Juan y Adelita en el Cenart

Escena del estreno mundial de Juan y Adelita de Eduardo Quezada en el Teatro de las Artes © Bernardo Arcos

 

Junio 13, 2025. El Teatro de las Artes albergó el estreno mundial de la ópera Juan y Adelita del compositor y libretista mexicano Enrique Quezadas (1955). La obra, concebida en tres actos, lleva el subtítulo de El renacimiento mexicano y en las tres funciones presentadas en el Centro Nacional de las Artes (13, 14 y 15 de este mes), además de un elenco de solistas integrado lo mismo por cantantes que actores, se contó con la participación del Coro Sinfónico del Sistema Nacional de Fomento Musical que dirige Alejandro León Islas, así como de la Orquesta Escuela Carlos Chávez, bajo la concertación de su director artístico y académico Eduardo García Barrios.

Juan y Adelita es la primera incursión de Quezadas en el género operístico. El compositor, pianista, escritor y cantante de trova, es conocido por su catálogo de canciones, algunas obras sinfónicas y corales, pero sobre todo ha sido distinguido por su música para cine, teatro, radio y televisión.

Esta primera ópera es, precisamente, una aproximación desde el cuadro sinfónico y coral hacia el lirismo de la ópera y el teatro hablado. Y no lo es a la manera de un singspiel, la opereta o la ópera comique, donde los diálogos apenas articulan y detallan las acciones, sino más en sintonía con la zarzuela o la semiópera inglesa donde la escena teatral es tan importante que puede competir con el contenido musical y cantado e, incluso, en ciertos momentos sobrepasarlo en términos de estructura dramática.

En el libreto de Quezadas se entreteje también un decir poético que crea una dramaturgia rimada y contada —en décimas y octosílabos que evocan antigüedad clásica— hasta cierto punto contrastante, ya que si bien es una ópera creada desde la contemporaneidad, su argumento tiene cierta cosmogonía y simbolismos nacionalistas que le brindan un aire pretérito a la obra.

 

La soprano Jacinta Barbachano cantó el rol de Adelita © Bernardo Arcos

 

La trama sigue la aventura inocentemente romántica de la pareja protagonista, Juan (el tenor Enrique Guzmán) y Adelita (la soprano Jacinta Barbachano), dos jóvenes que se conocen en un tianguis-bazar (¿un sábado al mediodía?) y que descubren su afinidad de miradas e intereses ecológicos y sociales, que les llevará a un reencuentro con la tierra y la lucha contra la corrupción imperante. 

Mientras pistean, con el calor de unas cervezas encima, pero también de cierto fervor por nuestro pasado mítico, conversan en clave nacionalista, y en complicidad con sus amigos Clara (la mezzosoprano Paola Gutiérrez) y Sancho (el barítono David Echeverría) deciden ir al día siguiente al Bosque de Chapultepec en busca de un viejo árbol de 600 años de antigüedad —“El sargento”—, simbolismo de la legendaria cosmovisión que se remonta al México prehispánico, pero que atraviesa también la novohispanidad o referencias a personajes históricos de nuestra cultura como Sor Juana Inés de la Cruz o José Vasconcelos.

La obra nos permite conocer también el entorno familiar y comunitario de los muchachos. A la abnegada y sabia Abuela (la actriz Aida López) de Adelita; al trabajador y luchón padre de Juan (el actor Antonio Rojas); al acaudalado, arrogante y corrupto Talamontes Mercado (el barítono Enrique Ángeles), que va del acecho lascivo a la joven y bella protagonista a la bellaquería más abyecta e ilegal; al Jorobado (el actor Silverio Palacios) o, en un toque onírico aderezado de mitología, al fascinante Anciano de los sueños (el tenor Gerardo Reynoso), una especie masculina de Erda nahuatlaca en modo Gandalf, ataviado con túnica, báculo y una serpiente emplumada sobre el hombro, que proyecta en la blancura de su caracterización la rica simbología de conocimientos y mirares centenarios.

 

Enrique Ángeles (Talamontes Mercado), Enrique Guzmán (Juan) y David Echeverría (Sancho) © Bernardo Arcos

 

La música tiene una particular fuerza, sobre todo coral, que refleja la plaza pública y la colectividad como un contexto que brinda sentido a las acciones de los personajes solistas, que por lo demás fueron sonorizados. La imagen y textura en buena medida es de banda sinfónica, con presencia continua de las percusiones y los alientos, si bien también adquiere candidez de sonido para los momentos íntimos o tensión para proyectar el drama. La labor de García Barrios extrajo esos matices con plenitud y entusiasmo de los jóvenes, tanto de la Orquesta Escuela Carlos Chávez (estudiantil), como del Coro Sinfónico del Sistema Nacional de Fomento Musical (amateur).

En ese sentido, Juan y Adelita es una ópera contemporánea, pero no en la vertiente experimental de su sonido, orquestación o estructura, sino por su carácter de compañía musical de temas sociopolíticos actuales como la pobreza, la migración, la desigualdad o el arrasamiento del ecosistema, que en esa condición son capaces de mirar también al pasado o generar crítica, sin llegar al panfleto o la militancia ideológica. 

Por eso en la partitura resuenan numerosas melodías, alusiones (siendo una obra coral no podía ignorar Carmina Burana, ni al ser de cuña mexicana dejar fuera ‘Cielito lindo’, por ejemplo) e incluso un danzón que desliza la villanía cínica de Talamontes Mercado.

Esta producción de Delirio Teatro (producción ejecutiva de Ana Luisa Alfaro) contó con la dirección de escena de Gilberto Guerrero y resultó funcional en combinación con el movimiento escénico de Evelia Kochen y la escenografía, iluminación y multimedia (además del subtitulaje) de Gustavo López. 

El uso de proyecciones sobre paneles y su dinamismo para crear espacios abiertos o cerrados fueron aciertos, toda vez que permitió al público sumergirse en el sabor y detalle de las acciones. En el decoro de la propuesta visual contribuyó también el maquillaje de Carlos Guízar y, desde luego, el vestuario de Cristina Sauza, quien recurrió a prendas folclóricas pero de estilo urbano para los protagonistas, sin prescindir del desgrane de clases sociales, como el traje impecable con gabardina negra y corbata roja que viste Talamontes, o el de Jorobado, en tonalidad ocre, en sintonía general con los beiges de los vestidos, camisas y pantalones del coro. 

Juan y Adelita: El renacimiento mexicano es una primera ópera que refleja frescura, enjundia y un aura patriota con inquietudes por las problemáticas actuales de la mano de su autor, Enrique Quezadas. La mezcla de música, canto y acción teatral se disfruta en general, aunque por momentos ese balance, así como la extensión de tres actos, pudo diluir el drama o prolongarlo innecesariamente con situaciones adyacentes y hasta cierto punto ingenuas al conflicto principal. Las escenas teatrales y la pronunciación rimada y versificada representó un reto extra al ritmo, al timing y a la actuación de los cantantes, lo que no logró verosimilitud del todo. 

Sin embargo, este proyecto sirvió como una experiencia positiva que enriquece el catálogo lírico mexicano y en español, además de que combinó bienhadadamente el trabajo de artistas profesionales solventes, con una labor juvenil músico-coral que busca también la consolidación de sus aspiraciones en la penumbra del foso o bajo las luces del escenario. 

 

El maestro Enrique García Barrios, al frente de la Orquesta Escuela Carlos Chávez © Bernardo Arcos

 

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