La Cenicienta (para niños) en el Lunario

La Cenicienta de Gioachino Rossini, en una versión para niños, se presentó en el Lunario del Auditorio Nacional

Agosto 11, 2024. Tras la propositiva adaptación de La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart con estética manga y anime japonés durante los dos últimos domingos de julio, el Lunario del Auditorio Nacional, de nuevo en alianza con Pro Ópera A.C., atrajo al público infantil con una versión de La Cenicienta de Gioachino Rossini, presentada en funciones dobles los pasados 4 y 11 agosto.

La puesta en escena de Rodrigo Caravantes, con iluminación y vestuario de Aurelio Palomino, en esta ocasión transportó a los pequeñines y a sus acompañantes a un mundo de cuento con diseño inspirado en el Art Nouveau y el Art Decó mexicanos, lo que de entrada mostró la adaptabilidad de la ópera a casi cualquier época, estilo visual y entorno cultural.

Si bien las diferencias musicales y argumentales entre los dos títulos de este proyecto —así como de sus autores, idiomas y universos internos— son tan marcadas como lo son las características que definen los periodos clásico alemán y belcantista italiano de la ópera, ambas producciones compartieron el siempre loable objetivo de sembrar la semilla de la difusión, el conocimiento y el aprecio lírico entre el público más jóven, además con la utilización de recursos escénicos y narrativos contemporáneos que resultaron familiares y atractivos.

La cercanía de la trama de esta ópera rossiniana estrenada en Roma, en 1817, con libreto de Jacopo Ferreti basado en el famoso cuento de Charles Perrault, se sumó a la colorida originalidad y coherencia de la puesta en escena para generar un entusiasmo contagioso en los asistentes, reflejado por igual en palmas, gritos participativos y carcajadas, que en el consumo de pizzas, papas, hamburguesas, palomitas y bebidas, lo que no impidió la conexión constante con la simpatía y la moraleja del argumento.

En esos lazos entre el público y las acciones —además del supertitulaje de Francisco Méndez Padilla—, tuvo una labor relevante la inclusión de la Niña Concertino (Mariana Estrada), una narradora omnisciente que en más de un sentido llevó de la mano al auditorio y a los personajes mismos, en una experiencia formativa y, no obstante, divertida, donde la elegancia y la fluidez de los diseños fueron marco para que la belleza interior de Cenicienta brillara mucho más que la apariencia, el maltrato envidioso y la ambición de sus hermanastras.

Además de la generación de nuevos públicos para la lírica, otro de los objetivos primordiales en la colaboración entre el Lunario del Auditorio Nacional y Pro Ópera A.C. fue contribuir en el desarrollo del talento mexicano joven. Esa ventana de oportunidad para acumular experiencia entre los integrantes de los elencos, sin duda, se cumplió.

La mezzosoprano Alejandra Gómez interpretó una Cenicienta de voz oscura y solvente en sus agilidades, pero a la vez juvenil y fresca. Algo parecido puede apuntarse del Príncipe Ramiro ofrecido por el tenor Edgar Villalva, un cantante que desde su sitio gravitacional en el Coro de la Ópera de Bellas Artes ha ampliado cada vez más sus actuaciones como solista tanto por diversos escenarios del país como del extranjero en los últimos años.

Las sopranos Mariana Ruvalcaba y Diana Mata, a la vez que hicieron pesada la aventura de Cenicienta, consolidaron a través de sus actuaciones respectivas como Clorinda y Tisbe, su tránsito de concursos, estudios y talleres, al escenario con retos artísticos que abonan crédito a sus carreras. El barítono Abel Pérez cantó un gracioso, aunque también juvenil Don Magnífico, mientras que el barítono Carlos Suárez entregó una buena actuación como Dandini.

La chispeante, rítmica y deliciosa música de Rossini fluyó desde el piano tocado por el maestro Andrés Sarre, quien de igual manera fungió como director musical del proyecto, con la asertiva dirección vocal de la mezzosoprano Cassandra Zoé Velasco. El apartado músico-vocal, aun cuando se trató de una adaptación que apenas alcanzó la hora de duración, se hizo presente con virtuosismos trabalingüísticos y ritmos acelerados, lo que al final capturó a la perfección la alegría y la emoción de la búsqueda del amor verdadero en La Cenicienta.

Las imágenes digitales del Art Nouveau y el Art Déco, proyectadas en la pantalla de fondo, acompañaron como escenografía y decorado esta metamorfosis de la oscuridad emocional a la luz. La música de La Cenicienta, con sus contrastes entre la tristeza inicial y la alegría climática, construye aun en medio de la comedia ese proceso de cambio, donde la bondad y la tenacidad son virtudes sustanciales.

Gracias a la fresca y cuidada caracterización visual, al trazo escénico y a un ensamble musical solvente, los niños —y los que ya no lo son tanto— pudieron sumergirse de lleno en la historia y empatizaron con los personajes, reforzando así el mensaje de la obra. Se identificaron, desde luego, con la protagonista y su príncipe, y celebraron con algarabía y aplausos su triunfo perseverante sobre la envidia y la superficialidad.

Compartir: