La voix humaine en Rovigo

Julia Cherrier Hoffman en La voix humaine de Francis Poulenc en Rovigo © Nicola Boschetti

 

Diciembre 20, 2024. La voix humaine. Texto intrigante, dirección escénica decepcionante. Con público escaso en la sala y en los palcos del Teatro Sociale, aun así aplaudió y, por lo tanto, estuvo satisfecho, gracias a Julia Cherrier Hoffmann, la intérprete. 

Uno podría describir la función como si fuera un tweet. Pero ya no existe Twitter, sino “X”… Y entonces se podría decir que la función estuvo… equis. Pero el pronunciamiento del decepcionado cronista debe ser explicado, y eso no se puede describir con una “X”. Así que empecemos por el principio, partiendo de la fuente: Jean Cocteau escribió La voix humaine para el teatro en prosa en 1930. Luego, Francis Poulenc la musicalizó en 1958. Y el verdadero protagonista de la obra es el teléfono. El teléfono alámbrico, el que no permite moverse más allá de la longitud del cable que conecta la toma de corriente con el aparato. 

Aunque así fuera (como han hecho algunos directores en los últimos años) era un hilo muy largo. Pero un hilo, y un auricular. La poesía que se esconde aun en el auricular, que no ha cambiado desde los tiempos de Cocteau y Poulenc… hasta que el alambre fue sustituido por el espacio y los postes situados a lo largo de las calles y las zanjas para ser sustituidos por satélites que giran alrededor de la madre Tierra. 

Entonces, ¿cuál fue la idea de colocar una puesta en nuestro tiempo? Obviamente, el teléfono móvil. La puesta en escena sustituyó el teléfono por el celular que es en sí mismo un diminutivo no solo de volumen, sino también de contenido. Respecto de Cocteau, se entiende que ese diálogo por teléfono entre lo atónito, lo mendaz y la desesperación de la protagonista, coloca contenidos, anudados a un hilo e interferencias en la línea que originan la angustia de la protagonista y que alimentan sus desesperados llamamientos a la operadora de la central para que deje la línea libre y no la deje caer. Quizás en otras ocasiones —hoy no— ese texto es incluso banal y se vacía de contenido si se actualiza. Sin embargo, se conserva todo el contenido si se historiza, porque ese texto no es testigo del hecho, sino del tiempo. 

«El teléfono, tu voz» era el eslógan publicitario de cuando la compañía telefónica italiana Tim se llamaba Sip, una señal del tiempo, insisto. Así, la elección de la dirección escénica fue de situar la llamada telefónica de la protagonista no en una casa o en un apartamento, sino en el cuarto de un hospital (la idea no es nueva y permanecerá como un bello recuerdo, con la dirección de Robert Carsen de hace años en Bolonia, y cuando La voix humaine fue interpretada por una estratosférica Anna Caterina Antonacci…) que allí quedará. 

Lo que fue menos convincente en la puesta en escena del Teatro Sociale de Rovigo es que la llamada telefónica no se hizo a un hombre vivo, sino a un muerto: por lo tanto, es imaginaria, irreal, alucinada y extensa. En esta puesta de Rovigo hubo un hilo: el goteo intravenoso aplicado a la muñeca de la protagonista, un hilo que se rompió varias veces y otras tantas veces volvió a aplicar una enfermera diligente y silenciosa con bata verde. Pero este cable es el medio de una cura fisiológica, no el objeto atormentado de una situación psicológica, como lo fue (o es) el cable telefónico con el auricular plano. La protagonista se movió por la escena arrastrando el suero, por lo que su gesticulación, como subrayando las emociones, se vio privada del movimiento de sus manos, con una ocupada en arrastrar el suero, y la otra sujetando el teléfono móvil. 

La puesta en escena de Rovigo no incluyó orquesta, sino piano. Para efectos expresivos, casi nada cambió, porque la música de Poulenc es avara de ricas notas y rica en acentos y toques de percusión. El óptimo pianista Davide Cavalli estuvo atento y fue limpio al acompañar a Julia Cherrier Hoffman. Y ella, Cherrier Hoffmann, fue la intérprete perfecta de una mujer que padece de trastorno bipolar: buena, buena, muy buena intérprete. Sin embargo, el coup de théâtre extratextual estuvo reservado para la última escena, en la que el director Gianmaria Aliverta (también curador de los decorados y del vestuario) subrayó en el programa de mano que “…Solo al final, el público podrá sentir el peso de la separación que la ha empujado al borde del abismo, un abismo que se revelará con un último y trágico suspiro…” 

¿Qué sucedió, entonces? Simple: al distanciarse de Cocteau, la protagonista no se precipitó hacia el mal de amores que causa que se compadezcan de ella, enviando a las almas sensibles a la crisis, ni podría hacerlo porque su hombre estaba muerto en esta puesta en escena; así que terminó por darse un tiro en la sien. Una escena forzada que nada agregó a la dramatización, que es mucho más conmovedora que el abandono. Porque vivir con dolor requiere mucho coraje, mientras que dispararse un tiro es rendirse a la cobardía. Al final, la reacción del público fue reconfortante: con muchos aplausos, como ya mencioné.

Compartir: