La dama de picas en Turín

Zarina Abaeva (Lisa) y Mikhail Pigorov (Hermann) en La dama de picas de Chaikovski en el Teatro Regio de Turín © Mattia Gaido

 

Abril 13, 2025. La dama de picas (Píkovaya dama, en ruso) de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) no se representaba en el Teatro Regio de Turín desde hace 16 años, precisamente con la afortunada producción del 2009 dirigida por Gianandrea Noseda. El espectáculo propuesto en esta ocasión provino de la Deutsche Oper de Berlín (en coproducción), donde fue montada en marzo del 2024. La puesta en escena de esta ópera estaba proyectada por Graham Vick poco antes de que estallara la pandemia, quien por cierto falleció a causa de un contagio de Covid 19, por lo que su reposición fue repuesta y desarrollada por Sam Brown. 

La dama de picas es una de las grandes obras maestras del teatro de ópera ruso, que tuvo su estreno en el Teatro Mariinski de San Petersburgo el 19 de diciembre de 1890, y fue recibida de manera exitosa por la crítica y el público. La ópera se basa en un breve recuento de Aleksander Pushkin (1799-1837), que Chaikovski amplió y modificó, enriqueciéndolo de detalles aún en desacuerdo con Modest el hermano, coautor del libreto. 

La historia de Hermann, oficial sin un centavo, atormentado entre el amor apasionado por la noble Lisa, la obsesión por los juegos de azar, la ambición por pertenecer a un mundo aristocrático claramente ajeno a él, y la atracción por la esfera de lo sobrenatural fue narrada por el director inglés Sam Brown con originalidad, siguiendo una vía no convencional, por momentos desorientada, pero suficientemente coherente. Hermann y Lisa son marginados, y esto ya queda claro durante el coro inicial (aquí claramente pensado como un flashback de eventos futuros), durante el cual el pequeño Hermann sufre el acoso y bulliing de sus compañeros de clase y rechaza el osito que le ofreció la pequeña Lisa que intentaba acercarse para darle consuelo. Es una atracción que nació entre los dos en su juventud, pero que probablemente nunca se concretó hasta la época en la que se desarrolla la historia del libreto.

Ambos desean huir de su propio mundo: Hermann es atraído por la riqueza, por una vida fácil y frívola, mientras que Lisa quisiera dejar atrás justo la vacuidad, o aquella superficialidad que, a su vez, parece representar al final el último de los deseos de Hermann. En definitiva, el juego de azar, o mejor dicho la victoria en el juego, se convierte en una verdadera obsesión para el protagonista, y la historia no puede más que concluir en un modo trágico. 

El espectáculo firmado por Brown y repuesto aquí en Turín por Sebastian Häupler, presentó un sistema escénico caracterizado por paneles giratorios que mostraban al fondo amplios cielos coloridos. A ello se agregaron plataformas, bastidores móviles y luces de neón que delimitaban los espacios escénicos. Las habitaciones, bastante suntuosas, también que se descomponían y  se recomponían con el uso de cortinas y escalinatas. 

Las actuaciones también presentaron momentos de discontinuidad y desorientación para los espectadores, pero en general resultó bastante eficaz. Se debe mencionar positivamente el uso de las proyecciones de viejas películas mudas en blanco y negro para enfatizar algunos momentos de la ópera como, por ejemplo, durante la historia de Tomski, en el primer acto. Sin embargo, se observa con pesar de que se eliminó la escena pastoral del segundo acto. 

El responsable de la dramaturgia del espectáculo, Kostantin Parnian, quizás debió haber considerado soluciones alternativas para no sacrificarla por completo. Pero la elección actoral más audaz fue la de torcer la relación entre Hermann y la Condesa, una elección muy discutible, pero en realidad de impacto. En esta producción, la Condesa, una mujer agradable que sabe y quiere tomar la iniciativa con los hombres, no se muere del susto causado por la pistola apuntada por Hermann, sino por exceso de libido. Es ella quien se ofrece sexualmente al protagonista, probablemente para revivir una vez más los instantes de su juventud, de los cuales no quiere despegarse, como demostraron las viejas imágenes proyectadas de modo obsesivo en el interior de su estancia. 

Fue un verdadero vuelco de perspectivas que no convenció, porque distorsionó el potente dramatismo de la escena descrita por el libreto. En esta puesta, la Condesa puede recordar, en ciertos versos, la figura de Norma Desmond (interpretada por Gloria Swanson) en la película Sunset Boulevard (1950) de Billy Wilder. Otro momento que no convenció fue el baile al inicio del segundo acto: ambientado en una suerte de discoteca psicodélica, que pareció de excesivo trash, y por tanto estuvo fuera de contexto. 

La batuta le fue confiada a Valentin Urypin. El director ruso ofreció una lectura tensa y dramática, pero en conjunto fue un poco genérica, careciendo de atmósfera y una mayor profundización de los timbres orquestales. Se deben señalar también algunos desfases entre el foso y el escenario sobre todo en presencia del coro. El Hermann de Mikhail Pigorov agradó por su seguridad y semblante. Con su voz de tenor lírico-spinto supo ser incisivo como también delicado. Aunque quizás careció un poco de la carga visionaria que es característica de su personaje.

Zarina Abaeva ofreció una interpretación desenvuelta de Lisa, con mucho carácter. Su voz de bello timbre en el registro medio mostró una línea de canto menos encendida en la zona aguda de la tesitura. Jennifer Larmore interpretó con maestría el papel de la Condesa, ofreciendo una magnética presencia escénica, seductora y al mismo tiempo inquietante. Cada frase y cada palabra fueron marcadas con intención, manteniendo constante la teatralidad, aunque su voz perdió un poco de su color natural en el registro más grave. 

Aterciopelado y noble estuvo el canto de Vladimir Stoyanov quien delineó un Príncipe Yeletski humano y siempre aristocrático. Su magnífica aria del segundo acto ‘Ya vas lyublyu’ fue indudablemente el momento culminante de la velada. Elchin Azizov interpretó a un Tomski comunicativo y vocalmente generoso, mientras que Deniz Uzun ofreció una Polina apreciada por la musicalidad y el cálido color de su voz. 

El elenco entero brindó una interpretación convincente, demostrando una notable capacidad de trabajo en equipo, en particular: Alexey Dolgov (Chekalinsky), Vladimir Sazdovski (Surin), Ksenia Chubunova (la Institutriz), Joseph Dahdah (Chaplitski y el Mayordomo), Viktor Shevchenko (Narúmov) e Irina Bogdanova (Masha). Se debe señalar también el óptimo desempeño del Coro del Teatro Regio dirigido por Ulisse Trabacchin y un convincente aplauso al coro de niños (Coro delle Voci Bianche) dirigido por Claudio Fenoglio.

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