La fiamma en Berlín
Octubre 18, 2024. Muy conocido por su tríptico de obras orquestales, Los pinos, Las fuentes y Las fiestas romanas, Ottorino Respighi (1879-1936) tambien compuso varias óperas de las cuales solo La fiamma (La llama) sobrevive, aunque no es parte del repertorio de ningún teatro.
Miembro de una corriente de compositores italianos que usaron un lenguaje musical intensamente posromántico, Respighi no pertenece a la lista de compositores italianos internacionales, una definición que en su momento fue un insulto. El destacado musicólogo Fausto Torrefranca (1883-1955) se concentró en Puccini, quien usaba historias y orquestaciones que reflejaban el libreto. Torrefranca le dedicó un libro castigándolo, Puccini e l’opera internazionale. Respighi no cayó en la trampa, y aunque la historia original de La fiamma fue basada en Anne Pedersdotter, la bruja del escritor noruego Hans Wiers-Jenssens, Respighi y su libretista Claudio Guastalla cambiaron el sitio de la acción de Trondheim en el siglo XVI a Ravenna en el siglo VII.
La acción tiene lugar durante la época cuando partes de Italia estaban bajo la influencia del Imperio Bizantino y gira alrededor de Silvana, la esposa de Basilio, el representante del Imperio Romano Oriental. En el pasado, la madre de Silvana había sido acusada de brujería y este episodio se revela durante la escena con Agnese di Cervia, también acusada. Silvana trata de ocultarla sin éxito y Agnese es ejecutada. En la mente de Silvana queda la duda si ella ha heredado las magias de su madre. Y para saberlo con certeza pronuncia el nombre de Donello, el hijo de su esposo, quien aparece de improviso y ambos comienzan una tempestuosa relación.
Al ser descubierta, Silvana revela a Basilio que nunca ha sido feliz con él. Basilio se desploma, muerto. Mientras tanto, Eudossia, la madre de Basilio, que nunca había aprobado su matrimonio con Silvana, sigue con sus intrigas y denuncia a Silvana, quien como ya se sabe es también una bruja. Al demandarle que renuncie a la brujeria, Silvana se niega y dice que solo ha caído presa de “la llama del amor” (La fiamma), y es mandada a la hoguera.
Con un tema así, la producción debió haber sido más variada, con más colores, y no como los decorados de Herbert Murauer, que tienden a la monotonía. Con paredes corredizas de color oscuro, que dejan un sabor de negrura, solo al fondo y de vez en cuando, aparece una especie de jardín con colores fuertes que no es visto desde todos los ángulos. El vestuario fue también monótono, estando todos vestidos de negro. En realidad, para llevar una historia tan intensa y ya de por si oscura, añadir más oscuridad no sirve ningún proposito, sino el de aburrir. Es cierto que menos es más, pero nada no es más, es simplemente nada. Tampoco hubo una Personenregie que hiciera pensar, pero al menos (Aleluya) no hubo tampoco un Konzept que ubicara la acción en algun lugar disparatado.
Pero hubo un elenco que pudo con las tesituras algo extremas. La soprano rusa Olesya Golovneva descolló como Silvana, cantando con dulzura (cuando hubo oportunidad) y con mucha fuerza la mayor parte del tiempo. La orquestación de Respighi tiende a seguir la línea vocal (o viceversa) y eso hace que la densidad orquestal haga forzar a las voces, haciéndolas sonar casi siempre histéricas. Golovneva actuó tambien con fuerza y dignidad.
Georgy Vasiliev cantó Donello con voz lírica de fácil extensión, y lució bien. Basilio fue cantado por Ivan Inverardi con voz excelente y expresiva. Quizás una de las mejores escenas fue la que compartió con su esposa Silvana. Doris Soffel dio gran relieve a Agnese di Cervia y Martina Serafin estuvo a cargo de la villana más villana del repertorio, Eudossia, madre de Basilio: una fanática sin redención. Serafin también descolló apuntando a una actuación un poco menos caricaturesca, menos villana pero más mujer intransigente, y se benefició de cantar con registro de soprano un rol que normalmente es dado a mezzosopranos veteranas con voces muy estruendosas, y así le dio un poco más de credibilidad. Muy bueno, como siempre, el coro de la casa, en este caso cantando mucho desde los costados del escenario. Y una buena mención para Carlo Rizzi, quien lidió con la densa orquestación con tiempos ágiles, pero a veces con demasiado volumen.