La fille du régiment en Múnich

Xavier Anduaga (Tonio) y Pretty Yende (Marie) en La fille du régiment de Gaetano Donizetti en la Bayerische Staatsoper de Múnich © Geoffroy Schied

 

Diciembre 31, 2024. Cuando en uno de los mayores y más prestigiosos teatros de Europa se anuncia la presentación de una nueva producción de una famosa ópera del repertorio clásico, se suele esperar un acontecimiento artístico de muy alta calidad. 

Si además el estreno y las primeras funciones tienen lugar durante las fiestas navidenas y de fin de año, es inevitable esperar un evento especialmente brillante. Tal debería haber sido el caso de la nueva producción de La hija del regimiento de Gaetano Donizetti en la Ópera del Estado de Baviera. Sin embargo, y si bien no puede hablarse verdaderamente de un fiasco, tampoco es posible lanzar las campanas al vuelo, pues ni la vertiente musical ni la escénica alcanzaron la excelencia que las circunstancias parecían prometer.

Empecemos por la música. La Orquesta del Estado de Baviera es un conjunto del máximo nivel técnico y artístico, lo que en esta producción volvió a ponerse de manifiesto. Aunque en líneas generales es una orquesta de sonido oscuro y compacto, sobre todo apropiada para interpretar música de compositores como Richard Wagner o Richard Strauss, la versatilidad de sus músicos y la pericia de Stefano Montanari, su director en la velada que reseñamos, hacen que suene magníficamente incluso en esta ópera, quizá la más ligera de todas las de Donizetti. 

La dirección orquestal de Montanari fue muy acertada en todos los aspectos y su acompañamiento de los solistas fue adecuado y muy atento. El Coro de la Ópera de Baviera, dirigido por Christoph Heil, hizo, como es habitual, un buen trabajo. En otras ocasiones, sin embargo, lo hemos oído más brillante y carismático. Ahora bien, La hija del regimiento no es la clase de ópera en la que la orquesta o el coro tengan un peso fundamental: aquí lo que importa son las voces solistas.

La intérprete del personaje protagonista, Marie, fue Pretty Yende, una soprano lírico que ofreció una versión correcta de su parte. Sus agilidades son suficientes y su línea de canto es limpia, como exige el bel canto, pero nada más. Sin que hubiera propiamente un déficit de expresión, la figura de Marie apareció sin brillo y sin una personalidad musical lo bastante marcada. 

El mayor problema fue quizás el limitado volumen vocal de la intérprete, hasta el punto de que, incluso desde las primeras filas de platea, se echó mucho de menos un piano bien audible. Sin duda, en una sala de dimensiones más reducidas, en un ambiente más íntimo, las cualidades de Pretty Yende podrían manifestarse de modo mucho más convincente; pero en un teatro que, según se dice, posee el tercer escenario más grande del mundo y frente a una sala con aforo para más de 2,000 espectadores, su caudal sonoro resultó escaso. Hay que reconocer también que la puesta en escena ayudó poco: ‘Par le rang et par l’opulence’, en el segundo acto, fue la única aria durante la cual en escena reinó la calma necesaria para que el canto se desplegara como es debido; y precisamente en este número la interpretación de Pretty Yende alcanzó un muy buen nivel de expresividad y de calidad artística.

A Xavier Anduaga, que encarnó a Tonio, no le faltó ni volumen ni un agradable timbre, así como tampoco una sólida técnica. Merced a ella los cambios de registro fueron sedosos y el color homogéneo. Cómodamente y sin esfuerzo alcanzó los nueve dos sobreagudos que le depara la partitura en su celebérrima aria ‘Ah mes amis’. Los pasajes más peliagudos fueron superados con el mismo esplendor y la misma comodidad que los menos exigentes; las acrobacias más vertiginosas igual que las cantilenas más lineales y líricas. Y, sin embargo, no estuvimos ante una gran interpretación, precisamente porque lo que se quedó corto fue eso: la interpretación. 

La parte de Tonio ofrece bastantes posibilidades para una configuración musical exigente y sutil, rica en pormenores. La versión de Anduaga surgió con la naturalidad de un torrente, pero en ella no pareció haber un gran interés por el detalle o la matización, fuera en la dinámica, los tiempos, el color, el fraseo, la relación entre texto y notas, etcétera. Lo que se advirtió fue un cierto automatismo: un aire casi maquinal hizo que su canto sonara un poco a rutina. Pudo deslumbrar al oyente predispuesto a dejarse seducir por sus fuegos artificiales, pero su belleza limitada no dejó huella duradera, ni fue emocionalmente conmovedora.

 

Misha Kiria (Sulpice) y Pretty Yende (Marie) © Geoffroy Schied

 

Misha Kiria interpretó impecablemente la parte de Sulpice. La veterana Dorothea Röschmann, que antaño fue una de las favoritas del público en Múnich, fue una Marquesa absolutamente correcta. Es muy posible que al menos una parte de su falta de inspiración que se advirtió en su interpretación musical se deba a la mediocridad de la puesta en escena de Damiano Michieletto, quien buscó una solución de compromiso entre teatro “tradicional” y “moderno”, como queriendo quedar bien con todo el mundo. Se le debe agradecer que no haya situado la acción en la guerra ruso-ucraniana o en Gaza o en el planeta Mercurio: la acción transcurrió en el Tirol a principios del siglo XIX, lo que ya es algo. Sin embargo, Michieletto evitó cuidadosamente toda ilusión de realismo, haciendo abundante uso del “efecto de extrañamiento” brechtiano, concretamente mediante la fría escenografía de Paolo Fantin, lo caricaturesco del vestuario (en el caso de los personajes nobles) y, sobre todo, por la introducción de una narradora. 

El primer problema que se advirtió fue la gratuita hiperactividad escénica, algo que por otra parte ya es casi una rutina. Nadie puede estar quieto unos cuantos segundos: los soldados deben continuamente estar marchando según una “coreografía” (así la llaman en el programa de mano) de Thomas Wilhelm, mientras en el aria ‘Ah mes amis’ Tonio solo descansa de su continua agitación para dar los famosos “Do de pecho”… Este horror vacui frente a cualquier síntoma de quietud obliga a inventar cualquier acción, venga a cuento o no, para evitar que decaiga el perpetuum mobile… También parece haber una cierta obsesión por obligar a reír al espectador, lo que da lugar a una sobreabundancia de bromas y recursos manidos y previsibles. Otro truco fácil del que se echó mano fue el de cargar las tintas sobre la ridiculización de los personajes nobles y sobre la rusticidad de Marie. Al final, el resultado fue un humor muy gastado, convencional y poco inteligente.

Sin embargo, el punto más débil de la puesta en escena fue la modificación del libreto, seguramente para hacerlo más fácilmente comprensible. Desde luego, el libreto de La fille du régiment no brilla precisamente ni por su claridad ni por su genialidad, pero precisamente superar esa dificultad es la labor de una buena dirección escénica. Lo que hizo Michieletto para no tener que romperse la cabeza buscando soluciones a este desafío, fue servirse de una trampa consistente en suprimir todos los diálogos e introducir en su lugar la figura de una narradora que explicó y comentó el argumento. Es decir, algo semejante al viejo recurso del deus ex machina, pero aquí ya desde que empezó la acción. 

Al lado de los rudimentarios textos que Michieletto puso en boca de esta narradora, el no muy bien trabajado libreto de Jean-François Bayard y Jules-Henri Vernoy de Saint-Georges parece una obra maestra de la literatura universal. Para acabar de arreglarlo, resultó que la narradora omnisciente fue nada menos que la Duquesa, que en el original lo ignora todo y no hace acto de presencia hasta casi el final de la ópera. Sin duda, el parloteo de la actriz Sunyi Melles, que interpretó este papel, aclaró algunos pormenores de la enredada trama, pero a costa de introducir una incongruencia mucho mayor. ¿Cómo puede la duquesa estar dentro y fuera de la acción al mismo tiempo, cómo saberlo todo y cómo, sabiéndolo, promover la boda entre su hijo (en esta puesta en escena, su sobrino) y Marie? Pero, aunque aceptemos todo esto, ¿es ésta una producción para un público infantil o tan ignorante que necesita simplificaciones “didácticas”? En todo caso, las intervenciones de la narradora abortaron cualquier conato de tensión dramática y destruyeron el flujo musical, pues en ellas se empleó una megafonía que contrastó desagradablemente con las voces “al natural” de los cantantes.

Al final nos quedamos con la sensación de haber escuchado una interpretación musical aceptable y de haber visto teatro pensado para un público inexperto y sin ambiciones. Un producto de consumo, pero ninguna gran obra de arte.

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