que esas notas pegadas son incidentes que pueden ocurrir en los conciertos para órgano y que a veces la única manera de arreglarlos es desmontando el tubo, una vez que se identifica en cuál quedó el sonido.
De la misma forma, Guzmán destacó la labor emprendida por José Luis Falcón, quien tendría que ir a la parte trasera del escenario, subir las escaleras, detectar y solucionar el desperfecto. Y regresar, entonces, a la cabina de teclados. Los minutos pasaron y la nota se mantenía. Detrás de los tubos izquierdos (público) la diminuta luz de una lámpara se filtraba entre las rendijas de uno y otro cilindro.
Según Gemini, la IA de Google, las notas pegadas en los conciertos de órgano son más o menos comunes dependiendo de la antigüedad del instrumento, de su mantenimiento, del estado de las válvulas, de eventuales fugas en el fuelle, problemas en la tracción, suciedad o corrosión en el mecanismo.
Los orígenes del OMAN se remontan a principios del siglo XX, cuando fue instalado con dificultades en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. Por sus dimensiones, en realidad, ahí no cabía con comodidad. En 1956 se decidió reubicarlo en el Auditorio Nacional. “Se aprovecharon los componentes originales y se realizaron adaptaciones para obedecer a la dimensión del nuevo espacio con piezas fabricadas por la casa italiana Tamburini, con sede en Cremona, que en colaboración con la firma mexicana Riojas —a cargo de su importación—, concretaron el proyecto en 1957”, detalla la página electrónica del Auditorio Nacional.
El OMAN es el órgano más grande de América Latina. Posee 15,633 flautas —la más pequeña de centímetro y medio de longitud y la mayor de más de 10 metros—. Tiene la altura de un edificio de tres pisos y la capacidad de reproducir todo el repertorio existente. Pesa 15 toneladas y cuenta con “305 teclas distribuidas en cinco teclados y un teclado accionado con los pies, llamado pedalier. Sus dimensiones físicas y su intrincada arquitectura le permiten ofrecer 250 timbres: desde una flauta hasta una frecuencia grave que no se escucha, pero que puede sentirse como un temblor en el cuerpo. Tiene el potencial de una orquesta y puede, incluso, replicar el sonido de un flautín o un tambor”, explica el sitio del Auditorio Nacional.
El OMAN se inauguró el 23 de noviembre de 1958 con un programa a cargo del maestro Jesús Estrada, asistido por Víctor Urbán, quien ocupó esa labor entre 1958 y 1979. Ha sido tocado por los más prestigiados organistas mexicanos y extranjeros. En la actualidad, “puede ser tocado en su modo original o con un sistema electrónico, que comprende una computadora central y un adaptador MIDI profesional, el cual permite componer y editar música”, se consigna en el sitio web.
El maestro Héctor Guzmán tuvo que improvisar y extender más aún sus palabras. “Les dije que me iban a soñar”, dijo con gracia, mientras el Fa sostenido interrumpía el concierto y las luces de la sala eran encendidas. El maestro de ceremonias contó alguna anécdota, cierto recuerdo. Invitó al público incluso a cantar esa nota.
Cuando pareció que todo quedaba resuelto, vino un primer silencio para verificarlo. Pero no, el sonido pegado seguía, solo que había cambiado. El Fa sostenido dejó lugar a una nota mucho más aguda, estridente. Como un pequeño alarido. Regresó el Fa sostenido y, por fin, llegó el silencio. Con él, también el alivio de Guzmán, sin mucho más repertorio de improvisación al habla.
Ante el retorno apresurado de José Luis Falcón, el público brindó un aplauso unánime mientras cruzaba la escena para llegar a la cabina de teclados. Stephan Kofler comenzó el Corale número 3 en La menor de César Franck (1822-1890). El concierto incluyó la proyección de algunas imágenes en una pantalla al fondo de la escena. A los lados, las pantallas gigantes del Auditorio Nacional proyectaban tomas cercanas de los protagonistas, pormenores de su ejecución, detalles de las interpretaciones y del sistema tubular.
Pasaba de las dos de la tarde en la Ciudad de México cuando las cámaras enfocaron, una de tantas veces, a José Luis Falcón. Por medio de las pantallas, se veía agitado, con la respiración incontrolada, con mano temblorosa al cambiar página a la partitura. Kofler hilvanaba los sonidos bajo la mirada descompuesta de su asistente. Hasta que éste cayó fulminado en el escenario. No tropezó, ni resbaló. Se desplomó inmóvil causando un pequeño pero firme y seco golpe al caer que se esparció en todo el recinto debido a la sonorización del concierto.
Kofler no se inmutó y siguió con la obra. Al silencio del público concentrado en la interpretación siguieron gritos que urgían la presencia de un médico. Solo entonces se detuvo la música. Las luces de la sala todavía se mantenían apagadas cuando arribó con cautela un paramédico para atender en la oscuridad al ingeniero Falcón. Aunque no se salió de la penumbra, después de un minuto se iluminó un poco, sobre todo, parte del escenario. Luego de varios segundos más, el asistente y organero fue cargado y sacado por una puerta del lado derecho, ante el desconcierto de los presentes. Algunos estaban en shock. Otros aplaudían. Unos más los callaban con palabras o “shhhs” nerviosos. Ciertas personas exigían una camilla para el traslado de Falcón.
Héctor Guzmán dialogó con parte del staff y con Stephan Kofler antes de anunciar que José Luis Falcón había sido trasladado en ambulancia hacia un hospital y estaba en proceso de ser estabilizado. Pedía los rezos del público. Y dijo también que, con todo respeto, Kofler manifestaba su deseo de concluir la pieza. Y que pedía su asistencia en la cabina del órgano, en esa labor que emprendieron minutos después.
Por la noche, el Auditorio Nacional posteó en sus redes sociales un comunicado en el que lamentaba “profundamente el sensible fallecimiento del Ingeniero José Luis Falcón Zavala, fundador de Realejo Organeros Asociados, que por más de dos décadas estuvo a cargo del mantenimiento del Órgano Monumental del Auditorio Nacional, con el mayor compromiso y profesionalismo. Agosto 31 de 2024”. No se proporcionó mayor información médica, del deceso, ni del protocolo de atención seguido.
Sin duda, convencidos de poner en práctica la frase “The show must go on” —que en rigor es toda una declaración de principios—, los intérpretes continuaron el programa musical. Pero no fueron pocas las personas que abandonaron el recinto en ese punto del concierto, impactadas o en franco desacuerdo de que el espectáculo continuara como si nada hubiera pasado.
Después de Kofler, cero empático y con la emergente asistencia de Héctor Guzmán, este último continuó, bajo su propia asistencia, con los tres movimientos (I. Introito, II. Tema y variaciones, III. Toccata) de la Sonata de Navidad de Miguel Bernal Jiménez (1910-1956), además del Preludio y Fuga sobre el nombre de Bach de Franz Liszt (1811-1886).
El contenido musical de este extraño concierto, que atravesó múltiples sonoridades desde el periodo barroco hasta el repertorio contemporáneo, cerró con la participación de Eliseo Martínez, quien interpretó Paisaje de Jesús Villaseñor (1936), Oblivion de Astor Piazzolla (1921-1992) y Uno’ scherzo per Adele del homenajeado Víctor Urbán, que además de ejecutante también fue compositor.
La recta final del concierto, con los dos últimos organistas, exalumnos de Víctor Urbán, acaso fue la más lograda desde el punto de vista del balance técnico y expresivo. Liszt y Piazzolla, además, ofrecieron la oportunidad de apreciar, por un lado, la complejidad, riqueza y aportación sonora del romanticismo que llega hasta épocas modernas; y, por otro, un tejido lánguido y nostálgico a un tiempo, donde el olvido, como dijera Jorge Luis Borges, “es la única venganza y el único perdón”.
No obstante, esa última parte no pudo saber igual ante la perturbación de la que los asistentes fuimos testigos. Descanse en paz el ingeniero José Luis Falcón Zavala, que además de mostrar al público un profesionalismo calificado hasta el último suspiro, dejó en el escenario un inolvidable recordatorio de la fragilidad de la vida, efímera como una bella interpretación musical.