La traviata en San Diego

Escena final de La traviata de Giuseppe Verdi en la Ópera de San Diego © Katarzyna Woronowicz

 

Abril 25, 2025. Con La traviata, ópera en tres actos de Giuseppe Verdi (1813-1901) con libreto en italiano de Francesco Maria Piave —quien se basó en la novela y obra de teatro de Alejandro Dumas II, La dama de las camelias (1848), perteneciente a la trilogía popular operística que compuso Verdi, y a la vez es la ópera más representada en el mundo desde 1996, según Operabase.com.

Con La traviata concluyó una temporada significativa de la Ópera de San Diego, la numero 60, y personalmente me genera malestar ver cómo la que fue una importante compañía operística no solo ha ido disminuyendo su cantidad de producciones y funciones, sino que ha bajado considerablemente su calidad artística, y han alejado a los importantes cantantes que conformaban los elencos en el pasado. Parece ser que la actual administración a cargo del teatro no ha encontrado la manera de devolverle al teatro el  lugar que le corresponde en el mapa operístico estadounidense, como tampoco de ofrecer espectáculos de mejor calidad al público de esta ciudad, que antes solía atraer gente de Los Ángeles, como de otras regiones de California y de otras latitudes.

La fórmula de ofrecer obras contemporáneas fuera del enorme y vestusto Civic Theatre, y de ofrecer galas y recitales no funcionó y debió ser eliminada por completo. Previo al inicio de esta función se anunciaron los títulos de la que será la próxima temporada que incluye Pagliacci de Leoncavallo, Il barbiere di Siviglia de Rossini y Carmen de Bizet, así como la extensión del contrato del maestro Yves Abel como director musical del teatro hasta la temporada 2030.

Esta Traviata es un ejemplo fehaciente de los altibajos vistos desde el punto de vista artístico y visual del espectáculo, ya que los opulentos, elegantes y coloridos vestuarios de la época que indica el libreto, propiedad de la Washington National Opera, ideados por Jess Goldstein, contrastaron con la simplicidad y la apariencia rudimentaria y carente de ingenio artístico de los escenarios, que consistían en colocar la escena sobre pequeñas tarimas cuadradas, o rectangulares —en el segundo acto— que se deslizaban en los cambios de escena, que creaban amplios espacios sobre el escenario, pero que en escenas como el cuarto acto ver a cinco personajes, más la cama de Violetta, se veían saturados, imposibilitando movimientos de los cantantes que mostraran la existencia de un verdadero trabajo actoral, y las proyecciones al fondo del escenario que representaban las paredes de un jardín —en el segundo acto—, o el muro del interior de un salón, visto tanto en el primer acto como en el último.

Tal carencia de ideas y falta de recursos provocaron irritación en el público, angustia de que el escenario no era aprovechado como se debía. En resumen, se trató de un montaje escénico que en realidad no lo era, y en tal caso, con estas circunstancias, una versión en concierto francamente hubiera sido una solución más idónea. El diseño de las escenográficas se atribuye en el programa a Tim Wallace, igual que las proyecciones, y más que ser una coproducción con otros teatros fue una creación de San Diego para sacar adelante la función y quizás evitar más altos costos. 

La parte vocal del espectáculo también tuvo sus claroscuros, pero comenzaré por mencionar lo notable que fue la participación de la soprano canadiense Andriana Chuchman como Violetta Valéry, quien supo sacar adelante el papel con buenos medios vocales, experiencia, y sobre todo porque supo gestionar de manera adecuada y convincente las exigencias actorales y vocales que para este personaje fuera in crescendo en la dificultad que va suponiendo cada acto, y construir un personaje en términos generalas convincente y satisfactorio. Su canto es nítido, colorido, alegre y supo darle sentido a su expresión, a su fraseo y a su proyección, a pesar de ciertas imprecisiones en la dicción.

Por su parte, el bajo-barítono Hunter Enoch, a quien ya había escuchado en El anillo del nibelungo de Wagner en Dallas hace un año, mostró que posee un instrumento potente en proyección, pero que aquí supo modular, colorear y darle ese sentido de canto verdiano que le pertenece al personaje de Giorgio Germont. Escénicamente se vio seguro en escena, y a pesar de su juventud le confirió al papel la apariencia, el estilo y el comportamiento de un hombre mayor. Sus arias fueron cantadas con intensidad, pero buen manejo de la voz, a pesar de una tonalidad robusta, pero bien aprovechada.

El eslabón más débil del elenco fue el Alfredo Germont del tenor Zach Borichevsky, por su irregular desempeño vocal, si bien su voz es de cálido y grato color, y tiene buena proyección, por momentos parecía estrangularse, descomponiéndose hasta emitir un sonido nasal, con dificultad para emitir los agudos, y un sonido áspero. Su actuación iba de la rigidez a la sobreactuación, y pareció estar en discordancia con el papel de Violetta. 

Buen desempeño de algunos de los intérpretes de los papeles menores, como la destreza de la mezzosoprano Tzytle Steinman como la amiga de Violetta, Flora Bervoix, la Annina de Erika Nicole Alatorre, o el canto refinado de Felipe Prado como Gastone de Letorières. Discretos estuvieron el resto de los personajes. Bien amalgamado y participativo se vio el San Diego Opera Chorus, que dirige el maestro Bruce Stasyna. En el foso estuvo el maestro canadiense Yves Abel, quien mostró oficio y seguridad empuñando su batuta, con movimientos precisos pero efectivos, frente a los músicos de la San Diego Symphony Orchestra, que saben imprimirle sutileza y argucia a las partes que ejecutan, como quedó de manifiesto en los preludios, tanto del primer acto como del último, ya que son músicos profesionales y de buen nivel.

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