La traviata en Trieste
Noviembre 10, 2024. La traviata que inauguró la temporada lírica del Teatro Verdi denota inmediatamente un rasgo sorprendente de la dirección escénica de Arnaud Bernard: evidencia de manera tosca el libertinaje del vestuario. De hecho, estamos hablando de una mantenida que, aunque moralmente es rescata al final por Alfredo, como también de su padre, es una mujer reprobable en la ética de su tiempo, y entonces los hombres pueden permitirse mirarla en escena frente a todos y, sinceramente, no se puede creer que esta haya sido la realidad de la época de Giuseppe Verdi.
En la idea de Bernard, las fiestas están llenas de gente que no está tomada, sino que está borracha fuera de proporción. La dirección alcanza su culminación en el según acto, en el cual Alfredo humilla a Violeta con la fatídica ‘Questa donna pagata io l’ho’ haciendo que entrara una banda de hombres, vestidos de mujeres semidesnudas y provocativas con corsés, ligueros, plumas y mucho más. Una rudeza que nos hace preguntarnos para qué puede servir si no es para recorrer algunas modas del momento, al que se agrega un mal gusto en mostrar a Violetta escupiendo su enfermedad en un lavabo, que aparece con demasiada frecuencia para al menos no provocar fastidio.
Además, la elección de los vestuarios de Carla Ricotti fue más bien rigurosa y elegante; las mujeres en gris perla en el primer acto, con Violetta en un rosa claro brillantísimo, negro en sus vestidos de la fiesta del segundo acto. Las escenografías de Alessandro Camera eran esenciales: se trataba de un ambiente de muros y puertas hasta el techo que rodeaba el escenario. La diferencia la hizo el equipo escénico, como una mesa grande en el primer acto, un manto de pétalos rojos para escena de amor entre Alfredo y Violetta alejados de París, sillas y mesas aventadas, tapetes enrollados, una casa que cierra sus puertas para el final en la muerte.
La dirección musical de la Orquesta del Teatro Verdi por parte de Enrico Calesso fue impecable, atento a seguir a los cantantes y no abrumar sus voces, para resaltar lo lánguido y trágico de la trama. El coro, dirigido por Paolo Longo, estuvo llamado a ser una exigente presencia: el director de escena cargó con imágenes firmes más bien eficaces en diversos momentos del espectáculo, que el coro seguía con atención y evidente capacidad, y también cuando debió moverse a través de todo el escenario en las escenas del baile y de la borrachera.
Los tres personajes principales —Violetta, Alfredo y Germont padre— estuvieron impecables. Roberto Frontali no actuó: fue Giorgio Germont, y los matices de sus sentimientos fueron muy naturales. Al final, el público le ofreció un largo y meritorio aplauso. También los dos jóvenes enamorados superaron la prueba: Antonio Poli, quien logró transmitir toda la ingenuidad del personaje, en el enamoramiento y en la ira. Maria Grazia Schiavo concluyó la vida de Violetta con un conmovedor ‘Gran Dio! morir si giovane’, con el cual acabó con una actuación muy apreciable, que superó también con propiedad interpretativa los insidiosos obstáculos de la dirección escénica.
Todos los demás tuvieron una prueba óptima, desde la Annina de Veronica Prando, a la Flora de Eleonora Vacchi y luego nuevamente los demás personajes secundarios: Francesco Verna, Andrea Pellegrini, Francesco Auriemma, Saverio Fiore, Gianluca Sorrentino, Giuseppe Oliveri y Damiano Locatelli. Una mención especial merece Emanuele Agliati por la iluminación, pues los cortes laterales y los primeros planos compensaron las limitaciones de la escena, enfatizando los diferentes momentos y puntos destacados que los dominan.