La forza del destino en Barcelona
Noviembre 12 y 13, 2024. Tras doce años reapareció la temida, discutida y popular ópera de Giuseppe Verdi que no se puede nombrar, la vigésimocuarta de su catálogo en la versión definitiva de Milán, y prácticamente integral salvo algunas repeticiones cortadas (de interés).
Fueron dos repartos de muy distinto nivel con parecida aceptación y presencia de público. Las reservas que se pueden hacer al primero desaparecen o son insignificantes cuando se advierten las deficiencias del segundo.
Se volvió a utilizar la puesta en escena coproducida con París, ya tonta e inútil en el momento de su estreno en Francia (del director Jean-Claude Avray, aquí repuesta por Leo Castaldi). No va de ser tradicional o no, sino de carecer de todo interés, al ser torpe en la dirección de las escenas de guerra, confusa o inapropiada históricamente, sin ninguna real dirección de intérpretes y solo con algunos momentos (los del convento del segundo acto) que recuerdan a los cuadros del pintor Francisco de Zurbarán (1598-1664) por los colores del vestuario y la iluminación.
El Coro (preparado por Pablo Assante) tuvo una actuación afortunada y destacó la dirección orquestal de Nicola Luisotti, aunque con algún desequilibrio en la dinámica, los contrastes abruptos y algunos tiempos en exceso rápidos. El mayor inconveniente, debido a la puesta en escena, fue la arcaica tradición de origen germano de poner la obertura entre los actos primero y segundo. Pero si se llama obertura…
En el primer reparto sobresalieron Anna Pirozzi (Leonora), Brian Jadge (Don Alvaro) y Artur Rucinski (Don Carlos di Vargas), por ese orden. A la primera la tuvimos por suerte y casi por casualidad; lo único que se puede notar es que centro y grave fueron menos amplios y poderosos, pero su estilo, técnica, agudos y medias voces fueron realmente estupendos.
La voz del tenor es de primera clase, aunque no muy bella, con gran volumen y extensión pero en el grave se acorta y su fiato no siempre le permite llegar hasta el final de las frases; como actor prestó el flanco a la crítica y su fraseo fue correcto pero poco variado. Rucinski cantó con algo menos de volumen y en algún momento (al final del aria) corto de agudo, pero es un notable cantante (y artista convencional).
John Relyea (Il Padre Guardiano) tiene voz enorme y extensa, pero engolada y nasal. Pietro Spagnoli fue un excelente Fra Melitone por todo concepto. Muy bueno el Maestro Trabuco de Moisés Marín. Giacomo Prestia prestó su todavía gran clase al Marchese di Calatrava. Caterina Piva es joven y su Preziosilla fue voluntariosa, pero la voz es clara y en el famoso ‘Rataplan’ se quedó corta.
En el segundo reparto le ocurrió lo mismo a Szilvia Vörös, de timbre más oscuro y metálico y buenas tables. El Guardiano de Alejandro López fue inaceptable y en gran parte ocurrió lo mismo (fuera de color de la voz y del centro) con el Alvaro de Francesco Pio Galasso. Saioa Hernández no puede destacar en este tipo de papeles por su carencia de sonidos filados y lo que suele ocurrir cuando trata de filar un agudo (como ocurrió en ‘Pace pace’, que hubiera sido bueno de otro modo). Por otra parte, aquí sus agudos muchas veces suenan estridentes.
Luis Cansino cantó Fra Melitone con buena voz pero sumamente exagerado (lo que le valió muchas risas y aplausos). En realidad, la única gran figura y el único ejemplo de canto verdiano en toda la velada fue el Don Carlos di Vargas de Amartuvshin Enkhbat, ejemplar, aunque no demasiado expresivo, pero con su modo de cantar compensa y cómo. Simplemente basta con oírlo cantar para saber qué pide Verdi.