
La vida breve y Tejas verdes en Madrid

Escena de La vida breve de Manuel de Falla en el Teatro Real de Madrid © Javier del Real
Febrero 22, 2025. Un gran acierto se apuntó el Teatro Real de Madrid al rendir homenaje a la lírica española, presentando un espectáculo que reunió en programa doble las óperas La vida breve del granadino Manuel de Falla junto al estreno mundial de Tejas verdes, segunda composición operística del talentoso Jesús Torres y encargo especial de esta casa lirica.
La decisión de presentar ambas operas juntas, que muy hábilmente desarrolló y entrelazó el director de escena español Rafael Villalobos, buscó resaltar el tema del encierro y la falta de libertad de los mundos semejantes en el que les ha tocado vivir a ambas protagonistas.
En la primera ópera, Salud está atrapada y es víctima, aunque de modo simbólico, de su rango social y de un amor no correspondido; mientras que, en la segunda, Colorina es una prisionera real, a posteriori desaparecida, de un sistema represivo que la somete y la priva de su libertad debido a su relación amorosa con el activista político Miguel.
El reparto vocal mostró solidez y entrega. Al frente del reparto vocal de la ópera verista de De Falla, la soprano Adriana González resultó una interprete magnética como la enamorada, engañada y frágil Salud, complejo personaje a cuyo servicio puso una voz generosa, homogénea, que coloreó con los tintes dramáticos justos y a la que siempre condujo con efectividad y seguridad. En la nada grata parte del cínico y traicionero señorito Paco, el tenor Eduardo Aladrén lució una voz de cálido y varonil timbre y en lo interpretativo se lo oyó muy entregado a la composición de su personaje, lo que hizo olvidar algunos momentos de canto algo forzados y poco parejos.
La mezzosoprano Ana Ibarra fue una doliente abuela muy adecuada en lo vocal y de enorme solidez actoral y el bajo Rubén Amoretti resultó convincente en sus intervenciones, imponiendo gran autoridad como el vengativo tío Salvaor. Del resto del reparto secundario, brillaron con luz propia el barítono Gerardo Bullón y el tenor Alejandro del Cerro como Manuel y La voz de la fragua, respectivamente. Con una ampliada participación en el montaje propuesto por Villalobos, una especial mención corresponde para la cantaora flamenca María Marín, quien con su canto y su guitarra aportó un atractivo y ambiente granadino adicional a la presentación.

Natalia Labourdette como Colorina en el estreno mundial de Tejas verdes de Jesús Torres © Javier del Real
En el reparto vocal de la ópera de Torres, brilló a más no poder la soprano Natalia Labourdette, quien ofreció una descomunal labor tanto vocal —sin amedrentarse jamás por la despiadada escritura de su parte— como interpretativa de la compleja psicología de la encerrada y torturada Colorina.
Ya sea por sus sólidos medios, su contundencia actoral o su fuerte personalidad, Ana Ibarra le sacó lustre a la fría y antipática parte de la doctora del servicio de torturas del centro de detención. Muy efectivas en su cometido resultaron asimismo Alicia Amo (la delatora), María Miro (la hermana) y Sandra Fernández (la madre). Bien preparado, el coro de la casa, que dirigió el argentino José Luis Basso, sumó calidad en cada una de sus intervenciones.
Desde el foso y al frente de la orquesta de la casa, la dirección musical de Jordi Francés destacó por su ritmo, concertación, intensidad y la multiplicidad de colores que obtuvo de sus músicos. En la primera parte, y coincidiendo con cuanto sucedía en la escena, buscó aportar al clima opresivo planteado en la escena y ofreció una lectura de la música de De Falla mucho más apagada y densa que la habitual. En la segunda parte, el director español, buen conocedor del repertorio contemporáneo, transitó con comodidad la escritura compleja y de alto contenido psicológico escrita por Torres, brindando una interpretación de gran variedad tímbrica, cuidada interacción con los cantantes y muy elaborados ambientes musicales.
A cargo de la dirección de escena y el vestuario, el español Villalobos planteó con interesantes recursos un díptico donde, a pesar de distar un siglo de diferencia entre la acción de una y la otra, ambas óperas se relacionaron y se retroalimentaron exacerbando la brutalidad y la opresión presentes en ambas tramas. En esta línea, tanto la austera y poco atractiva escenografía de Emanuele Sinisi, como el vestuario oscuro del propio Villalobos y la iluminación mínima y cuidadísima de Felipe Ramos le dieron en el clavo creando un universal ambiente de ideal hostilidad, crueldad y opresión.
Excelentes las violentas coreografías creadas para el ballet de la casa por la compañía de Estévez/Paños. Buena parte del público fue poco propenso a la visión renovadora sobre De Falla y huyó en bandada en el intervalo. Otros, con algo más de coraje, fueron desertando en medio de la segunda parte. Al caer el telón, los pocos que quedaron aplaudieron un espectáculo que, muy coherente consigo mismo, resultó movilizante y de fuerte impacto.