La vita è sogno en Venecia

Escena de La vita è sogno de Gian Francesco Malipiero en el Teatro Malibran de Venecia © Michele Crosera

 

Noviembre 7, 2024. Esta ópera de Gian Francesco Malipiero (1882-1973) que viera la luz hace ochenta años en el Teatro La Fenice y hace uno más se estrenó de modo absoluto en Breslau, volvió a la ciudad lagunera con motivo de ese aniversario, pero en el más íntimo Teatro Malibran que La Fenice ahora utiliza para conciertos, obras de cámara y del barroco, que requieren un ámbito más íntimo.

El libreto es del propio autor sobre La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), al que ha reducido mucho (la duración es de una hora y diez minutos, aproximadamente), cambiando el nombre de algunos personajes (Rosaura por Diana, para dar el ejemplo más importante), pero también en otros casos con una traducción casi literal.

Queda claro en cualquier caso el interés del compositor por el mundo del siglo XV (hay que recordar su interés por Claudio Monteverdi, al que logró hacer volver a los teatros con una excelente versión —relegada hoy por la filología— de su inmensa L’incoronazione di Poppea, de 1643) y en su música, bella y nada difícil, aunque con la problemática común a su época de la escritura para las voces, que impide no solo la comprensión de muchos momentos del texto, pero sobre todo insiste con monotonía —y con peligro para las voces— en la tesitura aguda.

De demostrar la primera parte de la afirmación se encargaron sobre todo coro y orquesta de La Fenice, preparados respectivamente por Alfonso Caiani y Francesco Lanzillotta (los momentos en que se recrean madrigales fueron una delicia).

Los cantantes fueron bien elegidos y se desenvolvieron con bravura, a partir de una Veronica Simeoni (Diana) con un dominio soberano de la técnica y una articulación lo más clara posible del texto, siempre atenta a dar un significado a palabra y acción. Dígase lo mismo de la labor del bajo Riccardo Zanellato (el Rey) y, en el papel de Segismundo (aquí solo llamado “el Príncipe”), el tenor Leonardo Coltellazzi, cuyo timbre lo hace particularmente adecuado a este tipo de roles. El cuarteto principal se completó con el buen Clotaldo (preceptor/carcelero) del barítono Simone Alberghini. Ninguno de estos personajes tiene mucho espesor, ni tan sólo simbólico, pero sí mucho más y con sentido que los secundarios que no cumplen con ninguna función más que la decorativa. 

Probablemente el más necesario sea el del criado de Diana y escudero del rey que tocaron al barítono Enrico De Geronimo. Los sobrinos del rey, y en teoría conspiradores, fueron la mezzosoprano Francesca Gerbasi (Estrella) y el barítono Levent Bakirci (Don Arias).

La nueva producción se encomendó a Valentino Villa, que realizó un buen trabajo, más de ilustración que de interpretación, con decorados sencillos y funcionales de Massimo Checchetto, buenos trajes de Elena Cicorella, excelentes luces de Fabio Barettin y movimientos coreográficos bastante prescindibles de Marco Angelilli.

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