La battaglia di Legnano en Parma
Octubre 20, 2024. Estrenada el 27 de enero de 1849 en el Teatro Argentina de Roma, La battaglia di Legnano, ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi, con libreto en italiano de Salvadore Cammarano, basado en la obra La bataille de Toulouse de Joseph Méry, no es una de las óperas más conocidas ni representadas del célebre compositor italiano.
Sin embargo, para el Festival Verdi de Parma, que se realiza anualmente durante el mes de octubre, tanto en esta ciudad como en teatros de ciudades aledañas relacionadas con la vida profesional de Verdi, es indudablemente una obligación ofrecerla. Mas allá de ello, la lista de representaciones se limita a las hechas por la Ópera de Bilbao en 2008, y por los teatros de Roma en 2011, o del propio Parma en 2012, cuya producción escénica fue también vista en Trieste en 2012 y en Hamburgo en 2013; las que hiciera el teatro de Sarasota Florida en su “Ciclo Verdi” en el 2016, así como las del Maggio Musicale de Florencia en 2018.
Como el montaje escénico estrenado en esta función incluye como coproductor al teatro Comunale de Bolonia, la obra será vista en aquel escenario próximamente. Con La battaglia di Legnano, se dice que surgió el estilo de ópera nacionalista, ya que Verdi, inspirado por el espíritu del Risorgimento, compuso esta obra como resultado de la rebelión de Lombardía contra los austriacos en marzo de 1848, conocida como “Le cinque giornate”.
Con ese contexto histórico, la obra está impregnada de patriotismo, que se evidencia, por ejemplo, en las primeras líneas del libreto con: ‘Viva Italia! Un sacro patto tutti stinge i figli suoi’ (‘Un pacto sagrado une a todos sus hijos’) o en el sublime terceto final ‘Chi per la patria muor, alma sì rea non ha!’ (‘¡Quien muere por su patria no tiene culpa en el alma!’). La idea nació de la directora de escena Valentina Carrasco, primero de situar la obra en una época cercana al tiempo que indica el libreto, destacando el aspecto patriótico en la búsqueda de una identidad por gente con una causa común, y sobre todo, resaltando la guerra y el horror que causa, utilizando como símbolo omnipresente, a lo largo de toda la función, al caballo.
Algunos caballos, de utilería, se colocaron alineados junto a un regimiento listos para combatir, en otra escena aparece un caballo descabezado, muestra del daño que ocasiona la violencia, o en la escena en la que el tenor, Arrigo, salta desde un balcón para unirse a la batalla, lo hace dentro de un establo. Hubo un uso constante de imágenes en claroscuro, con colores sombríos y lúgubres, ideados por Marco Filibeck, y un telón de metal o cadenas, como se veía desde la distancia, entre los cantantes y el proscenio. La escenografía fue de Margherita Palli, y los vestuarios, de Silvia Aymonimo, no eran particularmente vistosos o atractivos, pero representaron diferentes épocas y estilos.
Ese fue el marco dentro del cual se desenvolvió la obra, donde fue extraño que una puesta tan enaltecedora del nacionalismo careciera de banderas italianas. En general, se trató de una puesta estéticamente poco memorable, y que por momentos oscila en una tenue línea entre lo sublime y lo ridículo.
La orquestación tuvo momentos musicalmente interesantes y refinados, y quedó la impresión de que el compositor utilizó diversos medios instrumentales y fórmulas musicales fuera de lo que conocemos como “estilo verdiano”. Sin embargo, ante las pocas probabilidades de ver este título, merece la pena escucharlo, sobre todo para conocer el amplio espectro del acervo operístico de Verdi, y su evolución, hasta llegar a sus obras más conocidas y gustadas que hoy se conocen y se reponen con mayor frecuencia.
La Orquesta y el Coro del Teatro Comunale de Bolonia fueron una de las fortalezas de esta función. El Coro, que dirige Gea Garatti Ansini, tuvo su aporte de manera segura, y los músicos de la orquesta tuvieron un buen desempeño bajo la dirección musical de Diego Ceretta, de quienes extrajo dinamismo, brillo e intensidad en ciertos pasajes del tercer acto. Por momentos la fuerza orquestal pareció subir de inesperada intensidad.
El elenco de solistas dio muchas satisfacciones, comenzando con la notable interpretación de Lida de la soprano Marina Rebeka, quien posee una voz rotunda, a la vez flexible y dúctil para emitir escalofriantes y seguros agudos, con mucha expresividad para su personaje voluntarioso y perseverante. Una grata impresión dejó el tenor Antonio Poli, quien prestó al papel de Arrigo su timbre cálido, corpulento, pero a la vez elegante en la emisión y en el fraseo, e ímpetu juvenil en su actuación. Seguridad, garbo y un canto robusto con una línea de canto distinguida y notable fue el aporte del experimentado barítono Vladimir Stoyanov en el papel de Rolando.
Por su parte, el bajo Riccardo Fassi no fue el sanguinario e inhumano Federico Barbarossa, sino que dio un toque de aristocracia al papel y relevancia con su corpulento instrumento vocal. Alessio Varna tuvo un buen desempeño en su canto y actuación como Marcovaldo, y el resto de los cantantes hicieron sus partes de manera adecuada: Emil Abdullaiev como el Primer Cónsul de Milán, Bo Yang como el segundo Cónsul, así como Arlene Miatto Albeldas en el papel de Imelda y Anzor Pilia como el Escudero de Arrigo, estos últimos cuatro, alumnos de la Accademia Verdiana.
Al final hubo no solo entusiastas aplausos, sino algunos reproches y desaprobación de algún sector del público, pero al final, como se sabe, la combinación Parma-Verdi suele ser explosiva.