La sonnambula en Barcelona

Nadine Sierra (Amina) en La sonnambula de Vincenzo Bellini en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona © Antoni Bofill

 

Abril 22, 2025. A casi diez años de la última reposición en el Gran Teatre del Liceu, volvió la ópera de Vincenzo Bellini que más debe su permanencia en el repertorio a las capacidades de una soprano y un tenor, en un nuevo montaje coproducido —entre otros teatros— con el Real de Madrid. 

Se presentó como director Lorenzo Passerini, que hizo una buena labor, aunque parece confirmarse esa tendencia a insistir demasiado en los forte de algunos momentos. La orquesta le respondió bien, y el coro (un poco penalizado por la puesta en escena), preparado como siempre por Pablo Assante, también cumplió con lo que se le pedía, pese a algunas inseguridades en el coro que describe en el primer acto la aparición del “fantasma”.

La protagonista fue la soprano estadounidense Nadine Sierra en lo que se perfila ya como el nuevo y justificado romance del público del Liceu. Aun en posición incómoda (acostada), exhibió dominio excepcional de la respiración, conocimiento de los secretos del arte de la coloratura (staccati, trinos, glissandi) de la mano con un legato de manual de bel canto. Como además es bella, inteligente, y se mueve bien, su triunfo fue fenomenal. 

Cerca estuvo el tenor vasco Xabier Anduaga, Elvino, en un tipo de papel que parece ser el que más le conviene ahora, donde destacó la belleza del agudo (curiosamente su centro y grave fueron más graves y opacos). Muy bien también la Lisa de la soprano cubana Sabrina Gardez (se abrió su aria del segundo acto); y si su interpretación más que petulante fue descarada, se debió a la marcación del personaje. El bajo-barítono argentino Fernando Radó fue un Conde de poco brillo, poco color y emisión no siempre estable. Bien la mezzosoprano donostiarra Carmen Artaza en Teresa y el barítono de Zaragoza Isaac Galán en Alessio (aunque fueron quienes más sufrieron en los momentos de conjunto). El tenor malagueño Gerardo López cantó el notario. 

La dirección escénica de Bárbara Lluch no resultó demasiado feliz, ya que a la estaticidad del coro y a su ocultamiento tras velos y tiendas sumó esa marcación exagerada de Lisa y también del Conde (que toma un baño en una escena típica de un film del “Far West” y tiene un criado de lo más pesado e intrusivo). Los celos parecen estar presentes desde el vamos en Elvino y hay unos bailarines que parecen ser los diablos que se han apoderado del cuerpo de Amina de los que se libera al final… La producción anterior, sin ser maravillosa, era mucho mejor.

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