
Il barbiere di Siviglia en Montreal

Hugo Laporte (Figaro) y Alasdair Kent (Almaviva) en Il barbiere di Siviglia de Gioachino Rossini en Montreal © Vivien Gaumand
Octubre 1, 2024. Con toda la pompa, la Compañía de Ópera de Montreal inauguró su temporada 2024-2025 con una atractiva reposición de la taquillera ópera Il barbiere di Siviglia de Giocchino Rossini, título ausente de su cartelera por poco más de una década.
A cargo del personaje protagónico, una excelente labor hizo el ascendente barítono quebequense Hugo Laporte, quien dio vida a un barbero excelente desde todo punto de vista. Su voz generosa, de rico esmalte, homogénea y dúctil resultó perfecta para los requerimientos vocales de la parte. Su canto expresivo y sus buenas dotes histriónicas sumaron valor a su destacable prestación general. Como era de esperarse, su interpretación de la famosa aria ‘Largo al factotum’ fue celebradísima y le sirvió para meterse al público en el bolsillo.
Una gratísima sorpresa dio, en su debut con la compañía, el Conde de Almaviva del joven tenor australiano Alasdair Kent quien, en un personaje que le calzó vocalmente como anillo al dedo, ofreció una interpretación de altos vuelos destacando por la ductilidad y el refinamiento de su canto, su sólida técnica y su depurado estilo rossiniano. Brilló a más no poder en su aria de entrada ‘Ecco ridente in cielo’ y en su posterior ‘Se il mio nome’, donde no se privó de ofrecer exquisitas medias voces, rápidas agilidades y brillantes agudos con gran seguridad, fluidez e inspiradísima hechura. Se lamentó que, con tal patrimonio vocal, Kent no cantase el aria final ‘Cessa di più resistere’, debido a que la producción escénica no contemplaba este momento de la ópera.
Otra sorpresa resultó el debutante barítono italiano Omar Montanari, quien dispensó una carismática caracterización del tenaz Don Bartolo, con mucho oficio y buenos recursos vocales, y de la que extrajo toda la comicidad posible y más. Su escena de la lección de canto junto al conde y Rosina fue desopilante y uno de los momentos más logrados y divertidos de la representación. No le fue en zaga el bajo-barítono italiano Gianluca Margheri quien, con una sólida voz, graves profundos y gran autoridad escénica, supo ganarse en buena ley al público con una caracterización plena de detalles del maquinador maestro de música Don Basilio.
En lo que respecta a las voces femeninas, a pesar de sus buenas intenciones y su desenvoltura escénica, la mezzosoprano canadiense Pascale Spinney hizo agua por los cuatro costados como la pizpireta Rosina. Su voz metálica, de línea irregular, poco precisa en las coloraturas y de agudos chillones fue una tortura para los oídos. Como la sirvienta Berta, la soprano canadiense Bridget Esler mostró corrección en sus breves intervenciones, lamentándose que su aria ‘Il vecchiotto cerca moglie’ también fuese mutilada.
Habida cuenta del gran desempeño de los barítonos Mikeles Rogers (Fiorello) y Jamal Al Titi (oficial del regimiento del conde), ambos miembros del atélier de jóvenes cantantes de la casa, podría afirmarse que el futuro de la lírica local goza de buena salud. El coro tuvo una muy buena noche haciendo gala de buena preparación y empaste.
Desde el foso y al frente de la Orquesta Metropolitana, el director español Pedro Halffter resultó en general efectivo en su cometido. Destacó particularmente en la obertura, donde ofreció tiempos contrastantes y ágiles, buen ritmo y cuidado estilo rossiniano. En el resto de la ópera, destacó menos. Fue muy atento a sostener la labor de los intérpretes vocales y cuidadoso en la concertación. Sin embargo, su lectura no logró despertar gran entusiasmo.
Basada en las tradiciones italianas del teatro callejero y de la commedia dell’arte, la producción escénica del equipo Els Comediants que firmó el director catalán Joan Font llevó el espectáculo a buen puerto, a pesar de que por momentos su atmósfera carnavalesca corrompió la esencia de la trama e hizo que las relaciones entre los personajes no siempre quedasen debidamente expuestas. Una exagerada cantidad de figurantes en escena, ajenos a la trama, muchas veces más visualmente atractivos que los propios personajes principales, distrajeron la atención en momentos clave de la ópera y, más que sumar, restaron.
La austera escenografía de muros traslúcidos y línea caricatural de Joan Guillen contribuyó a resaltar el multicolor y fantástico vestuario de líneas cubistas —también de su autoría—, que apuntaló la oferta visual. Un público habido por aplaudir a cualquier precio después del receso estival dedicó interminables ovaciones a todos los intérpretes.

Pascale Spinney (Rosina) y Omar Montanari (Don Bartolo) ©Vivien Gaumand