La vestale en Piacenza
Noviembre 24, 2024. Maiolati, un pequeño municipio italiano de apenas seis mil habitantes situado en la provincia de Ancona, en el corazón de Italia, conserva un importante legado cultural. En este apacible pueblo nació en 1774 Gaspare Spontini, un compositor que, en su tiempo, alcanzó una fama y un reconocimiento extraordinarios, aunque con el paso de los años su nombre y su obra han caído gradualmente en el olvido. Como tributo a su ilustre hijo, la localidad adoptó en 1939 el nombre de Maiolati Spontini, perpetuando así la memoria de uno de los grandes maestros de la música de su época.
En 2024, como parte de las celebraciones por los 250 años de su nacimiento —una efeméride que busca rescatar la memoria de este creador injustamente olvidado—, se ha organizado una ambiciosa coproducción entre la Fundación Pergolesi Spontini, el Teatro Alighieri de Ravena, el Teatro Verdi de Pisa y el Teatro Municipal de Piacenza. El título elegido no podía ser otro que La vestale, la obra más emblemática de Spontini, cuyo impacto se pretende reivindicar frente a las celebraciones paralelas por el centenario luctuoso de Giacomo Puccini.
La vestale, estrenada en la Ópera de París en 1807, marcó un punto de inflexión en la evolución del drama musical al fusionar la grandiosidad del clasicismo con el fervor romántico emergente en la época. El libreto de Étienne de Jouy narra la tragedia de Julia, una sacerdotisa del templo de Vesta condenada a muerte por romper su voto de castidad tras enamorarse del victorioso general Licinius. Justo antes de su ejecución, la llama vestal, que se había apagado mientras los amantes se juraban amor y que era la causa de la condena, se enciende espontáneamente. Este fenómeno es interpretado por las demás sacerdotisas como una señal de aprobación divina, permitiendo a la pareja vivir en paz y otorgando a la ópera un inesperado final feliz.
Este título no solo encarna los ideales napoleónicos de heroísmo y sacrificio, sino que también establece un puente entre la opéra seria y la espectacularidad de la grand opéra. Para esta ocasión, se optó por realizar la versión en francés, utilizando un libreto que refleja las modificaciones implementadas durante la temporada de estreno hace más de dos siglos. Gracias al estudio de la partitura autógrafa conservada en París, fue posible identificar las variaciones realizadas por el propio Spontini, especialmente los ballets que, siguiendo la tradición francesa, se incorporaron al final de los actos primero y tercero.
La capacidad de Spontini para tejer un drama intenso a través de la orquesta y el coro, dotando de profundidad emocional a los personajes, encontró en Alessandro Benigni un intérprete ideal. El director lideró a la Orquesta Corelli con una lectura meticulosa y precisa, siempre en estilo. La partitura presenta grandes desafíos técnicos: matices y adornos del clasicismo al estilo de Mozart y Haydn que se entremezclan con armonías y pasajes de clara influencia beethoveniana. La maestría de Benigni radicó en encontrar el equilibrio justo entre estos estilos.
Desde la solemne obertura hasta los momentos más líricos de las arias y los conjuntos, pasando por los cristalinos ballets, el concertador italiano logró equilibrar la majestuosidad ceremonial con la emotividad íntima de los protagonistas. La orquesta respondió con precisión sobresaliente a las demandas del director, logrando un sonido pleno y vibrante cuidando siempre el volumen y a sus cantantes.
El Coro del Teatro Municipal de Piacenza, dirigido por Corrado Casati, ofreció una interpretación poderosa que capturó la atmósfera ritual y trágica. El coro encarnó tanto a las vestales guardianas del templo como al pueblo romano, interviniendo positivamente en momentos cruciales como el imponente clímax ‘Ô terreur! Ô disgrâce!’, en el que condenan a Julia, o en ‘Chants d’allégresse aimable ivresse’ que celebra la intervención divina en la boda de ambos.
En el complejo rol de Julia, la sacerdotisa dividida entre su juramento de castidad y su amor por Licinio, la soprano Carmela Remigio ofreció una actuación sobresaliente. Su interpretación capturó con gran sensibilidad la lucha interna del personaje, especialmente en el recitativo ‘Sur cet autel sacré’ y en el aria ‘Impitoyables dieux’, donde suplicó a los dioses con buen fraseo, un vibrato controlado y una actuación soberbia. Su registro central es de ensueño, aunque algunas notas agudas ligeramente descoloridas evitaron que su registro agudo fuera perfecto. Su despedida en el tercer acto, ‘Toi que je laisse sur la terre’, en la que acepta su destino con resignación y valentía, resultó profundamente conmovedora, consolidando su actuación como uno de los puntos culminantes de la noche. Remigio destacó no solo por su calidad vocal, sino también por su impecable interpretación actoral.
Bruno Taddia aportó una presencia escénica intensa como Licinius, el general romano que desafía las leyes sagradas por amor a Julia. A pesar de no poseer un timbre especialmente atractivo, el barítono lombardo logró transmitir a través de su expresividad corporal el ímpetu y la desesperación de su personaje. Taddia creció en fuerza y convicción a lo largo de la obra. Especialmente destacado fue el dueto con Remigio, ‘Adieu, mes tendres soeurs’. El papel de Cinna, el leal amigo de Licinio que intenta mediar entre el deber y la pasión, fue llevado con elegancia y notable musicalidad por Joseph Dahdah, quien resultó una grata sorpresa. El tenor libanés ofreció una línea vocal limpia, juvenil y refinada, además de una potencia adecuada.
La mezzosoprano Daniela Pini, como la Grande Vestale, destacó por su carácter severo y maternal, encargada de mantener la pureza del templo y juzgar a Julia. Aunque comenzó algo contenida vocal y actoralmente en el primer acto, su interpretación creció notablemente en fuerza a medida que avanzaba la obra. Por su parte, el bajo Adriano Gramigni, como el Grand Prêtre, ofreció una presencia solemne y convincente, representando la autoridad divina que Julia desafía.
Encargado de la dirección escénica, escenografía y vestuario, Gianluca Falaschi incorporó un homenaje implícito a Maria Callas, quien obtuvo un éxito extraordinario con La Vestale en la Scala de Milán durante la década de 1950. En el programa de sala, Falaschi subrayó el paralelismo entre Julia y Callas, afirmando que ambas mujeres enfrentaron una constante presión, aplastadas por las expectativas sociales y el peso de su propia leyenda personal. Este enfoque visual equilibró la austeridad clásica con matices minimalistas, combinando columnas estilizadas y vestuario que integraba elementos de la antigüedad romana como togas blancas, con detalles modernos como fracs o vestidos de gala.
Mención aparte merecen los ocho bailarines que, bajo la coreografía de Luca Silvestrini, interpretaron con maestría los dos largos ballets con técnica contemporánea, destacando en el final de la ópera con el luminoso final. El público ovacionó unánimemente esta celebración por los 250 años del nacimiento de Spontini que, pese a ser eclipsada por el aniversario pucciniano, rescató esta joya histórica con excelencia.