La Cenerentola en Houston
Noviembre 7, 2024. Un año después del éxito obtenido en 1816 con su estreno en el Teatro Argentina de Roma de su opera buffa Il barbiere di Siviglia, y con apenas veinticinco años de edad, Gioacchino Rossini (1792-1868) compuso La Cenerentola, ossia La bontà in trionfo, un dramma giocoso en dos actos con libreto de Jacopo Ferreti, que también tuvo su estreno en la misma ciudad, solo que este ocurrió en el Teatro Valle.
Aunque ambas óperas cuentan con un particular encanto, son divertidas y contienen de los mejores pasajes que Rossini haya compuesto para la voz solista y en conjunto, La Cenerentola no es tan programada por los teatros de ópera como Barbiere, que aparece con regularidad entre los diez títulos más vistos cada temporada alrededor del mundo. Al menos esta estadística aplica en para la Houston Grand Opera, que a lo largo de su historia la ha tenido un poco relegada de su escenario, aunque curiosamente cuando decidió estrenarla en 1957 con Frances Bible en el papel principal, se trató de la primera reposición de la época moderna realizada por una importante compañía de ópera estadounidense.
Posteriormente, cuando el teatro ha decidido reponer el título, que no lo hace con la regularidad que merecería, lo ha hecho contando con destacadas mezzosopranos en el papel titular como lo fueron Maria Ewing en 1978, Cecilia Bartoli en 1996 (en una de sus contadas apariciones escénicas estadounidenses, en el teatro donde tres años antes realizó su debut operístico americano) y Joyce Di Donato en 2007, última vez que se escuchó la obra en Houston, hasta que en esta reposición del 2024 la estafeta le fue entregada a Isabel Leonard, quien demostró ser una digna intérprete, pues aportó gracia, gentileza y elegancia al papel que da nombre a la obra; y si bien su voz no posee gran espesor, lo compensó espléndidamente con otras cualidades requeridas del canto rossiniano como la agilidad, el dinamismo, la ligereza, la nitidez, el buen color y la adecuada dicción presentes en la voz de Leonard.
Fue grato escuchar la voz del tenor Jack Swanson por su facilidad para emitir agudos sin esfuerzo, buena dicción a través de las piruetas vocales que, en el rol de Don Ramiro, emitió con claridad y precisión. En escena supo explotar su comicidad de manera medida y justa. Por su parte el barítono Alessandro Corbelli demostró una vez más su dominio y maestría en la interpretación de papeles bufos, y una vez más ahora con Don Magnifico, donde dejó constancia de sus matices vocales y profunda tonalidad, así como de su divertido y rotundo desempeño escénico.
Muy bien estuvo el barítono ucraniano Iurii Samoilov, quien representó el papel de Dandini, actuando con insolencia, desparpajo y facilidad; valiéndose de un canto apto e idóneo por estilo y calidad. El bajo barítono Cory McGee fue un correcto Alidoro, como también lo fueron las hermanastras Clorinda y Tisbe, personificadas por la soprano Alissa Goretsky y la mezzosoprano Emily Triegle, egresadas del programa de jóvenes cantantes del teatro.
El coro mostró una vez más su profesionalismo, dando un valioso aporte a la función por su canto homogéneo y notable, bajo la meticulosa preparación del maestro Richard Bado. En el podio debutó el joven, pero ya muy experimentado maestro Lorenzo Passerini, quien condujo con buena mano y adecuada dinámica, cuidadoso de los tiempos para mantener la vivacidad y efervescencia que emana de la partitura, y contagiando a los músicos con su energía, y aunque por momentos lució innecesariamente histriónico en sus ademanes, se trata de un director seguro y muy capaz.
Queda para el final la parte escénica y visual del espectáculo, para la cual la Ópera de Houston repuso la producción estrenada aquí en 2007 concebida por el director de escena catalán Joan Font, fundador del grupo de teatro Comediants, montaje del cual existe una grabación en DVD realizada en el Liceu de Barcelona, coproductor del proyecto con Joyce Di Donato en el papel principal. Los coloridos diseños y vestuarios de Joan Guillén parecen haber sido extraídos de un cuento coloreado con crayolas, además de los brillantes cuadros en el fondo del escenario con radiantes tonalidades en azul, blanco y rojo, que indudablemente nos hacen pensar en los cuadros del pintor neerlandés Mondrian.
La escena consiste en dos niveles, unidos por una enorme escalera del lado izquierdo del escenario y una chimenea al centro que se abre y se cierra, creando el ambiente mágico adecuado para contar esta historia. Cabe mencionar también el particular, simpático y original detalle de Font de colocar a varios figurantes vestidos de ratones, que se desplazan por el escenario y acompañan a Angelina en su soledad, y que ayudan con los cambios de escena, idea que se ha intentado adaptar de manera poco eficaz en otros montajes de la misma ópera, sin obtener el mismo resultado.
Al final hubo muchos aplausos del público, y en especial se le debe reconocer al teatro que, en su idea de atraer público joven e infantil, creó una versión corta y resumida de la obra, que fue dirigida por la propia Isabel Leonard, y que despertó la curiosidad de muchos niños que asistieron a las funciones, algo inusual o poco visto en un teatro estadounidense.