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La bohème en Berlín
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Escena del acto II de la producción de Götz Friedrich de La bohème de Giacomo Puccini en la Deutsche Oper de Berlín © Bettina Stoeß
Diciembre 29, 2024. La colaboración entre Luigi Illica y Giacomo Puccini es fundamental en la historia de la literatura operística. Esta relación comenzó con Manon Lescaut, cuando Puccini, en busca de otro gran éxito tras Le Villi (1884) y Edgar (1889), confió en Illica para encontrar la trama idónea. La historia elegida fue una adaptación de la novela Scènes de la vie de bohème (1851) de Henri Murger.
Este libreto ya había sido trabajado por otros compositores como Marco Praga, Ruggero Leoncavallo y Domenico Oliva. Como señala el musicólogo italiano Augusto Mazzoni: el texto era, al final, de todos y de nadie al mismo tiempo. De hecho, en la primera representación de la versión de Puccini, el 1 de febrero de 1893 en el Teatro Regio di Torino, la ópera fue representada sin indicar quién era el libretista.
Se ha hablado mucho de la apuesta entre Puccini y Leoncavallo para determinar cuál versión de La Bohème triunfaría en los escenarios italianos. Sobre quién ganó la apuesta, Mazzoni afirma que la respuesta es evidente: casi todas las obras de Puccini forman parte del repertorio operístico actual, mientras que Leoncavallo no logró replicar el éxito de su obra más célebre, Pagliacci (1892), la única de su autoría que permanece regularmente en cartelera.
Para cualquier amante de la ópera, no hay mejor manera de celebrar la epoca navideña que con una función de La bohème. Por ello, para cerrar el año 2024, la Deutsche Oper de Berlín programó un revival de su producción estrenada en diciembre de 1988. La extraordinaria dirección escénica, firmada hace más de 35 años por Götz Friedrich (1930-2000), ofrece una vibrante representación de la belle époque parisina con escenografías monumentales. Friedrich propuso una versión tradicional que sigue emocionando profundamente al público berlinés.
Peter Sykora, encargado del diseño de escenografía, presentó la icónica buhardilla del primer acto con pinturas cubistas arrumbadas y la ineludible pobreza bohemia. El tercer acto destacó con un paisaje gélido cubierto de nieve que poéticamente caía mientras la acción se desenvolvía con melancolía. Pero es en el segundo acto donde el talento de Sykora brilla especialmente, recreando con maestría el bullicioso barrio parisino, con decenas de figurantes, coro y solistas luciendo un vestuario elegante y detallado, también diseñado por él. La visión del equipo creativo fue adelantada a su tiempo, como lo demuestra el diseño de iluminación de Stephen Watson quien, mediante un juego ingenioso de luces entre candiles, velas y luz de luna, creó una atmósfera cautivadora.
En el foso, Friedrich Praetorius lideró a la orquesta con resultados desiguales. Durante los dos primeros actos, sus tempi fueron irregulares: las secciones lentas se aceleraron y las rápidas se volvieron pausadas. Sin embargo, en el tercer y cuarto actos, el joven director alemán pareció transformarse. Ajustó los tempi, moderó el pesado volumen orquestal de la primera parte y presentó dinámicas coherentes y estilísticamente fieles. Con tan solo 28 años, Praetorius, quien es maestro de capilla de la Deutsche Oper, demostró su talento y prometedor futuro.
La gran triunfadora de la noche fue Elena Tsallagova en el papel de Mimì. La soprano rusa ofreció una interpretación conmovedora, con agudos potentes, una dicción italiana impecable y una línea de canto inmaculada. Su actuación histriónica fue excepcional, especialmente en la desgarradora escena de la muerte, que conmovió hasta las lágrimas a buena parte del público. Su dominio escénico brilló tanto en sus dos arias como en los dúos con Rodolfo.
Attilio Glaser, en el papel de Rodolfo, tuvo un inicio incierto. Su interpretación de la icónica aria ‘Che gelida manina’ y algunos pasajes del primer acto mostró dificultades en los agudos. Sin embargo, logró corregir estos problemas en los actos III y IV, donde entregó un Rodolfo genuino, enamorado y melancólico. Su actuación en el último acto fue especialmente emotiva, en particular la escena final junto a Tsallagova.
En el otro dúo protagónico, Nina Solodovnikova destacó como Musetta. La soprano moscovita arrancó risas y emociones con su vibrante interpretación de ‘Quando me’n vo’ y ofreció un momento profundamente emotivo en la escena final, mostrando una gran sensibilidad actoral. Geon Kim, en el papel de Marcello, fue solvente, con un registro medio sólido que brilló particularmente en el dueto ‘O Mimì, tu più non torni’.
Philipp Jekal, como Schaunard, mostró su habitual versatilidad y cumplió con creces el rol del músico bohemio. Por su parte, Byung Gil Kim como Colline, con un genuino color oscuro y resonante, interpretó el aria ‘Vecchia zimarra’, aunque su presencia escénica en toda la ópera fue algo contenida.
Las participaciones de Jörg Schörner como Benoît, Thomas Cilluffo como Parpignol y Burkhard Ulrich como Alcindoro añadieron dinamismo a la producción. Ulrich, en particular, demostró que no existen papeles pequeños, sino intérpretes que saben aprovechar cada segundo en escena.
En definitiva, esta producción de La bohème es un claro ejemplo de que nunca es demasiado este título, siempre que la producción valga la pena. Una velada mágica que sin duda merece seguir formando parte de la programación de esta casa de ópera por muchos años más.