Intermezzo en Berlín

Escena de Intermezzo de Richard Strauss en Berlín © Monika-Rittershaus

Junio 14, 2024. Esta es una de las obras típicas del compositor bávaro Richard Strauss, que se concentra en temas de su familia, siendo Ein Heldenleben y la Sinfonía Doméstica otros dos de los más notables ejemplos. 

Si la obra no es conocida, el público no va, ¿no es cierto? Pues nada podría estar más alejado de la realidad, ya que el público berlinés llenó el teatro en esta última función de un ciclo de seis que ha sido grabada para un DVD a ser comercializado el año próximo bajo el sello Naxos. 

Intermezzo se basa en la vida de Richard Strauss, y en particular en ciertos episodios reales que ocurrieron. Strauss pidió a varios colaboradores que escribieran el libreto, pero todos se rehusaron, por lo que el compositor lo escribió el mismo. Strauss ya era un muy solicitado director de orquesta, además de compositor de gran fama, y fue en una de estas ocasiones —cuando debía ausentarse a Viena a dirigir por dos meses— que ocurren estas situaciones. 

En la ópera, Christine (su dominante esposa Pauline) se encuentra aburrida y luego de un accidente automovilístico, encuentra que el culpable es un joven barón de una familia distinguida. Como es una esnob, deja de lado sus reclamos y decide flirtear con el barón Lummer, que una vez que se da cuenta que es la esposa el gran compositor Robert Storch (el propio Richard Strauss), decide que puede ser una fuente de ingresos. Se suceden una serie de malentendidos, como durante la quinta escena, donde Christine decide probarse a sí misma como una mujer atractiva y trata de seducir al joven y ya confundido barón. 

La producción de Tobias Kratzer es ingeniosa y llena de humor (como es debido). En esta escena, Christine se viste con trajes asociados a las óperas Strauss: Ariadne, la Mariscala y hasta Salome, pues saca una fuente de plata con la cabeza del barón —vestido de Jokanaan— sobre ella. Gran escena. 

La obra está catalogada en inglés como “ópera cómica”, pero en el alemán original esta descrita como “comedia burguesa”, y eso es lo que es, ni más ni menos. Lo que la hace atractiva no es solo la música, exquisita en todos los interludios que separan las 13 escenas —ocho en el primer acto y cinco en el segundo—, sino el lenguaje nada intelectual, directo y poco sofisticado, que al final lo hace simpático al espectador. 

Un mensaje amoroso destinado a un colega de Storch llamado Stroh llega a su casa por error y es leído por Christine, que de inmediato decide comenzar el proceso de divorcio. Pero el Notario le dice que Storch es demasiado amigo suyo y rehúsa el encargo. Al final se descubre el malentendido, pero hasta entonces Christine adopta una actitud difícil con su famoso marido, quien es el único que la entiende mejor que nadie. Así fue en la vida real, y así es en esta comedia burguesa. 

El excelente elenco hizo justicia a una obra difícil dentro de una producción ingeniosa cuyo único cambio importante fue ubicar la acción en Berlín en lugar de Viena. Pero esto permitió al público berlinés una broma de sabor local. La chapa del auto que conducía el barón Lummer durante el incidente con Christine era B-UB, que en alemán es un término cariñoso para referirse a un joven adolescente. 

Los decorados de Rainer Sellmaier ubicaron la acción frente a una pared muy cerca del frente del escenario, con los personajes moviéndose de derecha a izquierda y viceversa. Pocos muebles hicieron que todo fuese ágil, pasando de una escena a la otra sin dificultad. Los interludios orquestales fueron usados con filmes para hacer ver al espectador que famoso era el esposo, y de paso también se veía la orquesta del teatro en tiempo real con el director.

La obra es dominada por un personaje, Christine, quien lleva la acción sin esfuerzo sobre sus hombros. Es un tour de force para ella, pero Flurina Stucki jamás dejo que el personaje perdiera relieve, o cayera en lo vulgar. Su protagonista no solo fue bien cantada (y es un personaje con cierto grado de dificultad), sino que tuvo la dignidad requerida. Philipp Jekal fue un Storch paciente, con bonhomía, cantado con buena línea (Strauss siempre se lució como barítono) y actuó con clase. La camarera Anna es otro personaje importante y Anna Schoeck se lució con sus agilidades. 

El siempre efectivo Thomas Blondelle estuvo magnífico como el barón Lummer, quien por más que lo intentó, nunca logró sacarle dinero a Christine. Clemens Bieber fue el director asociado Stroh que origina el malentendido, cantado con maestría. Pero no hay que olvidar a Nadine Secunde, la misma de fama wagneriana, que elevó el rol de la esposa del Notario a un nivel perfecto, extrayéndole cada gota de jugo dramático. Muy en su papel, Emil Pyhrr como Franzl, el hijo de los Storch, y simplemente exquisita, la dirección del joven Dominic Limburg quien dirigió siempre sonriente, como es requerido en una partitura como ésta, que de una manera u otra confirma que Strauss hubiera sido un excelente compositor de operetas.

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