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La bohème en Bellas Artes
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En el Café Momus, Josué Cerón (Schaunard), David Echeverría (Colline), Daniel Gallegos (Marcello), Eugenia Garza (Mimì) y Mario Chang (Rodolfo) © Compañía Nacional de Ópera
A Xavier Torresarpi (1935-2024),
forjador de talentos y melómanos
Diciembre 5, 2024. Una nueva producción de la ópera La bohème (1896) de Giacomo Puccini (1858-1924) se estrenó en el Teatro del Palacio de Bellas Artes con boletaje totalmente agotado para sus cuatro fechas. Además del estreno del día 5, habrán de presentarse funciones los días 8, 10 y 15 de diciembre. Este título, de hecho, habría cerrado las conmemoraciones y homenajes de la Compañía Nacional de Ópera ante el centenario luctuoso del compositor nacido en Lucca, en la Toscana italiana, de no ser por la gala a piano que el coro de este recinto ofrecerá el próximo martes 17 de diciembre.
Pero lo cierto es que este montaje no solo es el final de la temporada lírica 2024 del máximo escenario de nuestro país, sino también el último estrago de la efímera gestión artística de la soprano en activo María Katzarava, quien para la presente administración federal ha sido relevada en la dirección de la Ópera de Bellas Artes por el argentino Marcelo Lombardero.
Y es que precisamente esta nueva producción de La bohème, a presentarse con dos elencos alternados en la pareja protagónica, sintetizó a la perfección las directrices de la hoy exdirectora de la compañía y sobre todo sus resultados: irregularidad musical, de elencos y de propuestas escénicas. Es decir, una pérdida de calidad y atractivo en las actividades de la institución, aun cuando la vara no estaba particularmente alta a su llegada, entre otras razones recientes por la inactividad y la actividad limitada que acarreó la pandemia.
El afán de incluir voces juveniles de desempeño disparejo y solo algún nombre con experiencia; abanderar convicciones y causas más personales y del momento social que determinadas por las necesidades artísticas del teatro o del público (el de una compañía nacional, ni más ni menos), así como la recurrencia a una agencia de representación de talentos como centro gravitacional de sus invitaciones y contrataciones, configuraron una línea artística caprichosa, porfiada e incrédula de toda crítica u observación discordante de la propia.
La búsqueda de alianzas y lealtades particulares a su puesto y su persona no resultó un criterio suficiente para evitar el constante miscasting ni mucho menos para promediar buenos resultados al frente de la Ópera de Bellas Artes a la soprano María Katzarava, quien por fortuna para ella y sus admiradores podrá reenfocarse en su destacada trayectoria lírica y no en desfacer entuertos, labor en la que otros cantantes en activo antes que ella también habían enfrentado el cargo y múltiples reveses en años recientes y olvidados.
El brevísimo contexto anterior viene al caso por la coyuntura para desear (y exigir como a toda entidad pública) aires mejores para la Ópera de Bellas Artes con sus nuevos responsables, pero también por una Bohème que lejos de transportar al París decimonónico para sumergirse en los amores, cuitas y pasiones de sus protagonistas dibujados por el libreto de Luigi Illica (1857-1919) y Giuseppe Giacosa (1847-1906), lo hace en la realidad de una compañía que requiere con urgencia elevar sus parámetros y apelar así a un público más exigente, como corresponde a la tradición lírica del Teatro del Palacio de Bellas Artes.
La austera escenografía de Jesús Hernández (quien se encargó también de la iluminación), consistió en poco más que una tarima giratoria, tres ventanas al aire, algún mueble y cierta lámpara o letrero de neón (Momus), además del pasillo delineado por una hilera de farolas al fondo de la escena. Sobre esa base casi desnuda, no es que pudiera tejer demasiado concepto escénico la directora Ruby Tagle Willingham. Porque ni se recurrió a lo plenamente abstracto, ni tampoco funcionó en particular como propuesta figurativa. Llamar a una puerta o tocar un timbre invisibles (y que el trazo se empeñe en simularlo), por ejemplo, exige más que la imaginación del público: requiere que no vea lo evidente o tenga la laxitud de pasarlo por alto.
Por si fuera poco, la tarima movediza no fue automatizada, por lo que de manera constante los tramoyistas entraron en escena a girarla, lo que no aportó sino dirección a unas escalerillas irrelevantes a cambio de arruinar instantes musicales y vocales, sobre todo los que cierran algún pasaje de belleza o impacto sentimental climático. La ocurrencia de que un Giacomo Puccini (actuado por Daniel Martínez) deambulara por el escenario, contemplando su creación, tampoco pareció abonar más allá de distraer al erigir un homenaje simplón.
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La puesta en escena incluyó al compositor Giacomo Puccini (el actor Daniel Martínez) que deambulaba por el escenario, contemplando su creación © Compañía Nacional de Ópera
La oscuridad del escenario, en el mejor de los casos entre ocre y grisácea, también se trasladó a la mayor parte del vestuario diseñado por Carlo Demichelis, que más allá de suéteres, chalecos o cierto vestido chic, incluyó algunos pantalones entubados, que además de evidenciar figuras no del todo fitness, creó el suspenso de que pudieran romperse con el movimiento, sobre todo si el personaje se agachaba.
Claramente, en la función de estreno destacó el trabajo de la soprano Eugenia Garza como la costurerita Mimì, un papel con el que debutó en 1998. La cantante regiomontana delineó un canto mesurado, frágil, acorde a su personaje, desvalido en muchos sentidos. Su muerte resultó conmovedora, pues a sus argumentos vocales sumó una actuación que incluyó arqueos dolientes y veristas de insuficiencia respiratoria, como de quien ha visto morir de cerca a un ser querido en la vida real. Garza dedicó ese momento a la memoria de su madre, fallecida el año pasado.
Lástima que el tenor guatemalteco Mario Chang, pese a una emisión bien emitida, sonara casi todo el tiempo heroico y agreste, más propicio tal vez para un rol bélico y no para un poeta sentimental y afligido que resplandece frente a la poesía o se emociona con la helada manita de una chica que le gusta. Poca química mostró con Eugenia Garza.
Aunque no menos que la (dis)pareja formada por el barítono Daniel Gallegos como Marcello y la soprano Lucía Salas como Musetta; el primero, con una actuación dedicada y empática, si bien su timbre aún mantiene un color juvenil que de pronto se perdía en el conjunto. No obstante, el crecimiento de este cantante se percibe y hace suponer que su carrera va por buen camino. Ella, en cambio, con una voz insuficiente en volumen y expresividad, sin aires de frescura y con exceso de afectación, todo lo cual le granjeó abucheos desde algunas secciones de la luneta al final de la representación.
No se trató, pues, de una Bohème muy creíble en términos escénicos, ni con protagonistas que al menos extrajeran mayor jugo a sus personajes en lo individual; con excepciones, desde luego, porque además de la experiencia lírica de Eugenia Garza, ya se sabe que incluir al barítono Josué Cerón (Schaunard) en un elenco siempre es garantía de alto rendimiento. Complementaron el cuadro el Colline de David Echeverría, el Benoit/Alcindoro de Juan Marcos Martínez y el Parpignol de José Luis Gutiérrez. Además de la participación del Grupo Coral Ágape, pequeños entusiastas dirigidos por Carlos Alberto Vázquez.
En el foso, al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes (esta vez preparado por Rodrigo Elorduy) el maestro español Óliver Díaz concretó una concertación musical correcta, tanto en lo orquestal como en lo vocal. Ambas agrupaciones estables del recinto conocen no solo este repertorio, sino al autor homenajeado y la obra en particular, pues la frecuentan… aunque ello no se tradujo en una lectura particularmente intensa, colorida o emocionante. La claridad y concisión en ocasiones puede pasar como rutina.
Un propósito de fin de año, de temporada y de administración, podría ser, sin duda, que la Ópera de Bellas Artes salga de esa rutina y recupere la belleza de la aurora y no la del ocaso con la que muere Mimì. Los nuevos encargados tienen la tinta para escribir una historia que alce el vuelo de la pluma, más alto que la del poeta Rodolfo, autor de comparaciones tan erradas como la gestión artística que se fue.
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Escena final de La bohème de Giacomo Puccini en el final de temporada del Teatro de Bellas Artes © Compañía Nacional de Ópera