La flauta mágica (para niños) en el Lunario
Julio 28, 2024. La adaptación de espectáculos clásicos para dirigirlos al público infantil es uno de los grandes instrumentos de la difusión cultural y artística. Entre otras razones, es así porque además de poner al alcance de los chiquitines obras y autores de valor creativo y estético, se construyen nuevas generaciones de adeptos que en el futuro próximo pueden mantener vigente y atractiva esa actividad con la que han entrado en contacto.
Así pudo comprobarse al presenciar el entusiasmo y la algarabía de niñas y niños que asistieron a alguna de las cuatro funciones de La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart, que los domingos 21 y 28 de julio ofreció el Lunario del Auditorio Nacional en colaboración con Pro Ópera A.C, adaptando este gustado título del repertorio lírico que cuenta con libreto de Emanuel Schikaneder.
El canto, la música y una puesta en escena colorida y dinámica inspirada en el animé japonés, permitieron a los pequeños —y a los familiares que los acompañaban— adentrarse durante poco más de una hora en esta ópera estrenada en Viena, Austria, en 1791, y que a través de sus personajes y acciones despliega múltiples significados sobre el crecimiento personal, el amor y la lucha entre el bien y el mal.
Uno de los puntos fuertes de esta propuesta firmada por Rodrigo Caravantes, con ilustraciones de Raúl Valdés y Diana Vieyra, así como video de Leobardo Márquez, saltó a la vista desde el inicio: que la ópera, un arte con más de cuatro siglos de historia y que a menudo se percibe como elitista y distante, encontró una vía relajada, familiar e innovadora para conectar con las nuevas generaciones.
Su adaptación de La flauta mágica de Mozart para público infantil es un claro ejemplo de cómo el arte lírico puede trascender las barreras generacionales e incluso culturales al incorporar elementos del manga y el animé, tan cotidianos y queridos para los niños y (¡y ya no tan niños!) de hoy. Colores vibrantes, imágenes dinámicas en la pantalla de fondo, viñetas de lectura simultánea y personajes carismáticos se mezclaron sin grumos con la magia y fantasía inherentes a esta ópera clasificada como singspiel, si se considera la utilización de diálogos hablados que alternan con el canto.
En esta oportunidad, no hubo diálogos, sino la inclusión de la Niña concertino, interpretada por la actriz Mariana Estrada, que fungió como narradora y comentarista del argumento, sintetizado así en el programa de mano: “…el relato gira en torno al príncipe Tamino que, tras ser perseguido por una serpiente, conoce a la Reina de la Noche, quien le ofrece la mano de su hija Pamina si la libera del malvado Sarastro. Junto con Papageno, un encantador cazador de pájaros, Tamino se adentra al territorio de Sarastro para pelear contra él, pero descubre que la mala es en realidad la Reina de la Noche”.
La soltura escénica de Mariana Estrada y la emoción puesta para dejarse llevar ella también por las melodías y el canto pegadizo logró pasar por alto un par de tropiezos de su narración, producto justo de su ímpetu y vehemencia. Sus participaciones abonaron a que los asistentes al Lunario mostraran risas genuinas, asombro participativo y silencio expectante, como si con el espectáculo se descubriera un mundo nuevo y de interés.
En muchos casos, primerizos en la ópera, así fue. El reto de una puesta en escena para niños como esta también implica captar y retener la atención del público que reacciona sin filtros, mientras come o bebe del menú infantil. Desde luego no faltó el llanto, el berrinche o el grito de algún pequeño con papas a la francesa y hamburguesa a medio consumir, pero la mayoría se sintió transportada por la música y el vaivén vocal y escénico de los intérpretes.
Los personajes, en su diseño y vestuario (Aurelio Palomino), fueron representados con líneas expresivas y atuendos simbólicos pero frescos que invitaban a sumergirse en sus aventuras ciertamente juveniles, lo que subrayó también la iluminación de Patricia Gutiérrez. No faltaron chamarras, gabardinas, botas, jeans y alguna bufanda (¡roja, como dicta el canon!) que en conjunto con cierto vestido o bata ceremoniales crearon una sensación de cuadro cosplay.
La preparación vocal de estas funciones estuvo a cargo de la mezzosoprano Cassandra Zoé Velasco, mientras que la dirección musical correspondió al maestro Andrés Sarre, con la participación al piano de Amaury Ríos, quien ofreció prudente soporte y acompañamiento a los solistas. El resultado, según pudo apreciarse, fue satisfactorio y con muy buena asistencia de público al recinto, a pesar de la lluvia intensa de los últimos días en la Ciudad de México o algún otro espectáculo infantil cercano en horario encontrado como el Disney on Ice: Magia en las Estrellas, presentado en el Auditorio Nacional.
El elenco estuvo encabezado por la soprano Arisbe de la Barrera, quien dio vida tanto a Pamina como a Papagena, con una voz de dulce lirismo y cálida expresividad emocional; y por el tenor Ricardo Estrada, un Príncipe Tamino de timbre fresco y brillante, sostenido incluso en sus incursiones por la zona de mesas del Lunario como parte de su travesía para superar las pruebas que depuran el interior de su personaje, apoyado con solvencia por el Papageno del barítono Carlos Adrián Hernández.
El bajo Ricardo Ceballos cumplió con un firme y hasta hierático Sarastro, muy bien representado en las ilustraciones de la pantalla; mientras que la soprano Ana Rosalía Ramos interpretó a la Reina de la Noche. No obstante algunas notas rampantes de su emisión, por sus sobreagudos y sobre todo los impactantes pasajes que escribió Mozart para el personaje, fue ella quien conquistó el mayor aplauso del público, que desde su lugar —y no se diga al salir de la función— trataban de imitar los staccatos del aria ‘Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen’.
Sin duda, esta producción de La flauta mágica para niños puede estimarse como una propuesta audaz en su fusión de mundos de origen aparentemente distintos. Sin embargo, la sinergia conseguida no solo potenció los valores artísticos de cada uno, sino que sembró una semilla —y tal vez ahí radica su mayor importancia— que en el mejor de los casos germinará con futuras generaciones de operófilos.
El público que se sienta cómodo con este formato encomiable para encaminarse en el universo operístico —no exento de las particularidades de un ambiente relajado y familiar— tiene la opción de asistir nuevamente al Lunario los próximos domingos 4 y 11 de agosto (13:00 y 17:00 horas) para presenciar alguna de las cuatro funciones de La Cenicienta de Gioachino Rossini, que de nuevo presentará en colaboración con Pro Ópera A.C.